El estudio histórico del protestantismo mexicano tiene muchas facetas. Una de ellas es cómo desde fuera se le percibe, que evaluación hacen quienes lo ven con simpatía. Otra percepción exógena, tal vez la más común, es la que hasta el día de hoy permanece, consistente en considerar al protestantismo en México (y el conjunto de América Latina) una especie de intruso indeseable.
Estoy inmerso en una investigación sobre la génesis del protestantismo mexicano en el siglo XIX. Para ello estoy revisando cuidadosamente la prensa de la segunda mitad de esa centuria. Los hallazgos, abundante por cierto, van a formar parte de un libro. Por ahora
reproduzco un editorial titulado “Estadística del protestantismo en México”, publicado el 10 de julio de 1890, en el diario liberal El Siglo XIX. Es interesante la mirada de entonces, he aquí cómo describía al protestantismo que en México tenía, entonces, tres décadas de existencia:
Ya en otra ocasión hemos presentado a nuestros lectores un paralelo del catolicismo y el protestantismo, dándole cierta preferencia a éste último, por acercarse algo más a las doctrinas del libre pensamiento. Por lo demás ya los lectores saben lo que opinamos de todas las religiones en general, la mejor de la cuales vale bien poco a la luz de la filosofía.
Sin embargo, cuando puede elegirse, conviene aceptar de los males el menor, y entre el peligro de tener solamente una religión intransigente por carácter como la católica, y el inconveniente de ver propagarse los errores protestantes, que en cambio producen el benéfico resultado de la tolerancia forzosa, preferimos, como en materias económicas, la competencia al monopolio de las conciencias.
No es porque supongamos que la competencia mejore notablemente las instituciones religiosas, pues siendo todas radicalmente malas, desde el momento en que se basan en dogmas erróneos, no es de esperar en ellas aquella mejoría; pero la lucha precipitará su evolución, y ésta las hará desaparecer.
Además, el protestantismo necesita que sus adeptos se impongan de la Biblia, necesita enseñarlos a leer, y cuando sus educandos se conviertan más tarde en apóstatas, siguiendo la corriente del siglo, conservarán siquiera una herencia, la de la instrucción elemental.
Tenemos a la vista una obrita de unas 640 páginas, intitulada Manual de las relaciones industriales y comerciales entre los Estados Unidos y la América Española, escrita por Tomás Savage, persona que estuvo en el servicio consular de la vecina República del Norte en varios países hispanoamericanos.
De esa obrita, publicada en San Francisco, California, vamos a tomar los siguientes minuciosos datos respecto del origen del protestantismo entre nosotros y del estado que guarda en la República. Helos aquí para delicia de los periódicos clericales, que ya quisieran poder presentar el estado del catolicismo en México con la exactitud que ofrecen las cifras:
“Es verdad, leemos en ese libro, que la religión católica romana es la que prevalece en México, y que la Iglesia está gobernada por un cierto número de arzobispos y obispos; pero la Iglesia y el Estado son independientes entre sí, y la ley reconoce la más absoluta libertad en las creencias religiosas. Hay más de 60 iglesias protestantes con unos 20 mil asistentes. Según nos dice el reverendo Juan W. Butler, de la misión metodista episcopal en la ciudad de México, el protestantismo debe su existencia en el país a la semilla diseminada por los
colporteurs o buhoneros que siguieron al ejército americano en su marcha por la República en 1847 y 1848, pero el primer misionero protestante que entró a México, o más bien, la primera misionera protestante que entró en México, fue la señorita Matilde Rankin,
[1] allá por 1860. Después de adquirir la lengua española en Brownsville [Texas], bajó ella hasta Monterrey; en donde estableció una escuela para internos y externos. Más tarde envió a los pueblos y aldeas a sus discípulos más capaces, con escritos religiosos y Testamentos, bien instruidos en el modo de catequizar. El resultado de estos trabajos fue que en corto tiempo había ya catorce congregaciones protestantes. En 1868 se dio principio a un movimiento a para constituir una iglesia cristiana distinta de Roma;
