Tuvo la claridad intelectual para entender que algo nuevo estaba surgiendo en México. Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) observa con atención que un sector de los indígenas mexicanos es receptivo al cristianismo evangélico. En los primeros núcleos de ésta fe en México participan activamente hombres y mujeres marginados y discriminados por los criollos y mestizos. El hecho no pasa desapercibido para el atento analista de la sociedad mexicana del último tercio del siglo XIX.
En varias ocasiones Altamirano escribió de sí mismo que era orgullosamente un indio puro, es decir hijo de integrantes de los pueblos originarios de México. Nace en Tixtla, hoy población perteneciente al estado de Guerrero, pero en la época de niñez y adolescencia de Ignacio Manuel parte de la geografía del estado de México.
Casi al final de su niñez, a los doce años, inicia Altamirano estudios primarios. En la escuela experimenta acendradamente lo que significa ser indio: “En el contexto social de su infancia, marcado por el racismo, recuerda el escritor que los niños eran separados en dos bancos: en uno se sentaban los hijos de los criollos y mestizos considerados ‘de razón’ y destinados a adquirir diversos conocimientos. En otro, los indígenas que ‘no eran de razón’ se dedicaban al aprendizaje de la lectura y a la memorización del catecismo del padre Ripalda”.
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Gracias a una beca destinada a jóvenes indígenas, Altamirano se traslada, en 1849, a los quince años, a Toluca, para proseguir sus estudios en el Instituto Científico y Literario. El centro pedagógico fue fundado en 1828 por el gobernador del estado de México, Lorenzo de Zavala, personaje que apoya los trabajos de James Thomson, distribuidor de la Biblia en México en los años 1827-1830.
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En 1852 sale del Instituto Científico y Literario, para sobrevivir desarrolla varias actividades. Se une en 1854 a la llamada Revolución de Ayutla, movimiento social que se organiza para combatir la dictadura de Antonio López de Sana Anna, y que resulta vencedor en octubre de 1855. El presidente interino, Juan Álvarez, duraría en el cargo mientras se convocaba a la realización de un nuevo Congreso Constituyente.
[3]
Reinicia estudios e ingresa, en 1856, en la ciudad de México, al Colegio Nacional de San Juan de Letrán, donde estudia derecho. Lee ávidamente y su sencilla habitación, según recordaría más tarde, hace las veces de “redacción de periódico, club reformista o centro literario”. Se da tiempo para asistir a las galerías del Congreso, donde tienen lugar intensos debates entre liberales y conservadores. Altamirano sigue con intensidad las exposiciones de los diputados liberales, particularmente de Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez, Francisco Zarco y Ponciano Arriaga,
[4] todos ellos partidarios de que se incluyera en la nueva Constitución la libertad de creencias y cultos.
Es un alumno sobresaliente y adelanta estudios, de tal manera que se gradúa de abogado al tercer año de la carrera. En el primer mes de 1858 presenta su examen y es calificado de excelente. Poco tiempo después inicia actividades docentes en el recinto donde antes era estudiante, comienza impartiendo clases de latín. Por la época su escritura está dedicada a la poesía.
En 1860 Ignacio Manuel Altamirano inicia su carrera parlamentaria. Sus dotes de orador trascienden públicamente cuando el 10 de julio de ese año se pronuncia en contra de la amnistía que perdonaría a quienes colaboraron en el gobierno conservador de Félix Zuluoga y Miguel Miramón.
[5] No faltó quien le comparara con los revolucionarios franceses por la intensidad de sus arengas contra el conservadurismo.
Paulatinamente se involucra más en actividades periodísticas y literarias, pero Altamirano las deja
cuando en 1862 inicia la invasión francesa. El mismo presidente Benito Juárez le autoriza para que forme guerrillas contra el invasor. Altamirano participa en el sitio de Querétaro, abril de 1867, años después escribe una intensa crónica del acontecimiento.
[6] Cuando el 15 de mayo los liberales toman el último reducto del emperador Maximiliano de Habsburgo, Altamirano tiene un encuentro con él en su calidad de encargado del Ejército Republicano en Querétaro.
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Mucho más podríamos mencionar de Altamirano, así fuese brevemente. Por ahora citamos un dato más:
en 1869 su ya amplia fama pública en el ámbito literario se acrecienta todavía más cuando el 2 de enero inicia la publicación de El Renacimiento, que sólo aparecería aquel año.
[8] La calidad de la revista fue evidente desde su primer número, por el renombre de sus colaboradores y su ya entonces reconocido director, Ignacio Manuel Altamirano.
El Renacimiento es parte fundamental del canon literario mexicano.
Valga todo lo anterior para aquilatar la dimensión política e intelectual del periodista Ignacio Manuel Altamirano para el momento en que defiende a los indígenas protestantes en dos distintos poblados de México. El 27 de marzo de 1870, en
El Siglo XIX, refiere que desea ocuparse “de un hecho que en mi calidad de liberal y de amigo de la tolerancia y de la civilización, no puedo dejar inapercibido”. Menciona que en el pueblo de Xalostoc, Tlalnepantla, una congregación protestante de setenta integrantes fue agredida verbal y físicamente. Incluso el “maestro de escuela que es un católico rabioso” y el grupo agresor que le seguía amenazaron con fusilar a los lideres de la congregación evangélica. La protección de sus correligionarios impidió que la turba atacante pudiese cumplir su propósito. De todos modos los protestantes fueron llevados ante el juez de la localidad. Fuera de las instalaciones judiciales “la multitud se agolpó allí […] comenzó a aullar furiosa y sedienta de sangre: mátenlos, acábenlos, quémenlos, etc., etc.”.
