Cuando pensamos en la vocación, en general, y en la política en particular, asumimos que estamos ante un terreno propio del tiempo actual de salvación. Es decir, corresponde a la nueva situación de ir “a todas las naciones”. Por supuesto que antes se pueden encontrar ejemplos de vocación. Pensemos en José, en Daniel, en la actividad de los Macabeos, etc. Jonás es modelo de una vocación particular, de un “encargo” específico (unido a su condición de profeta); luego está que se elija ir en paz o en pez a su cumplimiento, pero, al final, en estos casos siempre se acaba en medio de Nínive.
Más en concreto, tenemos que acercarnos a la época de la Reforma Protestante para ver esta cuestión. Luego se paraliza, casi se seca (como otras parcelas), y volvemos a encontrar su tratamiento, ya con muchos pormenores, en el siglo pasado.
No vamos, sin embargo, a pararnos en una situación con circunstancias de otro tiempo, (la de las colonias americanas es muy valiosa) sino ver las extensas posibilidades de nuestro presente para conocer y aplicar el excelente don de la gracia divina que supone la vocación política. Y lo hacemos desde el reconocimiento de la autoridad suprema de la Escritura para guiarnos en toda buena obra (también en la esfera política, claro está).
Que sea necesario llegar a la Reforma para encontrar la vocación política, se debe a que, por razones que ahora no viene al caso mentar, el desarrollo del cristianismo en los primeros siglos configura una transustanciación del Imperio romano en la Iglesia de Roma, y hasta que los muros de esta, como un nuevo romper las fronteras (en este caso no por los “bárbaros”, sino por los “herejes” del norte), no empiezan a caer, no se liberan las esferas que Cristo hizo libres, pero que la estructura eclesial había encadenado. Hasta ese momento, con fricciones conocidas, la autoridad civil tenía su validez en ser un espacio de servicio bajo la autoridad eclesiástica (que, al mismo tiempo, era un poder civil, con su territorio, leyes, intereses propios y ejércitos). La única
vocación posible era la de servicio a la Iglesia, o
en la Iglesia. (Existen iglesias evangélicas donde pervive esta noción.)
El tiempo y el espacio presente de nuestra historia se habían convertido en un
camino para cosechar el mérito necesario con el que ocupar un puesto en el más allá. La
ocupación en el tiempo y el espacio actual era, de necesidad, un impedimento para obtener sitio en el otro lado. El
trabajo, la
ocupación, la
profesión, en las cosas de aquí abajo, se consideraban impedimentos para la vida cristiana (=órdenes mendicantes), o, todo lo más, un instrumento para ayudar a la única “profesión” válida, la eclesiástica, la del templo o monasterio. [Todavía en el ideario cultural de nuestra lengua, la primera imagen que se asocia con “vocación” o “llamamiento” es la religiosa.]
Cuando se trata sobre la vocación política, es normal que se citen los trabajos de Max Weber (incluso tiene una conocida conferencia dictada con el título de “la política como vocación”). Aunque se suele identificar a este autor con la referencia de su ensayo famoso: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, nos importa sobre todo por el método que propone para conocer la realidad social.
Rechaza que la sociedad humana pueda ser medida por el método científico matemático, pues la propia naturaleza del objeto impide que se pueda contar la acción (y reacción) humana por medio de la estadística. [Si alguien quiere algunos indicadores sobre este tema, puede meter en un buscador el término “antipositivismo”.]
Esto creo que es fundamental, pues el cristiano tiene que analizar la sociedad desde la perspectiva de su conocimiento de la Revelación Escrita, y con ella precisamente se eliminan los métodos “mecánicos” para la acción humana, la cual es compleja y variable. Es doblemente importante este asunto en la actualidad porque, con independencia del color político, hoy es común en los gobiernos de nuestra zona colocar el método matemático, la estadística, como la luz que guía la acción de gobierno para la economía, la sanidad, la productividad, las inversiones, etcétera. La primera tarea de la vocación política cristiana debe ser la reforma del lenguaje, los cambios de paradigma sobre el objeto y los medios de la
acción política.[Hoy estamos de buscadores. Metan si les parece en un buscador: “acción política” (seguramente saldrá algo del autor de izquierdas Paolo Virno, y quizá algo de autores liberales de la escuela austriaca), y si les queda tiempo, metan “oclocracia” o “multitud”. Son asuntos que están en el terreno en el que reflexionamos como cristianos.]
