Por un tiempo voy a dejar el tema sobre el que he escrito aquí en varias ocasiones. El tópico de la obra y persona de un entrañable amigo: Carlos Monsiváis.
Adelanto a los lectores de este espacio lo que es el epílogo de mi libro La Biblia y la iconografía heterodoxa de Carlos Monsiváis. En unas semanas comenzará la circulación de la obra, que si necesitase de una nueva edición con seguridad tendrá ampliaciones.
La alocución latina, nota bene, es para llamar la atención hacia un hecho, una afirmación o el contenido de un escrito. Es en éste último sentido que cierro el presente libro: llamando a sus posibles lectores para que aquilaten lo que he intentado desarrollar en las páginas anteriores. O sea, que la presencia de la Biblia en la extensísima obra publicada de Carlos Monsiváis no se reduce a citar ese libro por aquí y por allá. No, es una impronta poderosa cuya estructura marcó indeleblemente la producción intelectual del escritor mexicano.
El último de sus libros que Monsiváis me regaló fue
Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México. La primera edición es de 1994, una obrita de 10 x 15 centímetros, y que no supera las cien páginas. La segunda edición, que me obsequió y donde escribió una cálida dedicatoria, fue publicada para ser distribuida el 12 de noviembre de 2009, con motivo del Día Nacional del Libro. El volumen creció tanto de tamaño (10.5 x 17 centímetros), como en páginas, 197.
El propio Carlos, en la nueva edición, hace lo que llama “advertencia aún más preliminar”. En la cual anota: “En 1994 escribí […]
Los mil y un velorios. Quince años después, con las correcciones y los añadidos inevitables, vuelvo a este texto, que en rigor y por atender a la demografía funeraria debería llamarse
Los cien mil y un velorios. En quince años, el cambio mayor es la emergencia feroz, a momentos militarizada, del narcotráfico, que modifica radicalmente el sentido de la nota roja y lo traslada casi a diario al altar de las ocho columnas. Desaparece la singularidad de los asesinatos y de los asesinos, y la masificación del delito es, también, la deshumanización masiva”.
Los mil y un velorios inicia con tres epígrafes, uno de Elías Canetti (“Cabría imaginar un mundo en el que jamás haya habido asesinatos. En un mundo así, ¿cómo serían los otros crímenes?”);
otro entresacado de Génesis 4:9-10 (“Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y el respondió: No sé; ¿soy yo guarda de mi hermano? Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”);
y el tercero es de C. S. Lewis (“Nunca me dijeron que el dolor fuese tan parecido al miedo”).
En varias ocasiones me pregunté sobre la relación que habría querido establecer Carlos Monsiváis entre los versículos de Génesis que cita como uno de los epígrafes, y las crónicas que conforman el libro dedicadas a narrar asesinatos y juicios criminales célebres en la historia de México. ¿Cuál fue su intención al evocar esos versículos bíblicos? Porque una de las reglas de la interpretación marca que el texto significa lo que su autor quiso que significara, y la tarea de los lectores es encontrar ese significado y no poner sus propias ideas en lugar de las del autor.
Me parece que la clave está en el crimen narrado en Génesis 4:9-10. En lugar de ser guardián de su hermano, Caín es su asesino. Por lo tanto, Monsiváis nos ilustra con infinidad de casos que recoge en su libro la mexicanización del caso de Caín. El desfile de crímenes narrados en
Los mil y un velorios ejemplifican lo que sucede cuando en lugar de ser guarda del hermano, lo que acontece es lo contrario: ser el depredador, el cruel victimario.
