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Cristianismo y política (22)
 

Ayuda mutua y familia

Es bueno para la familia todo lo que favorezca su condición protectora, y es malo todo lo que le quite esa condición
REFORMA2 AUTOR Emilio Monjo Bellido 12 DE MAYO DE 2012 22:00 h

Este escrito es continuación del anterior. Las referencias que hice a Roma, como iglesia perfecta, la que tiene el privilegio de no conocer el error, el peligro de que la familia se convierta en una institución humana, que se rija y administre por el derecho civil de las naciones, etcétera, al citar de memoria no entrecomillé, pero corresponden a encíclicas de León XIII, no eran frases irónicas de mi ocurrencia.

También en lo tocante a la familia, con la luz de toda la Escritura, reconociendo todo el consejo de Dios, desde Génesis a Apocalipsis, como palabra inspirada, infalible, sabiendo que en Cristo estamos completos, reconocemos que nuestras propuestas siempre tendrán carencias, limitaciones y pobreza. La palabra que anuncia el Evangelio de Cristo es una autoridad con la que uno ata y desata aquí para el cielo, es la salvación; sin embargo, para lo que proponemos para toda la sociedad, aquí en el presente, debemos atarnos a nuestra condición dependiente, pobre, de camino, histórica, circunstancial, para que no se desate nuestra soberbia, insensatez, “sabia” opinión, y se nos ocurra ofrecer nuestra propuesta como si fuese parte del Evangelio. Como Jeremías ya avisara contra los falsos profetas, el que tenga el Evangelio, que lo anuncie; el que tenga una “propuesta”, que la ofrezca, pero no la mezcle: una cosa no es la otra.

Si se anuncia una actividad bajo el lema “Matrimonio y Familia, el Futuro de la Sociedad”, pues muy bien, el título lo podrían usar perfectamente en un antiguo congreso o reunión fascista, por sí mismo no significa mucho. Si unido a ese lema se afirma que las políticas sobre la familia en las democracias occidentales están destruyendo la familia tal como la hemos conocido a lo largo de 20 siglos; pues, por simple curiosidad, habrá que investigar quiénes son esos y cuál la familia que han conocido a lo largo de 20 siglos, y convendrá preguntarles por qué han quitado los siglos anteriores, donde precisamente tenemos las leyes bíblicas.

Pero si, además, se anuncia que un cardenal hablará en dicha actividad sobre “la revolución contra la familia”, entonces suenan las alarmas, aquí hay “evangelio” encerrado. Ahora resulta que tantos rodeos eran para no mostrar que de lo que se trataba era de proponer la familia que el Vaticano reconoce.

Pues ante eso, ya no estamos con unas propuestas que tengan que ver con la institución familiar como algo civil, regida por las leyes civiles; ya no estamos en la mentada relatividad de nuestras propuestas para toda la sociedad en estas áreas temporales, ahora nos encontramos con el Testimonio del Redentor, y se acabó el relativismo: vida o muerte. Hay que poner de manifiesto las obras que edifican sin el Cristo.

Unas notas, pues, sobre esa “familia que conocemos a lo largo de 20 siglos”. La familia la conocemos desde el inicio de la Historia en Génesis, antes y después de la caída. La vemos en nuestro espacio actual, después de la caída. La familia “natural” más natural que uno pueda pensar está compuesta por Adán, Eva, Caín, Abel y los otros que no se nombran. Ahí tenemos no la columna de la sociedad, sino la “sociedad” toda. Y en esa familia, en medio, además, de un culto “familiar”, un hermano mata al otro. Luego toma a una hermana y construye una ciudad fuera de Dios. Mal empieza la columna: se ha desmoronado. Es la gracia de Dios la que posibilita la continuidad de la Humanidad, no una columna humana, aunque la construyeran en la unidad a favor de la familia humana natural: Babel.

Las promesas de Dios, en las que únicamente podemos ver si hay futuro, están dadas en su condición personal como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, cuyas “familias y matrimonios” no sé si pertenecen a esa que “conocemos”. Como parece que lo siguiente, las leyes dadas a través de Moisés para la familia en la República de Israel, son incómodas, dejemos el asunto en esos 20 siglos. Nos quedamos en el Nuevo Testamento que, aunque no se diga, se supone que es el inicio para empezar a contar. Los cristianos judíos tenían la familia judía; los cristianos gentiles, tenían la familia gentil. En el caso del ámbito geográfico del nuevo modelo y desarrollo del Cristianismo, la familia es la que se inscribía bajo la jurisdicción de la ley romana.

