La pregunta que se hace en esta oportunidad es resultado de la observación de los preparativos para la visita del Joseph Ratzinger a tierras mexicanas dentro de algunas semanas.
Ciertamente algunas personas se han expresado en contra de este viaje pues implica, algunos dirán que de manera inevitable, el desembolso de recursos gubernamentales en todos sus niveles para favorecer únicamente a la iglesia católica, la principal interesada. Sin el carisma de Karol Wojtyla, Ratzinger se presentará en el estado de Guanajuato, una provincia mexicana con un altísimo porcentaje de población católica, bastión reconocido de esa religión y gobernada por Acción Nacional, el partido de derecha en el poder desde 2000.
El hecho de que Benedicto XVI no encabece ningún acto en la capital del país ha sido interpretado no tanto como un desaire sino como una manifestación de rechazo hacia algunas de las políticas desarrolladas por el gobierno de centro-izquierda, es decir, las relacionadas con la interrupción de embarazos y las uniones de personas del mismo sexo. Los organizadores de la visita, al optar por llevarlo a dicha entidad, parecen dar la razón a quienes insisten en calificarla como un intento por reforzar la presencia católica en el contexto de las próximas elecciones presidenciales del 1 de julio. También se ha dicho que viene a apuntalar la alicaída campaña de Acción Nacional y la escalada contra el artículo 24 constitucional cuya reforma se discutirá después de su visita.
Bernardo Barranco ha señalado uno de las principales debilidades de esta visita, pues, al parecer, Ratzinger no ha agendado una reunión con las víctimas de abuso sexual por parte de algunos sacerdotes. Esto resultaría particularmente sensible tratándose del país de origen de Marcial Maciel, fundador de la orden de los Legionarios de Cristoy cuya vida disipada desenmascarada luego de su muerte ha significado un enorme escándalo y el colateral descrédito para cuanto huela a catolicismo en amplios sectores de la población. Barranco destaca el hecho de que en algunos países europeos que ha visitado, Ratzinger no sólo se ha reunido con personas así (y con sus familias) y hasta ha derramado lágrimas de dolor por lo sucedido, como en Malta. Barranco agrega: “¿Es una señal u omisión imperdonable? Es un agravio que se suma al desprecio que durante décadas sufrieron las denuncias de ex legionarios por parte de la burocracia de la Iglesia y la complicidad de poderes fácticos como empresarios y políticos mexicanos, así como muchos medios de comunicación”.
[1]
A críticos acérrimos de estos temas, como Fernando González, investigador de la Universidad Nacional, quien ha dedicado estudios sólidos a esa institución religiosa, les ha llamado la atención que el máximo dirigente católico mundial actúe de manera tan distinta (y hasta discriminatoria) con la población mexicana y que se deje pasar un instante tan simbólico para mostrar su preocupación por subsanar las heridas profundas que ha dejado el caso y que en países “primermundistas” ha obligado a los episcopados a pagar enormes sumas como indemnización. González ha señalado insistentemente la complicidad del cardenal Norberto Rivera Carrera con Maciel y esta línea de silencio llega hasta Ratzinger también.
[2]De modo que a eso tampoco viene predominantemente Ratzinger, pues lo que se explotará indiscriminadamente será el peso político de su estadía.
González advierte que con la visita papal, ambos, Calderón y el Vaticano saldrán ganando, puesto que la relación entre el primero y la jerarquía católica no ha sido tan tersa: “¿Cuál es su relación? de pros y contras. La Iglesia Católica sacó cosas, Felipe les ayudó, pero al mismo tiempo Felipe no puede dejar de ser el Presidente de todos los mexicanos y entonces tiene que estar jugando una de cal por una de arena, moviéndose entre sus convicciones, haciéndose para atrás y volviendo a sacar la cara”.
[3]Este investigador sugiere que al reunirse con Benedicto XVI, Calderón le presentará la reforma constitucional como un logro sumamente agradecible por parte de la iglesia católica.
A los frecuentes embates contra la laicidad del Estado mexicano, Ratzinger agregará seguramente otro bombardeo mediático, la llamada papolatría, que inundará día y noche las pantallas televisivas.Esta publicidad tan intensa y machacante de la fe católica en los medios de comunicación no contará con la imagen de un dirigente religioso cuya fuerza, en el caso de Wojtyla, radicaba más en la eficacia de sus gestos que en el impacto verdadero de su discurso, tan ligado como estaba a la temporalidad de los rituales masivos que lo acompañaron en sus varias visitas al país, identificado claramente como un “reservorio religioso” ante el crecimiento de lo que el actual papa denomina “relativismo” existencial.
Sus ataques a la manera en que las sociedades se han secularizado no dejan de sorprender, sobre todo si se recuerda el diálogo que llevó a cabo con un filósofo de la altura de Jürgen Habermas, publicado en México por el Fondo de Cultura Económica.
[4]Las ideas teológicas de Ratzinger, tan lejanas del común denominador de creyentes católicos mexicanos no son las que estarán en juego, debido a la escasa difusión que los propios medios otorgan a esa vertiente de su trabajo eclesiástico. Se echará mucho de menos las aportaciones teológicas “en vivo” del jerarca católico, y se tendrá que recurrir a lo que ha publicado y que no es poco, dicho sea de paso. Su papel como dirigente ha oscurecido, a pesar de lo controversial de su trabajo, sus notables aportaciones.
Bien valdría la pena cerrar este artículo con sus propias palabras, justo del tipo de las que harían muy bien en atender las cúpulas católicas mexicanas:
…debo añadir que esto no puede ser la misión inmediata de la jerarquía eclesiástica, que consiste en proclamar el núcleo central del evangelio., el contenido esencial de la fe en cuanto tal, y de este modo despertar la conciencia de los cristianos. Son éstos quienes luego, partiendo del evangelio en cuanto cristianos, pero con responsabilidad libre y personal, deben librar la batalla del evangelio y para ello deben asociarse del modo más conveniente. Me parece muy importante el resaltar ambas cosas: en primer lugar la obligación que la fe impone frente al poder y que es un deber real, y, en segundo lugar, la no identidad de la iglesia con el programa político, partidos políticos o asociaciones políticas. La iglesia no puede convertirse en un partido. La fe no debe degenerar en pura política, sino que ella crea precisamente el espacio de la libertad en el cual luego los hombres cumplen su obligación política.
[5]
[1]B. Barranco, “Benedicto XVI no recibirá a las víctimas de Maciel”, en
La Jornada, 29 de febrero de 2012,
www.jornada.unam.mx/2012/02/29/opinion/027a2pol. [2]Sanjuana Martínez, “Documentan protección del cardenal Norberto Rivera a Marcial Maciel”, en
La Jornada, 21 de marzo de 2010, p. 34,
www.jornada.unam.mx/2010/03/21/sociedad/034n1soc. González es autor de los libros:
Marcial Maciel. Los Legionarios de Cristo: testimonios y documentos inéditos (México, Tusquets, 2006) y
La iglesia del silencio. De mártires y pederastas (Tusquets, 2009). [3]“El papa en México: ¿una visita negociada?”, en
www.vivelohoy.com/noticias/mundo/8066006/el-papa-en-mexico-%C2%BFuna-visita-negociada, 6 de febrero de 2012.
[4]J. Habermas y J. Ratzinger,
Entre razón y religión: dialéctica de la secularización. México, Fondo de Cultura Económica, 2008 (Cenzontle).
[5]Teófilo Cabestrero,
Conversaciones sobre la fe. Salamanca, Sígueme, 1977, p. 193.
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