Las preguntas ¿dónde está tu hermano? y ¿qué has hecho? Son cuestionamientos plenamente vigentes en sociedades que, por distintas razones, escalan en la violencia y su resultado es un pavoroso incremento en los asesinatos. ¿Cómo respondemos personal, y socialmente, a esos interrogantes? Nadie puede evadir las respuestas, porque una de las singularidades de la Biblia es el poder que tiene para cuestionar a sus lectores y lectoras. Específicamente el pasaje que hemos venido considerando posee una dimensión que interpela, interroga, poderosamente a cada persona. Ya que
Este relato hace un reclamo a todo acto de violencia entre los humanos. Ante las diferencias ideológicas, interpersonales, familiares, la pregunta divina nos interpela: “¿Dónde está tu hermano?”. Sobre esta pregunta es que se basa toda discusión ética. ¿Es nuestro hermanos quien es diferente de nosotros debido a su color, clase social, idioma, orientación sexual, edad género, cultura, religión? ¿Dónde situamos a quien es diferente? ¿Es nuestro hermano si lo convertimos en no-persona? Todas las injusticias que hay en la experiencia entrañan una respuesta negativa a esta pregunta. Alguien ha contestado, “fulano o fulana no es mi hermano”. De ahí la pertinencia de este relato como lección ética.
[1]
Uno de los grandes intereses de Carlos Monsiváis fue contribuir con su denuncia de la intolerancia a forjar personalidades democráticas en el seno de la sociedad mexicana. De ahí que en sus escritos esté presente una lección ética, principios a internalizar al confrontarnos con la denuncia sobre, por ejemplo, los márgenes de impunidad tan grandes existentes en México.
En su acercamiento a la nota roja no estaba en primer lugar la motivación por lo criminal y escandaloso, sino tratar de comprender lo que cada caso revelaba del estado de la sociedad en que los crímenes tenían lugar. Lo suyo no era el recuento de los muertos, el sadismo de los asesinos.
Su preocupación por la explosión demográfica de las ejecuciones sangrientas iba por el lado de cómo desde el poder se construyó un clima social que hizo posible el horror, para después filtrarse, exitosamente, en algunos sectores de la sociedad. ¿Han sido acaso los gobiernos guardas de sus hermanos, de los ciudadanos? Así lo deja consignado Monsiváis:
“El pueblo mexicano —escribió célebremente Carlos Pellicer—tiene dos obsesiones: el gusto por la muerte y el amor por las flores”. Sin afán de contradecirlo, si el amor por las flores prosigue, ya vuelto preocupación ecológica, el gusto por la muerte, si alguna vez existió, se diluye en medio del diluvio informativo: asesinatos, robos, secuestros, asaltos, familias que son nidos de escorpiones, obispos asesinados en la confusión de los aeropuertos, crímenes de la pasión gélida. La televisión, al censurarla, le quita a la nota roja su condición nacional y la deja librada a los reportajes amarillistas, los comentarios locales y regionales, la espectacularidad que no deja duda. Ya sólo en casos excepcionales la nota roja será de nuevo el eje de las conversaciones, la fuente de la ejemplaridad negativa, el punto de arranque de una “estética” de la desmesura, pero siempre la naturaleza humana (en este contexto el otro nombre de lo imprevisto o de lo calculado con resultados funerarios) se las arreglará para no dejar que agonice un género que, de la pequeña historia de Caín y Abel al escándalo de la Banca Ambrosiana, se las ha ingeniado para entretener, asustar, aleccionar. Siempre, a la vista de una tragedia, alguien dirá: “¡Oh muerte! ¿dónde está tu aguijón? ¿y dónde, oh sepulcro, tu victoria?”.[2]
De nueva cuenta, como ya lo hemos referido en otras partes de este libro para casos de expresiones similares,
las últimas frases de la cita pueden confundirse con un aforismo de esos que era muy dado a forjar Monsiváis. Pero no es el caso, se trata de una cita de la Biblia, que se localiza en 1 Corintios 15:55.
Con la mención bíblica anterior, y sobre todo con la óptica con la que enfoca el tema de
Los mil y un velorios, constatamos una vez más cómo en la amplísima obra de Carlos Monsiváis la Biblia es como un palimpsesto, sobre el cual escribió y desde donde supo mirar la realidad que le circundaba.
Compenetrado con y por los textos bíblicos, éstos aparecen muchas veces textualmente y en otras son una presencia oculta, que alcanzamos a ver detrás de lo escrito por él.
[1] Ediberto López,
Cómo se formó la Biblia, Augsburg Fortress, Minneapolis, 2006, p. 11.
[2] Carlos Monsiváis,
Los mil un velorios. Crónica de la nota roja en México, Asociación Nacional del Libro, A. C., México, 2009, p. 171.
Si quieres comentar o