Queda claro que reflexionar sobre cristianismo y política es algo complejo, y que no puede concluirse con apretar un botón en un teclado para que en la pantalla salgan resultados finales. El lenguaje, las percepciones, reconocer el espacio en que nos movemos, etc., requiere tiempo, lectura, conversación, aprender y aportar.
La misma frase “política cristiana” que alguno pudiere usar, está llena de equívocos.
Precisamente durante
el Medioevo en que el cristianismo tuvo dominio social en Europa, no ha dejado un modelo cristiano de política al que acudir ahora para encontrar soluciones a los problemas actuales. Comenzamos a ver un nuevo tiempo con la Reforma, pero queda casi todo por hacer. (Más cercano; la política que lleva a la Primera y a la Segunda Guerra mundial corresponde a naciones “cristianas”.)
Apuntemos algunas cuestiones,
desde la perspectiva de cómo se suele considerar a la esfera o ámbito político lo más importante de la sociedad: todo lo demás le está subordinado y queda a su servicio, todo existe para esa esfera, ella es la soberana. Esto es así también para los que, como hoy se da en Europa y aquí en España, consideran un desastre a la política: así ganan las elecciones para hacer la suya.
La Reforma, con su doctrina de la justificación por la fe, produce la gran revolución social de considerar a cada individuo con el mismo valor: igual de corrupto por el pecado, igual de justo por la obra de Cristo. Todos valen igual, por todos se ha pagado el mismo precio. Sus derechos no provienen de su nacimiento, de sus méritos, o del dictado de un monarca (eclesiástico o “político”), sino del Creador. Este es el fundamento de la política protestante. No entramos aquí en aspectos concretos, pero esto produjo guerras civiles religiosas.
Hasta ese momento, las guerras eran propias de los intereses de las distintas monarquías, entre coronas. A veces, por eso, se ganaban con casamientos entre sus miembros. El enemigo exterior era el Islam, contra el que cada corona cristiana tenía el deber de pelear. En la corona cristiana hemos de colocar con un guión a la corona (=Vaticano) eclesiástica.
Luego
estaba “el pueblo”, como cuerpo del rey, que no tenía existencia propia, sino siempre como súbdito. Podía cambiar de rey, pero no de condición. No hay sociedad: no hay individuos con derechos propios.
Con la Reforma eso empieza a cambiar, y se produce el conflicto. La espada ya no se levanta solo por una corona contra otra, sino por sectores del
pueblo.
Además, el aspecto religioso ha producido que las coronas “cristianas” ahora se peleen entre sí por defender modelos distintos. Este es el caldo de cultivo de la aparición del absolutismo clásico, del nacimiento de
un modelo del Estado moderno.
El absolutismo clásico puede verse en Jean Bodino, con su exigencia de un poder político incontestable (=soberano), precisamente como el único recurso para poner fin a las guerras religiosas dentro de su territorio.
El clima de revolución social impone la salvación en una doctrina que fundamente la acumulación de poder en una especie de centro soberano, desde el cual neutralizar el caos que supone un
pueblo libre. Para Hobbes, por ejemplo, el dios de la guerra civil y la revolución (=Behemoth), solo puede ser suprimido por el dios Estado (=Leviatán).
La crisis que se genera de necesidad donde existe un pueblo libre y con derechos individuales, la soluciona únicamente un Estado que sea como un dios soberano, con todo el poder y que su decisión sea la ley, no sometido a ninguna norma excepto su voluntad. Curiosamente, ese pueblo libre, fruto de la justificación por la fe que propone el calvinismo, es suprimido por un Estado que incorpora los atributos de soberanía absoluta del Dios Soberano calvinista. El lenguaje religioso forma parte de la publicidad de ese Estado moderno absolutista. El Estado, así sublimado, se presenta como esfera de salvación, por tanto, como la esencial, la más importante, a la que todas las demás deben subordinarse.
Lo “religioso” medieval (que absorbe todos los ámbitos) ahora se traslada a lo político, lo estatal. Cualquier razonamiento y deliberación de los individuos queda suprimido ante la
razón de Estado.
Cuando en Europa se está construyendo este modelo absolutista, las ideas de libertad que pretende suprimir están viajando al Nuevo Mundo. Será en el establecimiento de las colonias en América donde se apliquen (con todos sus matices problemáticos que se quiera) los principios de libertad individual que la doctrina de la justificación por la fe ha proporcionado. El fundamento no es fortalecer una sección o esfera para suprimir a las demás, sino hacer compatibles los fines propios de cada una. Eso es el Federalismo protestante. (Por supuesto, en Europa también quedaban parcelas donde fructifica ese modelo, sobre todo en las ciudades libres.)
Mientras que, por ejemplo, en Inglaterra se plantea la lucha política con la referencia de
mayoría y
monarca, es decir, se trata de impedir que el monarca decida contra la voluntad de la mayoría (“representada” en el Parlamento), en las colonias se trata de que el Parlamento (la
mayoría) no decida contra la voluntad de la minoría, los colonos asentados con un “pacto de asentamiento” que
ellos han elaborado y firmado; más aún, que la mayoría no decida contra un simple
individuo para privarle de los derechos que tiene conferidos por el Creador.
Donde no hay idea “federal” no puede haber respeto por el individuo. La aplicación de los principios bíblicos, produce (eso es lo que aquí propongo) una idea federal: un Estado donde el Ejecutivo sea consecuencia de la votación de la mayoría, pero que el Legislativo esté limitado por los derechos del individuo, siempre superiores a cualquier supermayoría parlamentaria. La comunidad política existe para proteger esos derechos, que son
previos y
universales.
No se trata, siguiendo con el ejemplo inglés, de tener derechos como
ingleses (así es incluso el título de alguna de las propuestas de esa época), sino como seres humanos. No son derechos
adquiridos por pertenecer a algo (eso serían, en todo caso, “privilegios”), sino en tanto que persona humana.
El próximo encuentro, d. v, seguimos esta reflexión, centrada en el Estado absolutista moderno, el soberano sobre todas las esferas de la sociedad. Han cambiado las formas y discursos, pero es el mismo Leviatán. Veremos esta situación en las propuestas de Carl Schmitt.
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