Con Max Weber también nos aprovechamos de su estudio sobre la vocación (=beruf), que él recoge por primera vez en Lutero, porque puede ayudar a lo que quiero subrayar: la cercanía, pero no identidad, entre deber y vocación. Weber propone que el modelo de vida cristiana protestante no estaría ya en la superación de lo terreno, lo “bajo”, con su “moralidad” propia, por medio de la ascesis monástica, sino precisamente en el cumplimiento de los deberes que a cada uno impone su situación, el lugar que ocupa en la vida aquí abajo, que, por eso mismo, se convierte para esa persona en “profesión” (=
beruf).
Cumplir mi deber aquí en la tierra, se convierte en mi profesión, y cumplir con mi profesión es mi
deber cristiano; pero la palabra también se puede traducir por “vocación”,
así que mi deber es mi vocación. En este momento nos hallamos ante la idea de mecanismo, de fábrica, de producción en cadena [Donde, dicho sea de paso, no cabe la
acción vocacional que propongo en estas reflexiones.], donde el sitio, el lugar que se
ocupa, es una pieza dentro de un mecanismo. El deber es actuar como esa pieza
debe funcionar. Eso, por sí mismo no es negativo, es el fundamento del “trabajo en equipo”, pero la idea de “lugar que se ocupa” es todavía muy estamental, refleja el modelo de sociedad que precisamente el tipo de vocación política que aquí se propone debe transformar.
El concepto de vocación reducido a simple “cumplimiento del deber”, es válido para muchos casos, pero aquí se propone la vocación política con un horizonte muy superior. En un sentido, por el enorme bien que puede producir, se compararía a una vocación ministerial (seguramente por eso en ambas hay tanta falsificación). Este matiz diferencial puede notarse en la propia impresión ética que provoca en nuestro lenguaje la traducción de
beruf por “profesión” o por “vocación” en la frase: “la política como
profesión”, con su carga más negativa que “la política como
vocación”. No se trata de pararnos en disquisiciones sobre la riqueza de una palabra u otra, sino de considerar esta cuestión como cristianos.
Es evidente que,
como cristianos, tenemos que cumplir con nuestro deber “según el lugar que ocupemos”. No se trata de gusto por hacer algo, sino de que nos guste cumplir con nuestro deber. Esto es algo aplicable en general. Ya tenemos un sitio, una parcela ocupada, y es nuestro deber “ocuparnos” de los
deberes que le son propios. En este sentido, nadie está en el “paro”, no existe nadie
desocupado. Como padres, hijos, abuelos, estudiantes, maestros, mecánicos, peluqueros, etc., todos tenemos un lugar al que corresponden unos deberes (vale, también unos derechos). El concepto de vocación política que usamos en estas reflexiones no se refiere a
un lugar ya existente donde cumplir sus deberes, sino a la creación, transformación y progreso de la esfera social para que se puedan disponer de
sitios, de
ocupaciones en libertad social para desarrollar los dones que el Creador ha conferido a cada uno. Conociendo y aprendiendo de todo lo realizado en el pasado, está casi todo por hacer, el horizonte es amplísimo. Ahora es el tiempo.
Que somos peregrinos. Claro. Que nuestra vida está escondida con Cristo en el cielo. Claro. Eso aquí precisamente no se olvida, al contrario, está en cada letra que se escribe. Miren, lo aclaramos en el próximo encuentro, d. v., con “El progreso del peregrino”, de Bunyan, como referente. Si no lo han hecho antes, lean esta obra; hay traducción clásica de Carlos Araujo de libre disposición en internet.
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