Más adelante narra la posterior liberación de los protestantes y exige que sus intolerantes atacantes sean juzgados y sancionados por su conducta contraria a las libertades vigentes. Dice que es “preciso ser enérgico para reprimir estas manifestaciones de salvaje intolerancia […] Es hora ya que la tolerancia religiosa sea un hecho práctico y favorecido por las autoridades, como un hecho legal. De otro modo habríamos dado ese gran paso en la vía del progreso, de dicho solamente, y la reforma quedaría trunca”.
De nueva cuenta en El Siglo XIX escribe sobre un nuevo caso de persecución contra los que llama “hugonotes indígenas”. Lo hace el 19 de junio de 1871, e inicia su escrito de la siguiente manera: “Hablaré ahora de los protestantes. Ya se sabe que yo no lo soy: pero me he propuesto defender constantemente las leyes de Reforma [juarista], y no he de descansar un momento en esta tarea, ni he de dejar pasar oportunidad de llamar la atención de las autoridades hacia las transgresiones que lleguen a mi noticia”.
En la fecha citada refiere que ya antes se había ocupado del caso de Chimalhuacán, distrito de Tlalmanalco, “donde hay un círculo numeroso de protestantes, un clérigo español llamado [Bernardo de] Villageliú había hecho aprehender con fuerza del pueblo de Ozumba a treinta y tres de ellos y había causado un escándalo espantoso en dicho pueblo”. Menciona que la vez anterior en que escribió del asunto, se presentó ante él nada menos que un hijo del cura Villageliú, para solicitarle que ya no siguiera escribiendo del tema porque las cosas habían sido de otro forma y el sacerdote católico no había tenido participación en la aprehensión de los protestantes.
El experimentado escritor tiene contacto con los familiares de los presos, quienes le proporcionan más datos acerca de las acciones intolerantes del sacerdote católico Bernardo de Villageliú. Afirma que como “el protestantismo hacía y sigue haciendo progresos en los pueblos de Chalco y Tlalmanalco”, en consecuencia el alto clero del Arzobispado de México toma la decisión de enviar a “Villageliú, hijo de la brava Andalucía, comerciante de Veracruz, recién viudo y recién ordenado [sacerdote católico romano], ya de edad madura, y hombre, en fin, de rompe y rasga, de carácter violentísimo y de maneras más propias para dedicarse a la milicia, que para anunciar el Evangelio a los pobres indígenas”.
La información obtenida le lleva al cronista a compartir con los lectores que “así es que [Villageliú] llegó a Chimalhuacán, y tan luego como indagó quiénes eran allí los pícaros que se atrevían a ser protestantes sin permiso del cura, comenzó a echar sus medidas y a forjar sus planes para deshacerse de ellos en una especie [de Noche] San Bartolomé”.
Luego comenta que tras comenzar a reunirse los indígenas protestantes en una capilla católica en ruinas y abandonada, Villageliú encabeza el grupo que logra reunir con engaños (había difundido que los evangélicos estaban destruyendo imágenes y esculturas de santos) y sin más manda que amarren a los “herejes” y sean llevados ante las autoridades para ser juzgados por el delito cometido contra una antigua propiedad católica.
Altamirano exige la liberación de los detenidos y que quien debe ser sancionado por las leyes sea el cura Villageliú. Subraya que no debe tenerse consideraciones especiales con el párroco católico, que los fueros eclesiásticos terminaron con el triunfo de la República y todos deben sujetarse a las leyes por igual.
Altamirano se ocupó en otras ocasiones, en sus artículos periodísticos, de los indígenas que se estaban convirtiendo al protestantismo. Siempre defendió su derecho a elegir tal creencia o a permanecer en el catolicismo si así lo decidían, ya que era partidario de la libertad y la convivencia democrática.
[1] Edith Negrín (selección y estudio preliminar),
Ignacio Manuel Altamirano: para leer la patria diamantina. Una antología general, FCE-FLM-UNAM, México, 2006. p. 19.
[2] Mayores datos de la relación entre Zavala y Thomson en mi libro
James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México, 1827-1830 (segunda edición, corregida y aumentada), Maná, Museo de la Biblia, México, 2012, (en imprenta).
[3]Edit Negrín
, Op., cit., p. 26.
[4] Ibid., p. 28.
[5] El discurso se encuentra íntegro en Vicente Quirarte (selección y prólogo),
Ignacio Manuel Altamirano, colección Los Imprescindibles, Cal y Arena, México, 1999, pp. 53-64.
[6] Texto completo en Vicente Quirarte,
Op., cit., pp. 374- 403.
[7] Edith Negrín,
Op. cit., p. 33.
[8] Hoy es posible examinar todos los números de la publicación, ver Huberto Batis (presentación y edición facsimilar),
El Renacimiento, periódico literario, UNAM, México, 1993.
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