En nuestro anterior encuentro apuntamos algunas líneas que dibujan el Estado absolutista clásico. Bodino y Hobbes aparecían con sus propuestas de salvación para el Estado solo si este se configura como una esfera soberana sobre todas las demás. No se trataría de procurar armonizar los fines de las diferentes esferas, sino de neutralizarlas. Este absolutismo era propio de Estados católicos o protestantes (especialmente luteranos). El modelo opuesto, el de buscar la armonía, se fraguaba en las colonias americanas.
Esos trazos continúan con nosotros, aunque la preponderancia la tienen los modelos absolutistas.
Todos los espacios de libertad se reciben como peligros que evitar. En ese primer momento era la religión, luego puede ser la economía, luego el nacionalismo de un territorio. En esa estamos. Al final, el peligro para el Estado es la libertad. En la propuesta protestante que aquí hacemos, la libertad no es el peligro, sino el sustento. Y la primera y esencial libertad es la de conciencia, la libertad religiosa.
En ese terreno nosotros
aquí en España vamos como vamos. En comparación con épocas pasadas estamos muy bien. Como alguien que se ha llevado años en una celda de exclusión, sin ver la luz ni poder caminar, y ahora lo sacan cada día al patio para que pueda corretear un poco. Muy bien en comparación, pero cortito el recorrido. Cómo será el asunto, que nuestros políticos (y sectores de opinión) presentan nuestra gloriosa creación liberal, la Constitución de 1812, como lo mejorcito que aportamos al acerbo de modelos políticos. Y a ninguno se le viene un golpe de tos o de vergüenza cuando leen con orgullo liberal que la religión católica, apostólica y romana es la única verdadera, y será la religión de España para siempre (bueno, de España y de Hispanoamérica); o que se dispondrá la educación del pueblo, pero en esa educación se incluye necesariamente la enseñanza de la religión católica; o cuando se ufanan de esa disposición, ejemplo de libertad liberal, de permitirse la impresión de textos con ideas políticas, pero no de ideas religiosas contrarias al catolicismo.
Nos vamos a la consideración del absolutismo moderno. Ha cambiado el nombre y algunas formas, pero sigue el mismo principio. Continuamos en España. Donoso Cortés, desde su óptica religiosa católica, propuso un modo de Estado elaborado con un discurso religioso, teológico. No solo influyó en el notable Marcelino Menéndez Pelayo para su visión del esencialismo católico de España, también llegaron sus escritos como suelo nutricio del gran jurista Carl Schmitt (1888-1985). Unido a este autor (hay otros, claro está), el moderno absolutismo de Estado puede ser nombrado ahora como
política real, o
teología política (idea emparentada de necesidad al autor), o, incluso, por su influencia, Estado
schmittiano.
Constatada la debilidad e inoperancia de la república, con el futuro humillado de Versalles, Schmitt se propone crear el armazón jurídico del Tercer Reich. Su punto de partida (y de llegada) es la estructura teológica religiosa del Catolicismo. De Donoso Cortés ha aprendido que los conceptos políticos son transposiciones secularizadas de conceptos teológicos, y, como hiciera otro de sus maestros, Hobbes, dispone la eliminación del pueblo libre (en el sentido que hemos indicado, liberados e iguales por la justificación por la fe), tomando los atributos del Dios “calvinista” que concede esa libertad y colocándolos en el Estado. Si se puede decir que el Dios Soberano, cuyo poder absoluto transfiere al Estado, es el Dios “calvinista” [Por supuesto, esto es un modo de hablar cultural. Ese Dios, mi Dios, es el de la Biblia; lo de “calvinista” es simplemente aclaración cultural.], el Soberano temporal que tiene más a mano, y le gusta, es el Papa.
Schmitt escribió Catolicismo romano y forma política (1923), donde constata que los cambios políticos suponen cambios en todos los principios sociales, excepto en un sector: el poder del Catolicismo, el cual permanece en medio de los cambios y transferencias de poder de otros sectores. [Que se lo digan a nuestros liberales de 1812, o a las naciones hermanas emancipadas y libres: cambiaba el poder político, pero siempre permaneció, incluso aumentó, el poder del Catolicismo. Y en nuestra Historia reciente: cambian los gobiernos y se modifican los sectores de poder, izquierda, derecha, centro, o lo que sea, permanece siempre el poder del Catolicismo. Bueno, ya le queda muy poco tiempo.]
