Fue una madrugada de intensa lectura de la prensa mexicana del siglo XIX. En la excelente Hemeroteca Nacional Digital que resguarda y administra la Universidad Nacional de México, encontré una información que me dejó fascinado. El contexto para comprender mejor el hallazgo está en los artículos que sobre Manuel Aguas he publicado anteriormente en Protestante Digital.
Aguas, sacerdote católico romano e integrante de la orden de los dominicos, sacudió al mundo religioso y cultural en abril de 1871, cuando en una extensa carta (fechada el 16 de aquel mes) deja constancia de su conversión al cristianismo evangélico. El título del documento fue
Contestación que el presbítero Manuel Aguas da a la carta en la que le pregunta sobre su religión el presbítero Nicolás Arias.
La misiva alcanza gran difusión a partir de que se publica en
El Monitor Republicano (26/IV/1871, pp. 2-3). De este periódico es retomado el documento por distintos diarios y revistas del país, que lo dan a conocer íntegramente, con lo cual se amplía de manera importante el número de lectores del manifiesto escrito por Manuel Aguas.
En la Contestación el antiguo sacerdote católico romano expone que se integra a la Iglesia de Jesús, y que iniciará sus predicaciones en el templo de San José de Gracia, comprado al gobierno mexicano por el grupo en el cual ministraba el misionero Henry C. Riley. Este personaje nace en Chile en 1835, educado en Estados Unidos e Inglaterra y ordenado como ministro de la Iglesia episcopal en 1866. Antes de llegar a México, a principios de1869, Riley pastoreaba una iglesia de habla castellana en Nueva York.
El ex dominico escribe en la carta acerca de su nueva identidad religiosa, así como respecto de su decisión de ministrar en la congregación evangélica: “¿he de negaros que soy protestante, es decir, cristiano y discípulo de Jesús? Nunca, nunca quiero negar a mi Salvador. Muy al contrario, desde el domingo próximo voy a comenzar a predicar a este Santo crucificado en el antiguo templo de San José de Gracia. Ojalá que mis conciudadanos acudan a esa Iglesia de verdaderos cristianos. Si así sucede, como lo espero en el Señor, se irá conociendo en mi querida patria la religión santa y sin mezcla de errores, idolatrías, ignorancias, supersticiones ni fanatismos: y entonces reinando Jesús en nuestra República, tendremos paz y seremos dichosos”.
El 23 de abril de 1871 se abre al culto de la Iglesia Mexicana de Jesús el templo de San José de Gracia. Desde entonces y hasta el día de hoy el lugar ha sido sede principal de los grupos sucedáneos en el que Manuel Aguas fue líder. El espacio es en nuestros días la Catedral de San José de Gracia de la Iglesia Anglicana de México, se localiza en el Centro Histórico de la capital mexicana, en la calle de Mesones 139.
Un cronista en la cúspide de la fama política, periodística, literaria y social de entonces, asiste a las actividades que tienen lugar el domingo en que San José de Gracia abre sus históricas puertas a la fe evangélica. Ese personaje se llamó Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893). Su vastísima producción ha sido recogida en 24 tomos por distintos estudiosos de su obra.
En un libro que recoge escritos esenciales del autor (colección Los Imprescindibles, Ediciones Cal y Arena, 1999), Vicente Quirate escribe en el prólogo: “La multitud de actividades que Altamirano realizó a lo largo de los intensos 59 años de su vida, así como la versatilidad de su escritura, ejemplifican la condición de nuestros intelectuales en la mitad del siglo XIX, y la dinámica a la que fueron obligados por un país que reclamaba esfuerzos en todos los órdenes. Orador, novelista, poeta, historiador y crítico literario, editor, profesor, militar y político. Altamirano alcanzó la unánime calificación de maestro, comprendida en ambos sentidos del término: a él se deben esfuerzos por dignificar la situación de los trabajadores docentes; a su generosidad y clarividencia, la formación de un grupo de escritores que habrían de interpretar tiempos nuevos. Muchos de su contemporáneos tuvieron talento para escribir: pocos poseyeron, además, la visión de Altamirano para hacer de cada letra un instrumento de formación de conciencia”.
Ignacio Manuel Altamirano publica en El Federalista (24/IV/1871, p. 3) la impresión que le deja lo que atestigua en San José de Gracia el día anterior, he aquí su testimonio, hallado una madrugada de feliz investigación hemerográfica. Originalmente fue publicado bajo el título “Templo protestante”:
Ayer se hizo la dedicación de un templo protestante en el local que antes era la iglesia de San José de Gracia, y que fue decorado con la sencillez cristiana que caracteriza a los templos de la religión reformada, en los que se observa rigurosamente el segundo precepto del Decálogo, es decir, que no se admiten imágenes ni ídolos.
La concurrencia era inmensa, hasta el punto de llenar completamente la nave del templo durante todo el día. Sabemos que se colocaron mil quinientas sillas, las cuales no bastaron, y numerosos fieles quedaron en pie.
Asistimos nosotros con el objeto de hacer observaciones, pues no pertenecemos al culto protestante, y pudimos notar:
1º. Que la concurrencia era compuesta de todas clases, sexos y edades: señoritas, caballeros, artesanos, numerosos indígenas, todos estaban confundidos en un solo sentimiento de verdadera fraternidad, según el espíritu del Evangelio, y todos leían en sus rituales y cantaban sus himnos
2º. Que a pesar de ser tan numeroso el concurso, reinaba un espíritu de recogimiento que no hemos visto hasta aquí en ninguno de los templos romanos de la ciudad y del campo, pues estamos acostumbrados a ver en estos, más bien lugares de placer, de distracción y de galanteo que casas de oración.
3º. Que el sentimiento democrático se desarrolla más bien con el protestantismo, que con el catolicismo romano, por la forma de culto, y por la supresión de esa especie de
fetichismo que impone la jerarquía sacerdotal entre los romanos; pues aunque los luteranos, por ejemplo, tienen obispos, estos apenas se diferencian de los presbíteros, ni se presentan en público con ese ostentoso estado mayor de capellanes, familiares, secretarios, maestros de ceremonias,
crucíferos en mula, pertigueros, acólitos perreros, cuya corte hace considerar a los tales obispos cuasi como a la cuarta persona de la Santísima Trinidad.
Entre los protestantes no: el obispo no se distingue sino por la mayor suma de trabajo que se le impone.
Todo el día se celebró el culto en San José de Gracia, predicando el presbítero Aguas y otro también pastor de la nueva iglesia, y en la tarde se bautizaron dos niños.
Quizás solo nosotros éramos los únicos conducidos allí por la curiosidad, puesto que todos los demás, en su manera de practicar el ritual, daban a conocer que eran antiguos protestantes.
Seguramente el protestantismo hace progresos rápidos en México, lo que nos obliga a felicitar a
La Voz, pues son triunfos suyos.
[1]
[1] Se refiere a la publicación conservadora
La Voz de México, en cuya primera plana, justo debajo del nombre del periódico se consignaba que era el “Diario político, religioso, científico y literario de la Sociedad Católica”.
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