Ciertamente, en su carácter de Jefe de Estado, los gobiernos locales (municipal, estatal y federal) han desplegado toda una maquinaria para que la presencia de Benedicto XVI se parezca lo más posible a alguna de las realizadas por Juan Pablo II.
Acogido con la proverbial hospitalidad del país, sin embargo queda su visita muy lejos del impacto del carisma de su predecesor, algo que los organizadores de la visita lamentan en extremo (prueba de ello es la
exposición de objetos personales de Karol Wojtyla que se presenta justo en estos días,), Joseph Ratzinger ha pisado por fin tierras mexicanas.
El portal oficial de Guanajuato, asumiéndose como el anfitrión casi absoluto, ha colocado en su sitio web un texto de bienvenida que contraviene a todas luces la laicidad del Estado(Jefe del Estado Vaticano Benedicto XVI, Guanajuato te recibe con los ¡Brazos Abiertos!” [
sic], junto a un letrero enorme sobre nuevas obras gubernamentales). Aunque, naturalmente,
existen otras opciones para recibirlo, es decir, “diferentes bienvenidas”, más acordes con una visión crítica de las cosas.
[1]
En su colaboración especial para
El Universal, el historiador católico Jean Meyer explica muy bien el contexto geográfico, cultural y religioso de El Bajío, cuna de la Independencia y también del movimiento “cristero”, guerrilla que se opuso a la política gubernamental en los años 20 del siglo pasado. Sobre las consecuencias de la visita, Meyer observa: “Coincido con el pronóstico sobre el futuro electoral del PAN [que perderá el control del gobierno], pero si sus dirigentes creen que la presencia del Papa al pie del Cerro del Cubilete, con su monumento a Cristo Rey, les va a dar un solo voto, están muy equivocados. Discrepo en cuanto a la supuesta desesperación de la Iglesia católica, y también en el carácter especialmente católico y, por lo mismo, reaccionario del Bajío. La Iglesia está presente en todo el territorio nacional y los católicos militan en los tres partidos, votan para los tres partidos.”.
[2]Todo ello, más la presencia del infaltable
kitsch religioso (véanse las figuras de plástico de Ratzinger) hacen de este evento un gran conglomerado de posibilidades de análisis e interpretaciones de la situación del momento.
Se trata, en palabras de un comentarista, de la anulación, durante tres días, del Estado laico[3]y de la imposición, al grueso de la población, de un espectáculo mediático cuya omnipresencia durante estos días deberá ser tolerada por una corrección política obligatoria que ha comenzado a mostrarse desde el discurso con que Felipe Calderón recibió a Ratzinger en el aeropuerto de Guanajuato. Su catolicismo, puesto en entredicho hace algunos meses cuando corrió el rumor de que junto con su esposa se había integrado a un grupo neocarismático ultraconservador (Casa sobre la Roca, a algunos de cuyos dirigentes, el matrimonio de Alejandro y
Rosi Orozco les ha entregado puestos claves en el gobierno
[4]), le hizo decir cosas que, dada su investidura, no tienen correspondencia con el mandato recibido. De ese modo, se sumó a las manifestaciones populares, comprensibles para una masa de feligreses ocasionales azuzados por la cúpula episcopal, pero no para alguien que representa al Estado mexicano.
Alardeó ante Ratzinger de que México “sigue en pie” y que eso se ha logrado gracias que “es un pueblo fuerte, perseverante en la esperanza, en la solidaridad”, que “tiene valores y principios, que cree en la familia, en la libertad, en la justicia, en la democraciay en el amor a los demás. En valores que son fuertes como la roca”. Agregó que México “también ha sufrido, Su Santidad lo sabe, la violencia despiadada y descarnada de los delincuentes. El crimen organizado infringe sufrimiento a nuestro pueblo y muestra, hoy, un siniestro rostro de maldad como nunca antes. No sé si estos desafíos hubieran sido capaces de quebrantar la voluntad y la firmeza de otros pueblos, pero a pesar de todo, México está de pie”.
[5]Además,
presumió por el hecho de que México es el segundo país del mundo con mayor número de fieles católicos en el mundo, con lo que redondeó su idea de que los valores mencionados, obviamente católicos, son los que han sostenido al país.
En otra parte de su discurso, añadió: “Su visita nos llena de alegría en momentos de gran tribulación, puedo asegurarle su santidad que encontrará en el mexicano a un pueblo noble, hospitalario, cálido, alegre que tiene en altísima estima al sumo pontífice... las mexicanas y los mexicanos compartimos con su santidad el anhelo de justicia y de paz duradera, buscamos todos los días labrar nuestro camino hacia el bien común de nuestra querida nación de manera que sea posible el desarrollo integral y humano de nuestros hijos”.
Olvidó decir que casi 20 millones de ciudadanos no comulgan con estas ideas y que también desean el bienestar del país, lo cual no los hace menos patriotas por el hecho de ejercer la libertad de culto promulgada desde diciembre de 1860.
Obviamente, Calderón no iba a reconocer ante Benedicto XVI que el catolicismo de algunos jefes de redes criminales y de narcotraficantes permitió que se abriera una tregua por su visita.
[6]
Con sus afirmaciones, Calderón prácticamente estaba haciendo una rendición de cuentas ante alguien que, supuestamente, no viene a eso sino “a confirmar la fe de sus hermanos”, como se esfuerzan en repetir sus corifeos.
Esta “visita pastoral”, asumida por las mayorías católicas como una fiesta (para los amantes de las estadísticas, El Universal preparó una sección especial) tendría que ser analizada en su justa dimensión, es decir, también como un intento de respaldo político al régimen actual, aunque Ratzinger esté de acuerdo o no, o incluso enterado, algo difícil de creer. Esta situación, queda claro, tampoco es asumida por los promotores de la visita, pues su mayor interés es avivar el fervor religioso, así sea efímero y con escasa profundidad. Los saldos de la visita lo demostrarán.
Como parte de un recuento de Blancarte escribió, hace unos días: “La pregunta ahora es entonces cuál va a ser el papel que va desempeñar en la visita del papa Ratzinger el presidente mexicano. Se sabe que, como su antecesor, es un católico convencido, que no ha dudado en empujar a diversos organismos de la función pública a defender una moral católica. También que, en su imaginario, todo México es un país guadalupano, ignorando la existencia de […] millones de mexicanos que no comparten esa creencia. Está igualmente la tentación de convertir cualquier acto en un apoyo a su partido, en tiempos electorales. ¿Actuará con sensatez Felipe Calderón o ignorará, como su antecesor, el principio básico de distinción entre lo público y lo privado?”.
[7]
Los hechos prueban, una vez más, que la respuesta a la última pregunta es no, aunque como se ha dicho también en algunos ambientes,
México ya no es el mismo de hace 33 años, cuando un papa vino por primera vez, tal como resume Blancarte: “El país se ha democratizado, lo cual ha repercutido en un más amplio reconocimiento de los derechos humanos y, por lo tanto, en el derecho de las personas a la libertad de conciencia, a la libertad de creencias, a la libertad de tener convicciones éticas diversas y, por lo tanto, a practicar su religión o su agnosticismo, así como a tener preferencias diversas a las de la mayoría moral”.
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