Lorca no está seguro si la muerte nos hunde en la sombra del abismo o hay valles de luz al otro lado de la tumba.
19 de agosto de 1936. La guerra civil-incivil enciende España. Afloran los odios y los deseos de venganza. Los de la esquina y los de enfrente matan, asesinan sin preguntas, cubren de terror y de horror las ciudades, los pueblos y las aldeas.
A García Lorca lo asesinan y tiran su cadáver a una fosa común. Este mes de agosto se cumplieron 80 años de este crimen execrable. En toda España, mayormente en círculos literarios, se celebraron actos especiales para recordar la triste efeméride. También lo hizo “Protestante Digital” con una serie de artículos dedicados a la vida y la obra del poeta. Este es el último de dicha serie.
MÁS ALLÁ DE LA MUERTE
Lorca no está seguro si la muerte nos hunde en la sombra del abismo o hay valles de luz al otro lado de la tumba. Los hombres y la Historia van al sepulcro de las edades. ¿Pero aquí termina todo? Pocas mentes ilustradas han podido repetir aquello de Víctor Hugo: “¡Tierra, no eres mi abismo!”. El pasado y el futuro son dos eternidades cuyo misterio sólo la Biblia aclara.
García Lorca rehuía el tema. No por despreocupación, sino por falta de respuestas que le convencieran a él mismo. En Diálogo de un caricaturista salvaje admite la posibilidad de un más allá, al que en el caso de existir llegaría en base a su propia bondad: “Ni el poeta ni nadie –dice- tienen la clave y el secreto del mundo. Quiero ser bueno. Sé que la poesía eleva y, siendo bueno, con el asno y con el filósofo creo firmemente que si hay un más allá tendré la agradable sorpresa de encontrarme con él. Pero el dolor del hombre y la injusticia constante que mana del mundo, y mi propio cuerpo y mi propio pensamiento, me evitan trasladar mi casa a las estrellas”.
Más adelante, en el mismo escrito, se plantea el tema de la vida futura, la resurrección de los muertos, la existencia de un mundo inmaterial. El examen queda sin una respuesta aclaratoria. “El profeta Isaías lo dice en un versículo tremendo –escribe Lorca-: “Se regocijarán en el Señor los huesos abatidos”; y yo vi en el cementerio de San Martín una lápida en una tumba ya vacía, lápida que colgaba como un diente de viejo del muro destrozado, que decía así: “Aquí espera la resurrección de la carne Dª Micaela Gómez”. Una idea se expresa y es posible porque tenemos cabeza y manos. Las criaturas no quieren ser sombras”.
No. Las criaturas no quieren ser sombras porque no han sido creadas para las sombras. La tumba es el arco de triunfo por el que se penetra a la ciudad de Dios. El hombre no ha nacido para dedicar su último trabajo al cementerio. Si la idea se expresa y es posible “porque tenemos cabeza y manos”, según afirma Lorca, esa misma cabeza nos dice que no estamos aquí para terminar convertidos en polvo doliente y desolado de la tierra. La desaparición lenta o brutal del hombre no es total. Es la superación del obstáculo que separa la vida terrenal de la vida de Dios. La vacilante fe de Lorca no le permite alcanzar estos extremos de confianza y de seguridad.
Pero tampoco se siente capaz de una negación absoluta. Sus desesperaciones ocasionales le llevan a una esperanza final, a un “es posible que exista un más allá”.En Canción otoñal abre su alma a la esperanza. Puede que exista un mundo más allá de las estrellas, una realidad espiritual sólo conocida por Dios y por los que hasta El llegan.
Esto le lleva a escribir: ¿Se deshelará la nieve cuando la muerte nos lleva? ¿O después habrá otra nieve y otras rosas más perfectas? ¿Será la paz con nosotros como Cristo nos enseña? ¿O nunca será posible la solución del problema? ¿Si la muerte es la muerte, qué será de los poetas y de las cosas dormidas que ya nadie las recuerda? ¡Oh, sol de las esperanzas! ¡Agua clara! ¡Luna nueva! ¡Corazones de los niños! ¡Almas rudas de las piedras! Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas y todas las rosas son tan blancas como mi pena.
Por si esto ocurre; si el problema se resuelve, y llega la paz anunciada por Cristo, y el alma entra en ese “vago temblor de estrellas”, y la muerte no es la muerte, y existe un mundo donde hay “otra nieve y otras rosas más perfectas”, el poeta quiere morir alerta. Quiere dejar la vida con las puertas del balcón abiertas a lo posible, a lo probable, a la esperanza que puede materializarse.
Dice en su Despedida:
Si muero, dejad el balcón abierto
El niño come naranjas. (Desde mi balcón lo veo).
El segador siega el trigo. (Desde mi balcón lo siento).
¡Si muero, dejad el balcón abierto!
Y que por ese balcón abierto entren a raudales las sonrisas de los ángeles desde el otro lado del mundo.
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