Lo de que algo “no tiene perdón de Dios” es una frase hecha que se ha convertido en muy popular en el último tiempo. Tanto quienes creen como quienes no creen se ven tentados en muchas ocasiones a pronunciarla (sin demasiado pudor, por otra parte, como otras tantas “muletillas” que incluyen el nombre de Dios en vano), para transmitir la idea de que ese “algo” es lo suficientemente grave como para justamente eso: que ni el mismo Dios pueda perdonarlo.
Sigue coleando de fondo esa idea absurda de que Dios es un Dios únicamente misericordioso y bondadoso que nada puede dejar sin perdonar. Cuando las personas se decantan por pronunciar una frase como la que mencionamos es, probablemente, porque la cuestión clama al cielo, nunca mejor dicho.
Y si Dios no puede perdonarlo, nadie puede.
Esa idea de fondo también está en nuestro inconsciente colectivo, plagado en este tema, como en tantos otros, de múltiples clichés, absurdos e imperfecciones. Ya habrán detectado seguramente las primeras (y eso que sólo acabamos de empezar a hacer nuestra consideración).
· Por una parte “Dios no existe”, pero “Si existe, lo perdona todo, ya que no es un Dios justiciero, sino pura y absoluta bondad” (¿Han percibido ustedes, por cierto, que lo que la Biblia diga al respecto es lo de menos?).
· Otra: “Lo que Dios no puede perdonar es aquello que es suficientemente grave, pero todo lo demás lo perdonará, porque Dios es amor”. Pero, ¿quién establece qué cosas son graves y cuáles no?
· “Algunas cosas, precisamente las graves, quedan fuera del alcance del perdón de Dios, que no es tan grande, por otra parte, como para abarcarlo.” ¿En qué quedamos entonces? ¿Dios existe o no? ¿Perdona o no? Y lo más importante de todo: ¿es Él quien establece lo que es falta o no, pecado o no, grave o no? ¿Dios es grande, inabarcable, pero no lo es Su perdón?
· ¿O será que,
en todo este “batiburrillo” que nos hemos montado lo que en realidad estamos haciendo es un Dios y un perdón a nuestra medida, es decir, a nuestra propia conveniencia para poder hacer lo que en definitiva queremos, que es lo que nos da la gana?
Ya intuirán ustedes que yo me he decantado por la última. Esta moda que se mueve ahora de que “las cosas no son como son, sino como yo las veo, lo que yo decido que sean”, “el poder de la mente” y demás memeces, han llevado también a considerar en los mismos términos absurdos las cuestiones relacionadas con Dios y Su relación con el ser humano.
Vamos, que esa idea basada en nada de que “si yo creo que Dios lo perdona todo, porque Él es misericordioso, eso es así y punto” nos valdrá para sosegar nuestras conciencias momentáneamente, pero no resuelve la cuestión de cara a la eternidad ni mucho menos.
Tampoco es tan de extrañar que esta concepción de Dios abunde tanto. En una sociedad en que sus miembros hacen simple y llanamente lo que les da la gana, en que nada tiene valor en sí mismo, sino el que cada cual le da, y en que cada uno hace, como ya antaño ocurría con Israel “lo que bien le parecía”, no nos interesa un Dios como el de la Biblia. Queremos uno que lo perdone todo. Pero somos tan tontos…
¿Desde cuándo soñar, creer o afirmar que algo es cierto lo convierte en verdadero? Vamos, que si yo creo firmemente que al tirarme precipicio abajo nada me ocurrirá, efectivamente nada sucede. ¿Nos damos cuenta de lo absolutamente absurdo de este razonamiento o, permítanme la broma, preferimos creer que es una deducción inteligente? Igual si lo creemos con suficiente fuerza, se convierte en realidad…
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Dios es un Dios misericordioso. Mejor dicho, es el único Dios y es, además, misericordioso. Pero es también un Dios justo y dice la Biblia que “no puede ser burlado, que eso que el hombre (y la mujer) sembraren, eso también segarán” (Gálatas 6:7). Eso sí, ¡qué coincidencia! Empieza con un contundente y sonoro “No os engañéis”. Quizá es por algo, ¿no les parece? Igual es que esa es nuestra tendencia y siempre lo fue. Parece los muchos años de evolución no han cambiado nuestro corazón después de todo. Preferimos creer, sin embargo, que las cosas no serán así. ¡Qué gran sorpresa nos llevaremos si permanecemos en esa postura!
En las Escrituras se nos habla de que no hay pecado o falta demasiado grave que el Señor no pueda perdonar. Sólo la falta de arrepentimiento. Quien no se arrepiente no quiere restaurar la relación con Dios y, por lo tanto, rechaza el regalo del perdón. ¡Claro que es un regalo! Pero hasta el regalo más pequeño ha de ser aceptado para ser disfrutado.
Si lo pensamos detenidamente, cuando hay arrepentimiento no importa el “color” de nuestro pecado. Es pecado y punto. Incluso el criminal que estaba colgado a uno de los lados de la cruz junto a Jesús recibió de Él en los últimos momentos las cálidas palabras “Esta noche estarás conmigo en el paraíso”. No le había dado tiempo a hacer buenas obras, ni a bautizarse, pero Jesús recibió de Él lo único que reclama de nosotros para salvación: arrepentimiento.
