La semana pasada se dio el caso de la superposición de dos aniversarios entrelazados: el 85 cumpleaños de Joseph Ratzinger y el 7º aniversario de su pontificado.Hubo conciertos especiales, libros conmemorativos, y montones de mensajes le llegaron al Papa deseándole lo mejor.
Incluso recibió la visita del Primer Ministro Italiano Mario Monti acompañado por los miembros de su gabinete, que querían desearle personalmente un feliz cumpleaños. Sin embargo, el Papa “no vendió” su celebración privada a los medios de comunicación y la conmemoró de la manera reservada habitual.
UN PAPA OCTOGENARIO
Ochenta y cinco años es una edad notable para el cargo papal. Ahora es el papa más anciano desde León XIII (1810-1903) y puede que sea el “monarca” reinante más longevo de la tierra. Durante los últimos meses ha habido rumores de su voluntad de retirarse a causa del cansancio de la vejez. Ya ha comenzado a usar un bastón para caminar y en las largas procesiones litúrgicas se apoya en un caminador. Después de sus viajes internacionales, siempre se asegura de tener el suficiente tiempo reservado para descansar y recuperarse. Sin embargo, el ritmo de su programa diario desafiaría la resistencia de la mayoría de hombres de 40 ó 50 años.
El liderazgo de la Iglesia Católico Romana siempre depende del delicado equilibrio entre el carisma personal y la participación del Papa y la burocracia de la curia vaticana, que ahora dirige el Secretario de Estado, el Cardenal Tarcisio Bertone. Parece que Ratzinger presta más atención a la preparación de sus discursos, homilías y obras escritas que a las operaciones diarias de la maquinaria organizativa vaticana. En los últimos meses han ocurrido varios contratiempos (p.e. fugas en agudos conflictos dentro de las oficinas vaticanas y proyectos financieros frustrados) que se explican, en parte, por el liderazgo algo distante de Ratzinger.
UN PONTIFICADO “CATÓLICO”
Tal vez lo más interesante para reflexionar sea la trayectoria de su pontificado ahora que se ha cumplido el séptimo año. El reinado de Benedicto no puede evaluarse adecuadamente si no se contempla como una continuidad con su carrera anterior.
Ratzinger ha sido una de las figuras fundamentales en la escena teológica y eclesiástica que siguió al Vaticano II.
Se le consideró “progresista” en su compromiso teológico juvenil para la renovación de la Iglesia, y más tarde “conservador” en su largo período de servicio a su Iglesia como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1981-2005). A Ratzinger se le describe con frecuencia como un teólogo del ala izquierda que se convirtió al ala derecha en sus años maduros. Estas etiquetas, por supuesto, no cuentan para valorar la “catolicidad” de la teología de Ratzinger, que es tanto tradicional como aggiornata (es decir, actualizada).
Al evaluar el pontificado de Ratzinger y su teología como un todo, es peligroso contrastar el tradicionalismo y el progresismo como si fueran tendencias interrumpidas y en conflicto dentro de su obra. Quizás haya habido diferentes énfasis e inquietudes entre las diversas etapas de su carrera, pero la leyenda de la conversión de un teólogo radical al inflexible guardián de la ortodoxia es demasiado ingenua.
¿Cómo explicamos entonces este cambio de actitudes e intereses? Depende de la clase de paradigma que utilicemos para interpretar la corriente teológica de la Iglesia CR. En su genialidad teológica, el catolicismo romano de hoy en día es “católico” en el sentido de que abarca tanto el mayor respeto por el patrimonio recibido de la ICR, como el arduo intento de encontrar nuevas formas de articularlo y vivirlo. El resultado es una síntesis dinámica que contiene diferentes elementos dentro del sistema global. Ratzinger compendia muy bien esta clase de catolicismo, fuertemente arraigado en la tradición de la Iglesia, pero también decididamente comprometido con los retos del mundo moderno.
El lema de la revista teológica Communio, con la que está asociado desde 1972, resume a la perfección su visión teológica: “un programa de renovación mediante el retorno a las fuentes de la auténtica tradición”. En otras palabras, no es simplemente la repetición de un patrimonio heredado, sino la renovación a través de una nueva reapropiación de las fuentes bíblicas, patrísticas, litúrgicas y sacramentales.
El catolicismo puede tomar diferentes giros. El catolicismo de Juan Pablo II era más global en extensión, tomista en la teología, carismático de carácter y mariano en la espiritualidad. El de Benedicto XVI es más occidental en su enfoque, agustiniano en la enseñanza, reservado en el estilo y litúrgico en su ámbito de aplicación. No obstante, ambos contribuyen a la catolicidad global de la Iglesia Romana.
UN PONTIFICADO “OCCIDENTAL”
La otra característica destacada de este pontificado es su atención a Occidente.Mientras que Juan Pablo II ensanchó la globalización de la Iglesia Católico Romana, Ratzinger ha puesto a Occidente en el centro del escenario de su objetivo.
Su continuo parlamento crítico sobre los peligros del relativismo cultural y la típica tendencia de Occidente de deshacerse de sus “raíces” o su “herencia” son la clave para comprender su entero pontificado. Mientras que no queda siempre claro hasta que punto su crítica de la cultura occidental es también una defensa del statu quo constantiniano, él ha corregido algo positivo, a pesar de los puntos de vista abiertamente sentimentales del mundo moderno los cuales estaban presentes en su lugar en el Vaticano II.
La decisión de Ratzinger de crear una marca en el nuevo Consejo Pontificio dedicada a la Nueva Evangelización es una maniobra que tiene a Occidente como su principal objetivo. Lo que está en juego es el atraer de nuevo a los millones de personas bautizadas en la Iglesia CR y que ahora están vagando a la deriva. Aunque, desde el punto de vista sacramental, forman parte de la Iglesia, muchos de ellos están lejos de la misma. La Nueva Evangelización es, por consiguiente, un medio para llamarlos a volver de nuevo al redil.
Juan Pablo II trabajó para extender las fronteras de la Iglesia, pero Benedicto XVI se afana para reforzar su centro histórico. La apuesta por Occidente es la apuesta de Ratzinger. Su pontificado se mantendrá o caerá por el resultado de la misma.
Traducción: Rosa Gubianas
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