Aportamos ya propuestas desde la perspectiva cristiana para el Estado y la forma de gobernarnos. Lo primero que tenemos que poner en la mesa es que no sabemos muy bien cómo hacer las cosas. En muchos casos nos equivocaremos y en unos pocos seguramente se acertará.
Esto podría ser un mal comienzo para algunos, pues ¿cómo no vamos a saber qué hacer si tenemos la Luz que nos alumbra el camino? Creo que esa Luz nos ha alumbrado nuestro camino, y por eso sabemos que nos equivocamos la mayoría de las veces. [Incluso, porque creo en la absoluta soberanía de Dios, en lo que se pueda acertar es porque él te lleva de la mano, casi sin saberlo tú mismo.]
Una de las facetas que presentan a la muy fiel y cristiana reina Juana de Navarra (=de Albret/Labrit) como modelo de acción política protestante, es precisamente su convicción de que, teniendo claro qué debía hacer, no siempre sabía cómo hacerlo.
Le confiesa, por ejemplo, en carta a T. Beza que ella no tenía dudas sobre su deber respecto a su pueblo para proporcionarle un ámbito de sana religión, pero que no sabía cómo hacerlo. Por eso le propone que sean los “religiosos” los que se ocupen de ese apartado. Ahí tenemos una acción política excelente, en plena consecuencia con la soberanía propia de las diferentes esferas de la sociedad. También es verdad, que muchas veces esos “religiosos” fueron pastores calvinistas bastante insensatos e inútiles, que ningún bien hicieron a su pueblo, o jerarcas del catolicismo que, simplemente, querían acabar con ella.
En otra ocasión confiesa Juana que acepta los reproches de los que vieran incorrecto que abandonara sus territorios para acudir a La Rochela en el contexto de guerra inmediata, pues ella misma reconoce que no lo tuvo claro, no sabía si era lo mejor, lo correcto, lo justo. Incluso cuando, su presencia en La Rochela se demostró fundamental para el éxito de la guerra y la defensa de sus territorios, ella seguía afirmando que no estaba segura, y que tuvo que tomar una dirección entre dos caminos en medio de la duda.
Un aspecto que sí es claro y evidente es que las propuestas que se hacen aquí son para el tiempo presente. Algunos presentan la situación actual bajo el modelo de un barco hundiéndose: ahí no hay opción para edificar nada, ni para estudiar, ni para sembrar, solo escapar. Luego, dicen, vendrá un reino de mil años con la presencia física de Cristo en la tierra, entonces sí se podrá edificar y sembrar.
Yo presento estas reflexiones sobre otro plano: desde la resurrección de Cristo (antes también, en el orden incontestable creacional de Dios), con nuestro pan diario, está viniendo el reino de Dios. Al final, Cristo volverá sin relación con el pecado, y se acabó la Historia.
No es que imagine que a alguien le interese mis convicciones personales sobre la fe, pero las indico porque son parte de las propuestas que se ofrecen: claridad en la información.
Esa es una propuesta imprescindible para nuestra idea del Estado: claridad de información. Tenemos que saber lo máximo de la realidad.
Por ejemplo, podemos afirmar que no tenemos a mano soluciones inmediatas e infalibles para acabar con la deuda de nuestro país (cada uno en su lugar podrá indicar alguna situación parecida), pero lo que no podemos es admitir que no sepamos cuál es esa deuda o sus características. Busquen y verán que la deuda de España, siendo importante, corresponde solo un 20% al sector “público”, el resto es de las personas, empresas y entidades financieras privadas.
Sin embargo, la “información” que se nos brinda está dirigida a culpabilizar a lo público y presentar lo privado como el ideal. Como consecuencia de esa información, se presenta justo y necesario el “recortar” cosas del sector público. Seguro que hay que reajustar cosas, pero no nos dejemos engañar, protestemos. No admitamos que el Estado, por ejemplo, avale a las entidades financieras privadas. Lo que hoy se cuenta como deuda pública, tiene un buen porcentaje que corresponde a lo que el Estado ha puesto en las arcas privadas de entidades financieras.
La comunidad civil, que ha dispuesto el servicio público de salud, tiene el deber de cuidar al empresario, como persona, cuando tiene enfermedad, y proveer de lo necesario para su recuperación, pero no tiene obligación alguna de proveer para la salud de su empresa. Esa es otra propuesta que hacemos, que sirve también para otros aspectos. [Protestemos; no consintamos que sea justo y necesario recortar fondos para las medicinas de un enfermo para darlos a una entidad financiera enferma.]
Ha salido lo de protestar. Esa es la propuesta fundamental para el Estado y la forma de gobernarnos que se hace desde la perspectiva cristiana. La comunidad de los ciudadanos tiene siempre el derecho de resistir al Tirano que usurpa el sitio del gobernante. Vale que no sepamos muy bien cómo se debe realizar la operación quirúrgica, pero cuando vemos que el Cirujano está literalmente descuartizando al enfermo, tenemos que impedirlo, incluso por la fuerza. Si alguno dice que tenemos que poner la otra mejilla, muy bien, puesta queda; pero al ver a tu prójimo que lo están degollando delante, con la mejilla puesta donde quieras, busca un buen palo para impedirlo.
¿Cuáles serían los referentes para la resistencia o la protesta? Podemos proponer los Derechos Humanos (sirva la Declaración de 1948). Ahí nos encontramos con la comunidad social; ahí edificamos juntos el Estado y la forma de gobernarnos. Esta es otra propuesta fundamental que hacemos desde la perspectiva cristiana. Recordando que esos derechos no proceden de una legislación humana, sino que son inherentes a cada persona.
Estas propuestas parece que tienen como simple adorno lingüístico el término “cristianas”. Pues, al final, nos hemos quedado en lo secular.
Creo que la radicalidad cristiana, cuando se trata del Estado o de lo público, tiene que ser secular. Yo me como toda la Escritura. Toda, no escupo nada, por no escupir no escupo ni el geocentrismo del relato del Génesis. Toda como inspirada, infalible. Y desde ella no creo que se pueda proponer otro Estado que no sea secular, en el que estén todos los ciudadanos.
Hagamos la prueba: coloquemos en una mesa a diez cristianos de los más conservadores en teología, y que pongan en un papel cómo tiene que ser el Estado y la forma de gobernarnos (desde la situación actual, no en las nubes). Todos diciendo que lo hacen en conformidad a las Escrituras, todos con muy buena voluntad. Tendríamos diez modelos diferentes. (Si los vuelves a reunir dentro de cinco años, cada una habrá matizado algo del suyo.) En “conformidad a la Escritura” se queda en como cada cual ve las Escrituras. La Historia viene en nuestra ayuda. ¿Qué modelo de Estado ha producido el Cristianismo? En el mejor de los casos, siempre se pueden percibir deficiencias y errores.
Pensemos en la situación óptima de la República de Israel. Tiene las Leyes dadas por Dios mismo a través de Moisés, para su tierra y su tiempo. ¿Y qué sucede? Desde esa condición piden un Tirano para que los gobierne. Luego, con esas leyes, se dividen en dos reinos. Luego, con esas leyes, crucifican al Mesías. Las leyes son santas y buenas, las personas, no. Esas personas han cambiado esas leyes (conservando su forma) en instrumentos contra Dios y la comunidad.
Por eso, y acabamos por hoy, otra propuesta fundamental desde la perspectiva cristiana para el Estado, es que la persona tiende de su natural a la corrupción, y que por ello tiene que estar vigilada y equilibrada cuando en sus manos dispone del poder para gobernar aquello que le ha otorgado la comunidad.
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