Ahora que falta exactamente un mes para que esté de nuevo por tierras latinoamericanas Joseph Ratzinger, el brillante teólogo, es el momento oportuno para darle la bienvenida que se merece en cuanto tal, no en cuanto el otro cargo que ejerce tan polémicamente, el de obispo de Roma, primado de la cristiandad católica.
Y esto es así, porque escribir desde México resulta altamente comprometedor dado el grado de suspicacias que genera su viaje a Guanajuato, entidad gobernada (y dominada) por el partido filo-católico en el poder, Acción Nacional, el mismo de Felipe Calderón Hinojosa, en fechas pre-electorales con el fin, aparente, de apuntalar a este organismo en su búsqueda por permanecer otro sexenio en el poder.
No sería la primera vez que Ratzinger pretenda influir en los asuntos internos de uno de los mayores “países católicos” del planeta, si hemos de repetir la fórmula (o lugar común, mejor) pues hace tiempo, en pleno debate sobre la interrupción del embarazo en la capital mexicana lo hizo a control remoto, aunque sin mayores resultados.
[1]
En su segundo viaje a América Latina (antes estuvo en Brasil, en 2007), su visita estará marcada por la coyuntura política que, en México, está ligada a la posible modificación del artículo 24 de la Constitución, el cual se refiere a la libertad de culto y no, como insiste tanto la iglesia Católica, a la “libertad religiosa”.Para presionar a los legisladores, el Episcopado ha llevado a cabo una fuerte campaña que ha sido denunciada por diversos analistas. Uno de ellos, Roberto Blancarte, promotor permanente de la laicidad,
[2] se ha expresado en términos muy directos sobre la beligerancia episcopal y la connivencia de algunos funcionarios del gobierno y sobre sus implicaciones para las demás iglesias del país:
Algunas personas se preguntan ¿
por qué las iglesias minoritarias se oponen a la noción de libertad religiosa?, ¿por qué dicen que la pretendida reforma constitucional va a culminar en más privilegios para la Iglesia católica?, ¿por qué se han unido a intelectuales, líderes de opinión, liberales, masones y a los muchos católicos que no están de acuerdo con su jerarquía? La respuesta es simple: porque no les gusta la obvia complicidad que existe entre el Episcopado católico y una parte de la clase dirigente del país, porque eso lesiona el crucial principio de separación entre el Estado y las iglesias y porque ello afecta la noción esencial de igualdad en el trato a las agrupaciones religiosas y a los creyentes, así como la no discriminación.
[3]
Y es que luego de una especie de marasmo ocasionado quizá por el inicio de año, aunque las manifestaciones contra esos cambios aumentan cada día por todas partes,
se dio a conocer el 1 de febrero un documento plural, “Declaración ciudadana México laico. En rechazo a la reforma del artículo 24 constitucional” (www.forocivicomexicolaico.org), para pronunciarse en contra de los cambios apoyados por la jerarquía católica, firmado por un grupo amplio de iglesias y asociaciones religiosas, especialistas e investigadores, además de 445 líderes religiosos, en su mayoría evangélicos, y otras 1 356 firmas de Asociaciones y ministros religiosos, Asociaciones Civiles, universidades e instituciones educativas, catedráticos, servidores públicos, etcétera. El documento llama la atención a tres aspectos principales de dicha reforma: su intencionalidad, el desmantelamiento del Estado laico; su manipulación, a partir del concepto de “libertad de religión”; y sus consecuencias, la afectación de las libertades de las minorías religiosas. Éste es el contexto inmediato de la visita papal a México.
Otro dato a tomar en cuenta es que, al asomarse en alguna buena librería católica es posible encontrarse con una mesa plagada de las obras teológicas de Ratzinger, desde
Introducción al cristianismo (1969) hasta
Fe, verdad y tolerancia: el cristianismo y las religiones del mundo (2005), sin olvidar .
Teoría de los principios teológicos. Materiales para una teología fundamental (1985) o
Un canto nuevo para el Señor: la fe en Jesucristo y la liturgia hoy (1999). Su tarea docente en Freising, Bonn, Münster, Tübingen y Ratisbona hizo época. Y tampoco se puede hacer a un lado su trabajo en la revista
Concilium, en donde coincidió con otros teólogos como Hans Küng, con quien tiene actualmente una pésima relación. Ciertamente, su paso como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1981-2005) hizo que su perspectiva teológica se hiciera más conservadora y lo colocó en una posición dogmática con muy escaso margen de negociación, dadas las características censoras de ese organismo. Cuando asumió el poder vaticano, saludamos su llegada en el mismo tenor de reconocimiento de su amplia labor teológica,
[4] pero lamentando, primero, que abandonaría su labor como escritor, cosa que no ha sucedido pues ha publicado dos libros ya sobre Jesús (
Jesús de Nazaret, 2007; y
Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección, 2011), recibidos no sin cierta controversia.
Porque así es como querríamos verlo desde otras iglesias: exponiendo una cátedra de teología en un espacio académico, dispuesto al diálogo y el intercambio fecundos, y lejos de posturas unívocas o absolutistas. Pero lamentablemente su investidura papal lo alejará nuevamente de esa experiencia y fiel a la tendencia vaticana de las últimas décadas, se dejará conducir por el furor mediático y la atracción masiva. Es una lástima que ni sus propios correligionarios conozcan a fondo el calado de su reflexión teológica y, peor aún, de la posibilidad de que esa reflexión influya en los cambios que el catolicismo mexicano necesita urgentemente, hoy que la feligresía es nuevamente “tutelada” por sus obispos de turno, enemigos de la sana convivencia interconfesional e interreligiosa. Damos, pues, la bienvenida al teólogo, pero no al dirigente eclesiástico ni al jefe de Estado que no duda en intervenir abiertamente en las cuestiones políticas de un país que, a pesar de todo, sigue
descatolizándose a marchas forzadas
[2]Blancarte anunció recientemente la aparición del libro
Nuestra laicidad pública, de su antiguo maestro Émile Poulat, en edición del Fondo de Cultura económica. De allí extrajo un par de citas: “Vivimos en un régimen de derecho y de libertades que constituye ‘nuestra laicidad pública’, con sus garantías aseguradas a todos: una realidad autónoma, que ha tomado vuelo independientemente de
la idea laica, sin la cual ella no sería y de la
religión católica, que ha hecho todo para que no existiese […] Nuestra laicidad pública aparece así como el resultado de una sabiduría política y de un sutil equilibrio que no obliga a nadie a sacrificar sus principios, pero que propone a todos un nuevo arte de vivir juntos. Ésta ha conocido un punto de inflexión histórico cuando comenzó a transformarse de arma de guerra en instrumento de paz para el crisol misterioso de la vida en sociedad”. R. Blancarte, “¿Guardamos las armas?”, en
Milenio Diario, 14 de febrero de 2012,
www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9112507. [3] R. Blancarte, “Sacerdotes, fieles y funcionarios”, en
Milenio Diario, 21 de febrero de 2012,
http://impreso.milenio.com/node/9116443. [4] L. Cervantes-Ortiz, “Ratzinger, el teólogo que llegó a ser papa”, en
Signos de Vida, núm. 36, junio de 2005, pp. 42-45,
www.claiweb.org/Signos%20de%20Vida%20-%20Nuevo%20Siglo/SdV%2036/ratzinger%20-%20el%20teologo%20que%20llego%20a%20papa.htm
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