Es en ese sentido que la salvación es completamente gratuita: no cuesta nada más que ese arrepentimiento genuino, sentido y sincero. Pero no es COMPLETAMENTE gratuita en el sentido de que no cueste ABSOLUTAMENTE NADA. Dios sigue pidiendo nuestro arrepentimiento y eso ya es algo. ¡Justo el “algo” que tantas veces no queremos dar! “¡Ahí está la trampa!” –dicen algunos. “Al final esto no podía ser gratis”- exclaman con decepción. Porque es cierto que no se paga un precio como el que estamos acostumbrados a ofrecer por otras cosas, en forma de favores, promesas, obras o incluso dinero. Eso probablemente nos resultaría incluso más fácil. Lo que Dios pide es que nos humillemos para llegar a Él en una actitud y corazón arrepentidos y eso, amigos míos, es justo lo que más nos cuesta entregar. Nos sentiríamos mucho más cómodos haciendo mil y una cosas a lo largo de nuestra vida a cambio de la salvación. El gran problema es que todas esas cosas son, ante un Dios Santo como nuestro Dios, como trapos de inmundicia y suciedad ante Sus ojos. En definitiva, un verdadero insulto.
Hoy está muy extendida la frase “Yo no me arrepiento de nada”. Esa es justo la filosofía de esta época. Y parece que diciendo eso nos asiste la verdad. “Si lo creo firmemente, si lo repito con convicción, si incluso convenzo a otros de que esto sea verdaderamente cierto, no puede ser mentira. He sido sincero y Dios no puede castigar a quien es completamente sincero y honesto en sus planteamientos.” ¡Craso error! Cuando queremos que Dios cumpla Su parte del trato sin cumplir nosotros la nuestra le estamos tomando por tonto, perdónenme. Y nosotros mismos, los que creemos, a menudo ni sabes qué contestar ante argumentaciones de esta clase. Dios perdonará sin medida cuando se hayan cumplido los mínimos que Él ha establecido y esos mínimos no pasan sino por el arrepentimiento de pecados, la petición de perdón al único que puede darlo y la aceptación del sacrificio de Cristo como única manera de llegar a la gracia. No se puede llegar a ella sin culpa, ni contrición de espíritu, ni arrepentimiento. No es posible. Eso no es lo que Dios ha establecido.
¿En qué Dios creen esas personas tan “sinceras” entonces? Creen en el Dios que se han creado a medida, uno que lo perdona todo y mirará para otro lado en vez de demandar santidad porque Él es tres veces santo. Pero ese no es el Dios de la Biblia y es, sin embargo, con quien nos encontraremos cara a cara cuando Él nos llame a Su presencia. Si vamos a ser juzgados por Él, y eso es un hecho, será según Sus normas, no según las nuestras. Y eso implica que el tiempo para reconsiderar bajo qué normas estamos jugándonos la eternidad es este.
Cuando llegue el momento de rendir cuentas se nos valorará en función de nuestra decisión aquí. Unos habrán decidido acogerse a su propia autosatisfacción y conformismo respecto a sí mismos (no necesitaban arrepentirse según su propia opinión) y serán juzgados según la ley. Es decir, se les pedirá que demuestren que han sido en vida perfectos por sus propios medios. ¿Quién podrá sostenerse en pie en esas condiciones? Esto es algo que todos debiéramos preguntarnos.
La otra opción consiste en reconocer que por los propios medios no es posible agradar a Dios y que no podemos presentar perfección si no es acogiéndonos al sacrificio de Cristo. Ahí Dios deja de mirarnos a nosotros para ver a Cristo y lo que ve en Él es lo que le agrada completamente, en toda su plenitud y santidad. Arrepintiéndonos le decimos “Mírale a Él y no a mí. En mí no hay nada bueno y no puedo agradarte por mis medios. Todo lo que yo he hecho, incluso las cosas que me parecen mejores, son como basura delante de ti. Me arrepiento de no ser lo que debería y podría ser. Pero en Cristo puedo”. Y en esa declaración Dios se agrada tan profundamente que está dispuesto a perdonarlo todo. Ya lo hizo en su momento cuando la persona pidió perdón y esa decisión se mantiene hasta el día en que se siente ante el tribunal de Cristo, no para ser condenada, sino salva por Su gracia. ¿No es entonces maravilloso el papel que tiene el arrepentimiento?
¿No merece la pena el arrepentimiento? Lo contrario es soberbia, y la Biblia es bien clara al respecto. Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes (Santiago 4:6). Tantos y tantos que hoy se llenan la boca hablando de su sinceridad y su honestidad, a quienes no les importa hacer daño a diestra y siniestra siempre que sean sinceros, “de ley”, que se dejan llevar por sus emociones y sentimientos diciendo “mis sentimientos son puros porque los siento intensamente”, que dicen ante todo “No me arrepiento de nada, ni hay que mirar atrás, porque no hay nada más triste que arrepentirse en la vida”, tienen una felicidad con fecha de caducidad muy corta. Sólo se engañan a sí mismos. De hecho, piénsenlo por un momento, esa es la típica frase que se dice cuando se ha hecho mal, mucho mal, cuando uno se sabe responsable de un mal y ha de convencer o justificarse delante de otros. Pero no nos engañemos: Dios no puede ser burlado y todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.
Si tú que lees estas líneas sigues posicionado en una situación de autosuficiencia y te reafirmas en no arrepentirte, es una opción, no voy a discutírtelo. En realidad puedes hacer lo que quieras. Dios te permite hacer uso de tu libertad. Eso siempre fue así. Pero no sale gratis. No pretendas que Dios juegue con tus reglas. Él no se doblega ni ante ti ni ante mí. Sólo cede en Su ira por el pecado, tu pecado y mi pecado, ante un corazón verdaderamente arrepentido.
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