…no creer en nada no es tan malo, pero asumir un cristianismo distinto al católico es profanar la identidad nacional.
[i]C.M.
La zona escritural en que se ubica el ensayo “De las variedades de la experiencia protestante”[ii]roza el testimonio, práctica evangélica habitual, y hasta adquiere características de “informe personal”, sin perder de vista que incorpora datos, referencias y una consistente lectura de la historia de México, en donde sitúa sucesos, críticas incisivas y observaciones puntuales. Historia y biografía familiar. Como parte de la indagación, da fe de lo acontecido en el ámbito más cercano: “Por razones históricas, una tendencia dominante entre los protestantes opta por el liberalismo juarista y es partidaria de la libertad de conciencia y de la tolerancia (ejemplifico con mi familia: mi bisabuelo, Porfirio Monsiváis, soldado liberal, se convierte al protestantismo en Zacatecas a fines del siglo XIX, y mis abuelos, a causa de la cerrazón social a los diferentes, emigran a la capital en 1908)”.
Juarismo-liberalismo-libertad de conciencia: una ecuación que los protestantes, por así decirlo, originarios, asimilaron casi inconscientemente en sus comunidades. En la sección “El estrago que causan o podrían causar los herejes”, Monsiváis se retrotrae hasta un periodo que antes se esbozaba mínimamente en las escuelas de educación básica, pero que ahora casi brilla por su ausencia.
Muy en la línea de los dos volúmenes dedicados al tema (
Las herencias ocultas de la Reforma liberal del siglo XIX, 2000, 2006, homenaje a 7 pensadores y políticos, comenzando con Benito Juárez;y
El Estado laico y sus malquerientes. Crónica/antología, 2008, exploración de asuntos y compilación de documentos clave),
viaja hasta el periodo de 1847-1860 para mostrar la indignación que le causaba al clero de la época “la mera idea de la pluralidad religiosa” y encontrarse con un texto del anticlerical Juan Bautista Morales, alias “El Gallo Pitagórico”, quien desde
La Voz de la Religión refuta a John Locke y al muy liberal Vicente Rocafuerte.
En su texto, Bautista, uno de los homenajeados en
Las herencia ocultas…, diputado en el Congreso Constituyente de 1924, senador y fiscal de la Suprema Corte de Justicia, se pregunta: “¿qué conexión tiene esto [la salvación sobre todas las cosas] con la tolerancia civil?”, para luego afirmar que a un católico convencidos no les hace ningún mal que otros no se salven: “El mal será para éstos, sin que el bien de aquél reciba el más ligero menoscabo”.
Los herejes, agrega, causan más mal en la Religión que los mismos judíos o árabes, a causa de “su dulzura, su insinuación, sus modales, su ejemplo”, que pueden contaminar a los demás. Monsiváis comenta que esta es una excelente descripción de los resortes psicológicos y políticos de la intolerancia, pues el gran temor de la sociedad mexicana de la época era ser seducida por los “fabricantes de apostasías”. Y estamos hablando del nacimiento mismo de la nación mexicana, cuando sus tutores espirituales, no contentos con lograr que la primera Constitución estableciera el catolicismo como religión única, la prevenían hasta el delirio contra cualquier forma de disidencia promovida por “los pervertidores de las costumbres” (p. 68).
Siglo y medio duraría este “paisaje infernal”, aunque Bautista no deja de dirigirse al lector católico:“Si estás cierto y seguro de tus principios, ¿qué temes?”. Porque la pluralidad, incluso llevada al seno familiar, sería impensable: “¡Qué desconsuelo será para un padre sentase a la mesa, rodeado de sus hijos a quienes ve seguir otras religiones, y que de consiguiente los cuenta por perdidos! ¿Podrán todas las comodidades temporales que le haya ocasionado la tolerancia endulzar la amargura de su corazón?”. “Porque no tememos las sectas, sino la ignorancia de nuestro pueblo” es el brillante resumen de Tomás Luis G. Falco, también en
La Voz de la Religión, en 1849, sobre el rumbo de la intolerancia en el país, pues incluso una cita de Montesquieu sobre no admitir las religiones nuevas puede dar pie a justificar la prohibición de “la herejía”. Pues Falco concluye triunfalmente: ““No se obliga [a los herejes] a que abjuren la idolatría, ni a que abracen el cristianismo, empero sí a que respeten y reciban lo que encarnizadamente han aborrecido”. Para Monsiváis, “el camino está trazado” pero el cambio de mentalidades es lo verdaderamente difícil, a pesar de que las leyes implantaron la tolerancia de cultos.
Herencias ocultas es un calificativo que describiría muy bien las cada vez más inencontrables conexiones entre el pragmatismo de los sectores evangélicos y el pasado de los primeros militantes mexicanos, pues en la última parte del siglo XIX y al menos las cinco primeras décadas del XX, el liberalismo protestante fue una combinación estratégica muy consistente. Valga comparar en estos años el ímpetu con que los contingentes eclesiásticos llevan a cabo la llamada “Marcha de Gloria”, tomando distancia ya de la tradicional celebración del 21 de marzo, fecha de nacimiento de Juárez, con que antaño la feligresía protestante hacía constar su presencia social. El desapego de la historia es claro: velar en oración y alabanza en la plaza principal del país es señal, sí, de la ocupación de un espacio público pero sin incidencias ideológicas de por medio. Adherirse a lo suprahistórico e intemporal es más cómodo para no incurrir en la siempre riesgosa incorrección política.
Muchos reproches recibió en vida Monsiváis sobre su adscripción a la izquierda política en el sentido de que eso no era congruente con su liberalismo de raíz protestante(aunque no necesariamente con esas palabras) y él siempre respondió dando cátedra, no tanto de una fidelidad ideológica, sino más bien con señalamientos históricos claros debido a su indeclinable vocación por la crónica y la sólida ilación de los hechos que justifican posturas.
Este texto póstumo (amplificación de “‘Se necesita no tener madre’ (Sobre las querellas de religión)”, publicado en Protestantismo, diversidad y tolerancia, con cuyo tono de denuncia guarda profundas afinidades) es una prueba más de que todo el tiempo se revisó a sí mismo(lo que implicaba una cadena casi interminable de modificaciones y de intertextualidades en su propio trabajo)
para estar a la altura de los debates y de la actualización constante de su lucha personal contra la intolerancia católica. Siempre mantuvo abierto ese frente, de ahí que hoy se dice jocosamente que los obispos por fin descansaron con su muerte. En la siguiente sección, Monsiváis entrará de lleno a lo sucedido en el siglo XX.
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