En Roma, además del matrimonio de altura, donde el padre de familia tenía potestad incluso sobre la vida de sus miembros, existe la modalidad común de familia, el concubinato, que era una especie de pareja de hecho. Estaba regulada por ley, solo se permitía una mujer, pero era un estado de menor categoría que el matrimonio. (No podían acceder a este estado superior, por ejemplo, las mujeres que ejercían trabajos manuales.) El concubinato era el modelo de familia, legal, para una buena parte de la población. Muchos cristianos no tenían otro “matrimonio y familia”. ¿Pertenece ese modelo a la “familia que conocemos” y que ahora quieren destruir? Otra buena parte de la población cristiana pertenecía a una esfera donde el único matrimonio y familia que se conocía era el de los amos, ellos, como esclavos, la única casa y mesa que tenían era la de sus amos. ¿Están esos fieles cristianos fuera de la columna honorable de la familia natural? Avanzando unos siglos; el gran porcentaje de siervos de la tierra, esa gran cantidad de campesinos que formaban parte del terreno donde vivían (las tierras se adquirían por conquista o concesión entre los nobles con los campesinos siempre incluidos). Dependían de los amos de la tierra, que por eso lo eran también de los campesinos (aunque no fuese un régimen jurídico de esclavitud).

La “cristiandad” que justificaba esa situación, la que casaba santamente a los hijos de los amos, la que no se ensuciaba las manos con los siervos, ¿qué modelo de familia nos ha dejado?, ¿es esa familia la que “conocemos”? Los que proponen como el gran bien para la sociedad actual el que se conserve la familia “como la conocemos”, deberían decirnos qué familia tenemos que conservar, por ejemplo, en el siglo V. Unos pasos más, también el siglo X, o en el XV. Mejor no comprometerlos con el XVI, porque ahí está la Reforma Protestante, que pone al descubierto al “estado” que más ha destruido a la familia, el estado monacal.

Proponemos perspectivas sobre la familia. Vamos a arreglarnos todos lo mejor que podamos. Esto es como el cuerpo, podemos indicar mejoras en nutrición, salud, ejercicio físico, etc., pero sabiendo que el fracaso es seguro: al final nos morimos, el cuerpo se derrumba. Saber que el final es el derrumbe no quita la responsabilidad de sostenernos lo mejor posible, así ocurre con la Historia, al final sabemos que todo será removido, pero cada día tenemos el deber de cultivar, sembrar, trabajar.

Aquí estamos todos, esto sí que es un congreso sobre las familias: las rotas, las que están para romperse, los separados, los abuelos con nietos de hijos divorciados, las compuestas por gente de una confesión religiosa u otra, o sin religión, los hijos que no saben con quien les toca el fin de semana, los perdidos; también los que tienen una familia feliz, bien arreglada; por supuesto, también los que tenemos una familia en el temor de Dios. Conviene, eso sí, que cada uno tenga la mirada abajada, para vernos mejor. Los que miran muy alto, al final sus ojos solo se encuentran con los que también miran desde el pedestal de la soberbia; eso es lo que más destruye a la familia, a la sociedad.

Una cuestión es, en mi opinión, clave en lo tocante a la familia: la idea de protección, de ayuda, de cuidado mutuo. Así está señalado antes de la caída (esto nos vale para los que creemos en la Revelación, pero es un elemento válido también en el argumento general, pues si la ayuda mutua es algo propio incluso en un estadio óptimo para la sociedad, cuanto más en medio de las dificultades propias que cada uno puede ahora ver), y continúa hasta el final. La familia la vemos, pues, como esfera o lugar de protección y ayuda mutua. El ser humano existe en la debilidad, tanto en su nacimiento como en su muerte: la protección la encuentra en la familia.

Es bueno para la familia, pues, todo lo que favorezca su condición protectora, y es malo todo lo que le quite esa condición. No hay familia donde no se proporcione protección, si la familia es donde se mata o pervierte al ser humano, en ese caso ha perdido su naturaleza, se ha convertido en otra cosa. Los Derechos y Deberes Humanos, que aquí hemos señalado como el marco de colaboración y participación con toda la sociedad, se viven, ejercitan, fortalecen y transmiten en la familia.

