García Lorca denuncia las deformaciones que el arte religioso ha hecho con la persona de Cristo.
Si usted sigue estos artículos sabrá que “Protestante Digital” está recordando los 80 años de la muerte de García Lorca con una serie dedicada a su vida y a su obra. Seguimos en este artículo con la visión lorquiana del catolicismo que ya iniciamos.
LORCA Y LOS CARTUJOS
A García Lorca le provocaba angustia lo que él llama sepulcros de hombres.
“¡Qué angustia tan dolorosa estos sepulcros de hombres que se mueven como muñecos en un teatro de tormentos! ¡Qué carcajadas de risa y llanto dará el corazón! Nuestras almas reciben las pasiones admirables, y ya no se pueden sacudir de ellas. Lloran los ojos, rezan los labios, se retuercen las manos, pero inútil; el alma sigue apasionada, y estos hombres bueno, infelices, que buscan a Dios en estos desiertos del dolor, debían comprender que eran inútiles las torturas de la carne cuando el espíritu pide otra cosa.
Es hasta cobardía estos ejemplos de los cartujos. Ansían vivir cerca de Dios aislándose… pero yo pregunto ¿qué Dios será el que buscan los cartujos? No será el Jesús seguramente… No, no… Si estos hombres desdichados por los golpes de la vida soñaran con la doctrina de Cristo, no entrarían en la senda de la penitencia sino en la de la caridad. La penitencia es inútil, es algo muy egoísta y lleno de frialdad. Con la oración nada se consigue, como nada se consigue tampoco con la maceración. En la oración se pide algo que no nos pueden conceder.
Vemos o queremos ver una estrella lejana, pero que borra lo exterior, lo que nos rodea. La única senda es la caridad, el amar los unos a los otros”.[1]
Según Lorca, hay poca hermandad entre los cartujos:
“Todos los sufrimientos puede tenerlos el alma, lo mismo en el estado de penitencia que en el de caridad; por eso estos hombres que se llaman cristianos debían no huir del mundo, como hacen, sino entrar en él remediando las desgracias de los demás, consolando ellos para ser consolados, `predicando el bien y esparciendo la paz. Así serían, con sus espíritus abnegados, verdaderos Cristos del Evangelio ideal. Es verdaderamente anticristiano una Cartuja. Todo el amor que Dios mandó nos profesáramos falta allí, ni ellos mismos se quieren. Sólo se hablan los domingos un rato, y sólo están juntos durante los rezos y la comida. No son ni hermanos. Viven solos…” .[2]
LORCA Y EL CRISTO DEL ARTE RELIGIOSO
En el citado libro Impresiones y paisajes, en el capítulo titulado Los Cristos, García Lorca denuncia las deformaciones que el arte religioso ha hecho con la persona de Cristo. Su protesta tiene parecido con la de Machado en La saeta y con la de Unamuno en El Cristo yacente de Santa Clara. La imaginería religiosa ha desviado la fe del pueblo español hacia pobres concepciones materiales, en flagrante atentado contra el segundo mandamiento de la Ley de Dios, tal como se dicta en Éxodo 20:4-5. El apóstol Pablo dice que “no son dioses los que se hacen con las manos”. García Lorca añade que son caricaturas de dioses:
“Desde los tiempos más remotos las gentes sencillas se aterraron ante las caídas cabezas de Jesús muerto. Pero esta devoción y esta miedosa piedad la sintieron y la siente el pueblo en toda su trágica realidad, no en toda su espiritualidad y grandeza. Es decir, temen y compadecen a Cristo no por el mar sin orillas de su alma, sino por los terribles dolores de su cuerpo, y se aterran ante sus cardenales y la sangre de sus llagas y lloran por las coronas de espinas, sin meditar y amar al espíritu de Dios sufriendo por dar el supremo consuelo.
Se observa en todas las representaciones de Cristo en la cruz, los artistas exageraron siempre los golpes, las lanzadas, la horrible contracción muscular… porque de esta manera presentaban al pueblo todo el sufrimiento del hombre, única forma de enseñar a las multitudes el gran drama… y las multitudes indoctas miraron y aprendieron, pero sólo lo exterior… En ningún Calvario supieron los artistas presentar al Dios, solamente presentaron al hombre, y algunos, como aquel famoso Mathias Grünewald, el pintor alemán que retrató más espantosamente la pasión de Jesús, lo hizo poniendo al hombre demasiado hombre, sin que se vean señales de la muerte de Dios”.[3]
¿Puede afirmarse, a la vista de estos textos poéticos, dramáticos, que García Lorca fue un escritor católico? Es verdad, como apunta Jorge Guillén,[4] que Lorca jamás habría hecho suya la frase de Antonio Machado: “Hay que combatir el catolicismo”. García Lorca no era combativo; era conciliador. Por otro lado, a García Lorca no le importaba el catolicismo español tanto como a Machado y a Unamuno, que veían en él el origen de las calamidades nacionales.
Y hay que aclarar, también, que la frase de Machado tiene un sentido figurado, nada más. El bueno de Antonio Machado ni fue jamás delante de los curas, extendiendo alfombras a su paso, ni hubiera sido capaz de ir tras ellos con una estaca de verdad. Lo del “hacha en la mano vengadora” es pura imagen literaria.
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