Entre los múltiples aspectos que destaca Margarita León Vega en su amplio estudio De contrarios principios engendrada. Poesía y prosa de Concha Urquiza (UNAM-Gobierno del Estado de Michoacán, 2009), deben destacarse dos: el magisterio de la Biblia y el cristocentrismo. Ambos temas son trabajados por esta estudiosa en secciones que forman parte de este volumen de casi 500 páginas.
En el primer caso, desde el uso de versículos y epígrafes,
se evidencia su familiaridad con los textos, como señala León: “Por sus cartas se aprecia que la poetisa a veces memoriza algún fragmento de los libros de la Biblia, sin que recuerde con exactitud su ubicación específica. Incluso varias veces lee o escucha alguna frase o párrafo y de inmediato consulta al presbítero Tarsicio Romo sobre su procedencia, mostrando cuidado y cierto prurito cuando se trata del texto sagrado”.
La versión que utilizaba era
La Vulgata, de ahí que sus epígrafes estén en latín. Sobre la influencia de los textos bíblicos, comenta León: “Se adivina en Concha Urquiza una actitud de ir siempre al origen de las cosas para buscar un sustento conceptual, espiritual y poético a sus propias inquietudes creativas […] El valor didáctico y el mensaje moral que emana de la Biblia es retomado por la autora, privilegiando aquellos contenidos y sentidos que apuntalan un discurso erótico-amoroso de tipo místico”. El énfasis que otorga en su poesía a esta vertiente se advierte, sobre todo, en sus composiciones sobre Rut y el Cantar de los Cantares, aunque la manera en que aborda a Job en uno de sus sonetos más notables, también es digna de mencionarse. (“Como lluvia en el monte desatada/ sus saetas bajaron a mi pecho;/ él mató los amores en mi lecho/ y cubrió de tinieblas mi morada”, dice el segundo cuarteto.)
Esos elementos bíblicos se combinaron con otros de la tradición mística de Santa Teresa de Jesús, fray Luis de León y San Juan de la Cruz. El enlace con el siguiente tema es la lectura de los
Nombres de Cristo, de fray Luis. Los salmos también aparecen en su obra, especialmente en el gran soneto “Como la cierva”, cuya alusión al salmo 42 es muy clara: “Yo soy como la cierva que en las corrientes brama./ Sed y polvo de fuego su lengua paraliza,/ y en salvaje carrera, con las astas en llama,/ sobre la piedra el casco golpea y se desliza.// Corriente abajo, al borde de las aguas tranquilas,/ donde perennemente fluye tu Rostro manso,/ los que te aman beben con labios y pupilas,/ saciando sed eterna sobre el hondo remanso”.[1]
Sobre esta veta escribe Gloria Vergara: “La lectura bíblica le dio a Urquiza, sin duda, el parámetro de la mujer que podía representar, la del dolor, la de una mujer escindida entre la mundanal existencia y la ansiedad de fundirse al universo divino. En su poesía atraviesa los relatos míticos, los penetra y sale de ellos renovada”.[2]Y cita a Patricia Villegas: “Diríase que en sus versos se vive una atmósfera de misterio que toma su fuente de esos símbolos […] Porque Urquiza toma, por decirlo así, la intuición principal que anima al texto (Job, Ruth…) y en el proceso de su construcción poética crea ella misma nuevos problemas y misterios”.[3]
Es allí donde el cristocentrismo de esta poesía aparece como una elaboración creyente y, al mismo tiempo, como un fruto estético auténtico: “En su obra poética, Concha modela con sus palabras al Cristo vivo que le da la fuerza y la desesperanza. Construye en péndulo la identidad de la mujer apasionada que se mueve entre el deseo y la obsesión”[4]Y es que se trató de un verdadero encuentro espiritual, pues como le escribió a su amigo José Cardona: “Mucho pequé en el largo transcurso de mi vida, hasta que Le conocí de veras; pero cuando me sentí perdonada tenía una seguridad tan absoluta de mí misma que nada me hubiese hecho creer que caería algún día. Esto es ya reincidencia, he sido perdonada dos veces, y una tercera he vuelto a caer, cometiendo todos los pecados [llevar] a Cristo a una taberna, [besar] lascivamente a una criatura con los ojos clavados en Él”.
