La visión que hemos tenido del reformador ginebrino nos ha dado la imagen de alguien inflexible y rígido. Calvino supo aprovechar la segunda oportunidad que se le daba en Ginebra y transformar la ciudad en una de las impulsoras de la Reforma a nivel europeo.
Juan no quería volver a Ginebra. Es normal que intentemos huir lo más lejos posible de nuestros fracasos. A nadie le gusta sentirse rechazado, humillado o simplemente superado por las circunstancias. El joven reformador se negaba a repetir una de las experiencias más frustrantes de su carrera, pero estaba abierto a seguir los consejos de uno de sus amigos Bucero, que le dijo que tenía que obedecer a Dios ante que a sus miedos.
Estrasburgo le había recibido con los brazos abiertos, la gente era amable y agradecida, pero Calvino sentía que Dios le llamaba de regreso a Ginebra. En septiembre de 1541, la ciudad acogía de nuevo al que sería uno de sus hijos predilectos. El trabajo había aumentado en aquellos años de ausencia. Había que reconstruir la iglesia, pero esta vez no lo haría con sus fuerzas, crearía una red que lograría multiplicar sus resultados y llegar mucho más lejos de lo que él pensó en un principio.
Cuando Calvino subió tembloroso de nuevo al púlpito aquel lluvioso mes de septiembre, continuó con el sermón que había dejado de predicar antes de ser expulsado de la ciudad.
Lo primero que tenía que hacer era organizar la iglesia. Calvino se dio cuenta de que la experiencia de Estrasburgo, le ayudaría a instituir bien la iglesia. A veces necesitamos observar desde lejos la tarea que estamos realizando, para conseguir ver las cosas con perspectiva.
Calvino creó cuatro órdenes para organizar la iglesia: pastores, maestros, ancianos y diáconos. Este modelo ha seguido vigente en muchas iglesias. Aunque nos llame la atención que Calvino no reconociera los ministerios de profeta y apóstol. Juan estaba creando un sistema que se convertiría en un modelo para organizaciones y pastores a lo largo de la historia.
La primera orden era la de los pastores. Los pastores tenían la misión de amonestar, instruir y administrar los sacramentos. Además organizaban con los ancianos la iglesia. Los requisitos consistían en virtudes espirituales como la oración y el ayuno. No se les pedía que se sobrecargaran con visitas y otros trabajos. Calvino pensaba que los pastores debían concentrarse en indagar la voluntad de Dios y transmitirla al pueblo.
Juan era muy exigente en la formación de los pastores, pero lo que más valoraba era la vocación y el testimonio. Si quiere saber una de las razones por la que las iglesias en la actualidad se adormecen o pierden, mire quién y cómo sube a los púlpitos.
Los pastores se reunían una vez a la semana para debatir sobre la situación de la iglesia, para discutir problemas y temas de doctrina. Los pastores también asistían a las reuniones trimestrales en las que se elegía a los funcionarios. Estas reuniones eran más administrativas, pero ayudaban al orden de la iglesia.
La asamblea trimestral, llamada también la Venerable Compañía, fue el órgano que fundó la misión ginebrina, que lanzó a cientos de predicadores por toda Europa. Esta agencia misionera creó la Escuela Ginebrina para formar a misioneros que fueron a lugares como Francia, Inglaterra, Escocia o Italia a predicar el Evangelio.
De las otras tres órdenes hablaremos en las semanas siguientes.
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