La protección es algo integral. Interviene la sexualidad, las emociones, la educación, la salud, incluso la defensa con el uso de la fuerza contra enemigos externos. Eso requiere que se asuman unos límites; cada uno tiene su familia. En el matrimonio: un hombre y una mujer, así mostrado desde el principio, se tienen que proteger; por supuesto con inclusión del orden sexual, lo contrario sería destruir la familia, se acabaría la base de la protección mutua. De ahí el radical rechazo en la ley bíblica al adulterio.

Los hijos están protegidos en la casa, en la familia. Desde la concepción: aborto, nunca. En la casa tienen alimento y cobijo, ahí crecen y se fortalecen, hasta que, con el acuerdo y “bendición” de la familia, forman otra con un miembro de otra familia. Y así sigue el buen orden social que proporciona una familia como esfera de protección. No existe lugar en este planteamiento que hacemos para la “emancipación”. El que está fuera de la casa, si no es para formar otra, se ha quedado aislado, sin cobijo. Es curioso que no pocos de los que pregonan el bien de la familia tradicional, acepten como si tal cosa la emancipación de los jóvenes, incluso, en la práctica, se les “obliga” a abandonar la casa a una edad determinada. Por supuesto, eso es pervertir el camino de la fe, es desobediencia clarísima a la Biblia, y no es algo que sirva para apoyar la protección familiar que aquí proponemos, pues todos los miembros de la familia tenemos la responsabilidad de colaborar.

Para la protección y ayuda mutua en la familia, se requiere que ésta tenga medios materiales para vivir. En la ley bíblica se dispone un trozo de tierra para cada familia: ése era su sustento. Además, no se podían acumular posesiones de unas familias por otras: si hubo que “venderlas” por necesidad económica, cada 50 años, con el Jubileo, siempre volvían las tierras a sus antiguos dueños. Vale que no podemos ahora plantear algo semejante, pero como principio sí podemos usarlo. (En Israel, antes y después de la división del reino, los poderosos acapararon todas las tierras que pudieron, y esta ley no se cumplió.) Donde la economía sea rural: un trozo de tierra para cada familia, para que puedan vivir de su trabajo en libertad. Donde la situación sea un contexto industrial o mixto, que cada familia tenga la propiedad de su trabajo. Es decir, que tengamos nuestro trabajo como propiedad donde nuestra familia encuentra su sustento. Esto es propio de la ley bíblica, y lo proponemos para toda la sociedad, aunque no crean. Esto son Derechos Humanos aplicados. Esto es “política” de libertad contra todo tipo de tiranos.

Y recogiendo ideas planteadas en artículos anteriores, la protección y ayuda mutua de las familias cuando se trate de asuntos de mucha dimensión, requiere que varias, o todas, las de un territorio colaboren en la ayuda mutua, en este caso de unas familias con otras. Educación: que la responsabilidad propia de cada familia particular se aplique con la colaboración de todas las demás. Resultado: escuela pública. Sanidad: pues lo mismo. El cuidado y la salud de cada miembro de una familia, primero en su seno, siempre. Cuando (gracias a Dios, decimos los creyentes) los actos médicos requieren medios materiales extensos: todos a colaborar. Resultado: salud pública. Así en otros ámbitos. La familia que es soporte y ayuda, la familia fuerte ella misma, no es la que se aísla en un santuario, sino la que está con las demás, la que forma la res publica.

No me olvido de que esto se alargó. No me olvido de nuestra corrupción natural humana. Por ejemplo, esas propiedades que sustentan la comida de las familias, a veces han dividido a las mismas familias por la codicia. Reconocer lo uno no quita lo otro. El trabajo como propiedad, un sueño con tantos parados. Vale, pero es necesario proponerlo; así vemos con más claridad la tiranía de los que roban el trabajo de las familias. Que todo está en ruinas, bien, pero arreglemos lo que podamos. Ánimo, poco a poco, apoyándonos unos a otros, que estamos muy heridos. El Padre de nuestro Señor nos bendecirá.

La próxima semana, d. v., la propuesta será en relación con los extranjeros, los emigrantes.
 

 


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