Lo que León Vega denomina “dinamismo ascensional” y “preeminencia de la figura de Cristo”, para Urquiza fue consecuencia de un encuentro redentor en medio de una vida que experimentaba la tensión entre la seducción (quevediana) del mundo y la vida espiritual. Para ella, Cristo va a encarnar plenamente la figura del Amado en el Cantar de los Cantares, y por eso lo celebra en el sentido místico-erótico: “la mano a torno, en giros luminosos/ prende fuego al jacinto que fulgura/ profusamente en su áurea curvatura;/ y un cerco de zafiros preciosos/ le llaga de destellos azulosos/ el redondo marfil de la cintura.// Cual columna de mármol exornado/ su pierna en basa de oro se levanta/ sobre el noble artificio de la planta..."” (“Retrato del amado”).
Javier Sicilia resume muy bien, en el esbozo biográfico de Urquiza, esta orientación cristocéntrica: “Descubierta en Cristo y desgarrada por la experiencia carnal —en la que ve, a causa del espiritualismo de la época, un signo ominoso de su experiencia con Cristo: el arrobo silencioso, el vértigo, la seducción del abismo, el deseo, tan humano, de caer infinitamente y sin reposo cada vez más hondo en busca de la plenitud— su reescritura de la tradición adquiere […] su originalidad más pura”.[5]
Y para corroborar todo esto, nada mejor que leerla directamente:
Mons Dei (fragmento)
Cristo Jesús, Tú sabes que te amo,
y desde el fondo de mi vida obscura
busca tus dulces ojos mi reclamo;
que abandoné la faz de la criatura
para seguir la luz indeficiente
que mana de tu Faz sagrada y pura;
y que en la turbia y áspera corriente
de mi vida mortal, busqué tu huella
como el ciervo las aguas de la fuente.
No hay en el cielo tan divina estrella
que pudiera desviar mi mente triste
de la belleza que tu Rostro sella;
ni guarda el mundo, en cuanto Tú le diste,
deleite que colmara mi esperanza
como el que a mi esperanza prometiste. […]
Yo seré como aquel que se desvía
y vacila a la orilla del camino,
mientras llega la noche de su día;
como aquel que bebiendo el dulce vino
nunca logra apagar su sed ardiente,
y requerido del amor divino
gemirá sin amor eternamente…
Diciembre de 1938
La llamada nocturna
En tanto duerme el cuerpo distraído
y vela el corazón enamorado,
una voz en la noche me ha llamado,
y un pie, cabe mi umbral, se ha detenido.
(Es la voz deleitosa de mi Amado
donde mi alma y mi cuerpo se han perdid.)
Oíd cómo desata en tiernas quejas:
“¡Ábreme, amiga, hermana, dueño mío:
mi cabeza está llena de rocío,
del agua de la noche, mis guedejas.
Húmedo llevo el manto y tengo frío.
Ha tiempo espero amor, bajo tus rejas!”.
Así me llama por la noche en celo;
mas ya lavé mis pies, ¿y su blancura
pretenderé ensuciar hollando el suelo?
Ya desnudé la leve vestidura,
Ya de la frente desprendí mi velo…
¡Dejad que llame entre la noche pura!
¡Dejad que llame por la noche en celo!
Morelia, 10 de julio, 1938
[2]G. Vergara, “Entre el deseo y la obsesión. El péndulo de la identidad en Concha Urquiza”, en Identidad y memoria en las poetas mexicanas del siglo XX. México, Universidad Iberoamericana, 2007, pp. 25-26.
[3]P. Villegas, Silencio y poesía. México, Emes, 2000, p. 161, cit. por G. Vergara, op. cit., p. 26.
[4]G. Vergara, op. cit.
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