Dice el periodista Marcos Ordóñez que Puchades ha escrito un libro necesario y valiente. “El tipo de libro que en nuestro país suele dedicarse tan solo a figurones extranjeros o severos cantautores locales”.
Puede que así sea. Es indudable que el autor de esta biografía ha rastreado con paciencia la época y el mundo de Peret, de los que no había mucha constancia escrita. Ha sabido combinar documentación inédita y testimonios orales para ofrecernos un retrato completo del gitano catalán.
Puchades inicia el primer capítulo de la biografía escribiendo sobre el hombre y el mito. Describe la imagen física del cantante rumbero tal como la ve hoy, a los 77 años de edad (nació el 26 de marzo de 1935): “Cabeza rapada, barba blanca, a medio camino entre un buda bonachón y un venerable patriarca”.
Peret, antaño delgado, de figura fina, ha engordado considerablemente en los últimos años. Cuando ha recorrido unos cuantos metros tiene que detenerse para tomar aire. Poco tiempo atrás hubo de ser tratado de un enfisema pulmonar, resultado de su propensión a consumir cigarrillos durante más de cincuenta años. Con todo, Puchades sugiere que Peret “desborda vitalidad, mantiene una mente lúcida y rápida, tan dispuesta a la charla amigable como presta a la confrontación dialéctica”.
Este es el hombre. En su presentación del mito, Puchades va demasiado lejos. Es posible que Peret sea el padre de la rumba catalana, aunque está obligado a compartir este honor con Antonio González, Gato Pérez y otros. Compararlo con los grandes músicos como Ike Turner, James Brown, Bob Dylan, Johny Pacheco y los Beatles es un ejercicio de exageración. Y la exageración hace mala una buena virtud.
En la biografía de Puchades, que sigue paso a paso la vida del cantante, me interesa especialmente el capítulo 11, de la página 305 a la 320, donde se da cuenta de las circunstancias -¿fenómeno, misterio, alucinación?- que dieron lugar a la conversión de Peret, posteriormente encaminado hacia la Iglesia de Filadelfia, de carácter pentecostal y compuesta principalmente por miembros de etnia gitana.
La transmutación religiosa y espiritual tuvo lugar el sábado 27 de noviembre de 1982, cuando conducía desde Premiá de Mar a Mataró por la carretera Nacional II. Al tiempo que manejaba el volante del coche Peret creyó ver “una luz tremenda”, “el cielo descendiendo”, “el coche como si lo hubieran partido por la mitad”, “se me abrió el pecho y de él brotó un chorro negro”, “automáticamente, aquella luz yo la recibo y era como que me atraía y me elevaba. Cuando ya había pasado, seguía conduciendo, estaba empapado de lágrimas y sudor. Por el camino iba pensando: ¿qué ha pasado?¿Qué ha sido esto? Pero me encontraba de una manera como no había estado nunca, con una felicidad tremenda, con ganas de vivir, de hacer cosas”.
Aquella misma tarde Peret entró por vez primera a una Iglesia evangélica. Pronto se convirtió en líder. Alquiló un local en la barcelonesa calle de San Clemente y dedicó su vida “a la predicación y a hacer bien a la gente”. En Mayo de 1982 Peret llama a su agente, Andrés Gallego, y le dice: “No voy a cantar más, anula todo, que a partir de ahora voy a cantar para el Señor”.
Siete años estuvo Peret en la Iglesia. Dice que los líderes evangélicos le defraudaron y nada quiere saber de ellos. Cuenta la siguiente experiencia:
“Hay estrellas entre nosotros. Yo me encontré con uno al que le llamé la atención, uno que hizo una película y todo, se llamaba
Nicky Cruz. De jovencito fue un maleante que acabó de jefe de una banda, al final tuvo la experiencia y se convirtió, a continuación iba dando testimonio de su conversión por el mundo, pero su forma de vestir no era la de un creyente, sus coches tampoco. Cuando me dijeron que llamara para que viniera y vi todas sus exigencias y toda la gente que lo tenía que acompañar, me dije “¡ni que fuera Tom Jones en su mejor momento!”. No me hizo ninguna gracia. Vino, fuimos a comer a un restaurante, y de la forma que hablaba, no me cayó bien, y le dijo algo a un hermano, algo que no recuerdo exactamente, pero que no estaba nada bien, él ya había dado su testimonio el día anterior, ya había explicado todo, y cuando le dijo eso a este hermano, era como dudar de que aquel hermano, de verdad, conociese a Dios. Y le solté: “a mí lo que me cuesta creer es que tú fueses jefe de una banda, porque no tienes pinta de eso, pareces un cagado. ¡¿Entiendes?! ¡Un cagado!”. Se quedó blanco. Pero es que era un cagado, allí lo que hacía era más mal que bien. Era muy descarado lo suyo, pero hay mucho de eso, igual que lo hay en la Iglesia Católica. Por desgracia es así. Es lo que hay”.
El incidente con Nicky Cruz es auténtico. Roberto Velert, uno de los miembros del comité que organizó la campaña evangelística en Barcelona donde la predicación de siete días estaría a cargo de Cruz, me contó que el supuesto evangelista exigió billetes de avión en clase de ejecutivo y hotel de cinco estrellas para él y su equipo. La reunión de la primera noche fue tan desastrosa que mandaron a Nicky Cruz de regreso a su país y líderes evangélicos de Barcelona se responsabilizaron de la predicación. Las reuniones fueron animadas con la participación de Peret.
Puchades afirma que en algún momento de 1989 Peret, en silencio, abandonó la Iglesia Evangélica de Filadelfia. Explica que la salida fue sencilla. Cuenta Peret: “Devolví el carnet de Pastor. Trataron de convencerme de que continuara, pero se lo dejé muy claro. A muchos les sentó muy mal, eso es verdad. Pero yo no creía”.
Después de su salida de la Iglesia Peret volvió a la canción, a la rumba, a los discos, a los viajes, a las galas. Puchades afirma que “ahora Peret no cree en Dios y que desconfía de las religiones”. Esto dice el autor de la biografía, pero en declaraciones efectuadas estos últimos años el rumbero gitano-catalán sostiene que está desengañado de la Iglesia y de sus líderes, pero no de Dios. Que mantiene la creencia y la fe en Él.
El libro de Juan Puchades es largo, tal vez le sobren algunos relatos y anécdotas, pero los seguidores del cantante lo acogerán con regocijo. Otro gran músico, Kiko Veneno, dice de él: “El protagonista echa recuerdos a la olla, sus colegas los aliñan y Juan Puchades remueve el guiso: con esos ingredientes se ha cocinado una biografía íntima de la rumba catalana, ese rincón inesperado y a veces furtivo de la cultura contemporánea”.
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