[2] en 1869, mediante el auxilio de los protestantes de los Estados Unidos, quedó organizada la Iglesia de Jesús en la ciudad de México. Esta iglesia protestante tuvo su origen en un movimiento espontáneo entre los católicos romanos de México, quienes sostenían que ellos estaban pura y simplemente sirviendo la primitiva esencia y liturgia de la iglesia cristiana de España, a fin de asegurar ‘mayor libertad de conciencia, un culto más puro y una iglesia mejor organizada’. El número de miembros creció con rapidez bajo la dirección del obispo Henry C. Riley, quien fue consagrado por la iglesia protestante episcopal de los Estados Unidos, cuya iglesia y la de Inglaterra han dado apoyo a esa producción indígena. Las sectas protestantes entraron formalmente en México hasta 1870, en cuyo año y desde entonces han establecido misiones, en partes del país, representantes de la iglesia metodista episcopal del norte y sur, cuatro ramas de la iglesia presbiteriana, y ambas ramas de la anabaptista, la congregacional, y dos conferencias anuales de los cuáqueros. Como resultado de sus esfuerzos unidos dan a mediados de 1888 los siguientes números: números de centros de operación, 90; número de congregaciones, 406; número de misioneros ordenados fuera del país, 52; misioneros auxiliares del extranjero (no ordenados y las esposas de los misioneros ordenados y auxiliares), 46; número de maestras extranjeras, 43; número total de colaboradores extranjeros, 131. Número de maestros nativos ordenados, 88; número de maestros no ordenados, 65; maestros naturales del país, 65; total de colaboradores del país, 301. Gran total de colaboradores nativos y extranjeros, 462. Número de sociedades eclesiásticas, 177; número de asistentes, 13 mil; adictos probables, 30 mil. Número de escuelas de instrucción y teológicas, 10; alumnos en ellas, 75; escuelas para internos, y asilos para huérfanos, 15; alumnos en dichos establecimientos, 687, de estos, 242 son mantenidos por las juntas misioneras, y 158 por recursos indígenas. Número de escuelas primarias, 71; número de niños que asisten a ellas, 2,187; total recibiendo instrucción, 2,516. Número de escuelas dominicales, 199; maestros, etc., de escuelas, 367; alumnos en las escuelas dominicales, 4,817; número de casa de publicaciones, 8; periódicos que publican, 10; páginas de literatura religiosa desde el establecimiento de las prensas evangélicas en el país, 49,471,095. Número de iglesias, 73; valor aproximado de los edificios, $333,400; número de casas para los pastores, 39; valor aproximado, $93,260. Número de edificios para educación, 16; su valor aproximado $147,200; valor de material de imprenta $39,500.
Valor total de los bienes de las misiones, $594,260. De los edificios arriba citados, 16 capillas e iglesias fueron construidas sin el auxilio de las juntas de misioneros fuera del país; diez y nueve de ellas recibieron algún auxilio: Cincuenta y nueve individuos sufrieron muerte violenta por causa de su profesión de fe; de ellos, dos fueron americanos; de los maestros nativos, algunos son hijos de colaboradores extranjeros; 9 son hijos o hijas de ministros misioneros de los Estados Unidos. Se notará que hay 10 institutos para la preparación de instructores y predicadores. El clero católico continúa su hostilidad a los protestantes, y como tiene un influjo dominante sobre la clase obrera, frecuentemente amenaza con la excomunión a los que trabajan para los protestantes. El establecimiento de iglesias protestantes ha sido favorecido por el gobierno nacional, quien hace pocos les dio un hermoso edificio en la capital”.
Dejamos a nuestros lectores los comentarios a que se prestan las cifras y datos que hemos transcrito.
No se escapara a su observación, que mientras las misiones protestantes han establecido asilos para huérfanos, periódicos y escuelas, difundiendo la luz de la instrucción entre algunos miles de niños, el clero romano, que no solo dista mucho de hacer otro tanto en proporción, sino que frecuentemente solo se ocupa en conservar o fomentar la ignorancia, las supersticiones, y el fanatismo, es el responsable en pleno siglo diez y nueve, de la sangre de cincuenta y nueve víctimas del furor religioso de los descendientes de Torquemada.
[2]En realidad los antecedentes son de 1861. En 1864 iniciaron las reuniones, en la capital del país, de la Iglesia Mexicana,
La Buena Lid, octubre de 1896, p. 4.
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