La clave está en el principio donde se sustenta ese poder: la obediencia y la protección. El súbdito (el pueblo) obedece, el soberano (papado) protege. La “salvación” consiste en estar protegido por la “Iglesia”, fuera de ella no hay salvación. Puedes cambiar de rey o gobernante protector humano, todo estará bien si conservas tu obediencia al papado. Schmitt propone ese principio (sus textos más conocidos son
Teología política) como el sustrato del armazón del Tercer Reich. (Parece que algunos jefes nazis no vieron bien que ese poder del Catolicismo se “conservara” tanto.)
Escribió bastantes cosas basadas en ese principio, como “El Caudillo (Führer) protege el Derecho”, justificando la Noche de los Cristales, o, para los españoles muy importante porque se copió aquí, Estado, Movimiento, Pueblo. Esta teoría tripartita del Estado consta de Estado: que es la parte política “estática”, sola se moriría; Movimiento: que es la fundamental, la que
decide, es la parte política dinámica; y Pueblo: que es el sector no político, no se “mete” en política, solo le queda vivir bajo la protección del poder del Estado, personalizado en el Caudillo (Führer) como líder del Movimiento. El poder del Estado (Iglesia) protege al pueblo si el pueblo obedece al Líder. Obediencia y protección (salvación) es indisoluble.
La idea de protección es fundamental porque Schmitt monta su armazón sobre el concepto amigo/enemigo. Esa guerra latente es la sustancia del Estado absoluto moderno (
estado total, política real). Este concepto no es mera literatura, el
enemigo está para destruir, y tiene que ser neutralizado. De ahí la importancia del Estado soberano, porque es el único que puede
decidir quién es amigo o enemigo, y el único que tiene fuerza para eliminar al enemigo. [Que esto no es metáfora literaria lo demuestra la Historia.] El enemigo es todo el que estorbe a los propósitos del Estado soberano. Ese Estado necesita un
espacio vital. Tiene el “derecho” de apropiarse de esos espacios geográficos que considere “vitales”. Los que están en esos espacios vitales pueden conservar alguna identidad propia (seguir siendo nación, por ejemplo) con tal de que se integren en la obediencia. Además, (este Estado absoluto es la Bestia de Apocalipsis 13, no el Diácono de Romanos 13) requiere que esa obediencia sea reconocida como
vital, es decir, se tiene que estar convencido de su valor moral. El pueblo obediente tiene que
ver un bien moral en la supresión del enemigo. [Como en los autos de fe, el pueblo obediente tenía que reconocer el valor moral de los actos de la Inquisición, y a los condenados como enemigos.]
En el caso del modelo schmittiano, se parte del reconocimiento de democracia liberal o del Estado de Derecho como modelos fallidos. Se basan en el discurso racional entre iguales (el pueblo); puede que se atengan a normas jurídicas, pero, al final, su forma de actuación está frenada por su “conversación”, es decir, (como lo reprocha a los políticos románticos) la conversación no acaba nunca. El diálogo y la discusión racional tienen que ser suprimidos por la
decisión del Líder. Ese es su destino: no se atiene a normas fundamentales previas, sino que su decisión es lo fundamental, incluso, lo “fundante”, para establecer los límites y salvar a la comunidad de los
enemigos señalados por su decisión.
No quiero alargar demasiado esto. Pero
es evidente que la presencia de este modelo es más real en la actualidad de lo que sería deseable. Su discurso ha penetrado la acción de sectores políticos diversos, con sus proclamas de enemigo/amigo como base.
Esto es el producto de construir la ciudad fuera de la presencia de Dios, usurpando su gloria; esto es un modelo político basado en principios religiosos.
Desde los principios bíblicos, tenemos el deber de proponer otro modelo.
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