¿Se volvió García Lorca al catolicismo antes de ser fusilado?
Este es el sexto artículo sobre la vida y la muerte de García Lorca, serie que está publicando “Protestante Digital” al cumplirse 80 años del asesinato del poeta.
LA ÚLTIMA NOCHE DEL POETA
¿Rezó Federico García Lorca antes de enfrentarse con la muerte? El detalle no tiene mayor importancia, pero poco crédito se puede dar a las afirmaciones de un hombre como Ruiz Alonso, contradictorio en sus declaraciones a lo largo de 45 años.
El irlandés Ian Gibson es, que se sepa, el único investigador de la muerte de Lorca que ha tenido la fortuna de ser recibido por Ruiz Alonso. “No entiendo cómo pudo arreglárselas el escritor irlandés, pero es así”, dice Vila-San Juan. En su entrevista con Ruiz Alonso, Gibson llevaba un pequeño magnetófono oculto y la confesión que aquel le hizo no concuerda, en absoluto, con la realidad de los hechos ocurridos en torno a la detención y muerte de García Lorca. De ahí que tengamos que acoger con reservas cualquier tipo de declaración que provenga de esa fuente.
Si García Lorca rezó o no antes de morir, resulta prácticamente indemostrable. Lo que sí parece seguro es que no confesó. Y por circunstancias distintas a las de Juan Ramón Jiménez. El autor de Platero y Yo, que murió en un cómodo lecho en San Juan de Puerto Rico, rechazó al sacerdote católico mientras mantuvo conocimiento. Federico García Lorca parece ser que no tuvo un cura a su alcance a la hora de la muerte.
El escritor italiano Enzo Cobelli, que en los años cincuenta recorrió la provincia de Granada recogiendo datos para un libro que luego publicó con el título García Lorca, habló con un hombre que estuvo de guardia en la puerta de la sala donde el poeta fue encerrado de mañana con otras víctimas.
Este testigo cuenta: “Federico García Lorca anima durante toda la noche del 19 de agosto (sic) a sus compañeros de celda. Habla y fuma desesperadamente… A la mañana, cuando vinieron a buscarle, se dio cuenta inmediatamente de que era para llevarle al “paseo”. Entonces pidió un sacerdote, pero precisamente el de Viznar (cuando le vi tenía ya 85 años, aclara Cobelli) que había esperado durante toda la noche, acababa de irse, pues le habían dicho que no habría ya ejecuciones” (citado por Ian Gibson).
Poca importancia tiene para el destino eterno del alma si el cuerpo hace profesión de religiosidad, si reza o si descarga la conciencia en el instante final. El mundo del espíritu no se rige por actitudes improvisadas ni por gestos de última hora. Para el cielo no cuenta más que la amistad o enemistad con el Eterno y la tierra juzga a sus muertos por la compostura ante la hora suprema. “Los cobardes –escribió Shakespeare- mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes gustan la muerte sólo una vez”. Federico García Lorca moriría como había vivido: como un valiente.
¿Fue Lorca católico? No pretendo explorar aquí un tema al que sería preciso dedicar años de estudio y centenares de páginas. Mis observaciones sobre la insensibilidad católica que se advierte en las obras de García Lorca, tanto en su poesía como en su prosa, en sus obras de teatro y en sus artículos, no pasarán de un breve bosquejo.
Por insensibilidad católica no entiendo la dureza de corazón a la manera de un Vargas Vila o un Rogelio Ibarreta, ni tampoco la crueldad volteriana contra la fe. Me refiero a la ausencia casi total de un sentido católico en el conjunto de la obra lorquiana. En este caso, García Lorca poeta no es José María Pemán ni tampoco Dámaso Alonso, compañeros de generación literaria, muy católicos ambos.
De las 224 páginas que tiene el libro de Guillermo Díaz Plaja titulado Federico García Lorca, el escritor catalán dedica sólo cuatro páginas y media al estudio del sentimiento religioso en Lorca. Y de éstas, dos están rellenas con versos del poeta. Poca atención, juicios precipitados y conclusiones descaminadas. Cuando Díaz Plaja escribe que Lorca “es un poeta transido de la más honda tradición católica”, se equivoca.[1]
¿Poeta católico? No. Su hermano Francisco dice que en los escritos de tardía adolescencia se advierte “una preocupación, o mejor, una emoción religiosa”, pero en su primer libro, Impresiones y paisajes, escrito cuando Lorca contaba solamente 19 años, la actitud del poeta es de crítica hacia la religión católica. Lo veremos más adelante.
Como prueba de catolicidad en la obra lorquiana se suelen citar los poemas Paso, Saeta, Procesión, Madrugada, de su libro Poema del cante jondo, y más concretamente Oda al Santísimo Sacramento del Altar, dedicada a Manuel de Falla.
Pero estos versos, ¿qué representan en el conjunto de la obra lorquiana? ¿Pueden tomarse como representativos de su auténtico sentimiento religioso? Dice bien Díaz Plaja cuando escribe que toda esta lírica religiosa corresponde al “sentido meridional de la vida” que inspira a Lorca “esta escenografía sacra y brillante”. Pero nada más. ¿Es poesía católica aquella que, como afirma Ernestina de Champourcin, “se reduce a nombrar a Dios, a describir alguna piadosa ceremonia, a invocarlo por obligatoriedad devota”?
Esta autora, en la presentación de los poetas que figuran en su antología Dios en la poesía actual, de quien menos se ocupa en los juicios críticos que hace de cada uno de ellos es de Lorca. Y al citar su Oda al Santísimo Sacramento del Altar, afirma que contiene “alguna que otra imagen de mal gusto”.[2]
Sabido es, además, que Falla, católico practicante, se molestó con Lorca por unos versos contenidos en esta Oda, que el músico gaditano consideraba irrespetuosos. “¡Y, sobre todo, que se la dedicase como homenaje, a él!”, escribe Vila-San Juan. “Federico –agrega este autor- ha escrito romances no muy respetuosos con las cosas de la Iglesia” (página 106).
No sólo romances. Cuando Lorca estrenó Yerma en el Teatro Español de Madrid el 29 de diciembre de 1934, el éxito fue total por parte de público y críticos. “Pero los críticos de derecha –recuerda Ian Gibson- condenaron casi unánimemente la obra, tildándola de inmoral, blasfematoria, anticatólica y poco realista”.
Lo mismo ocurrió con otras representaciones teatrales de Lorca. El formidable escritor prematuramente desaparecido fue insensible a la temática católica. Cuando la rozó no lo hizo para enaltecer sus bondades, sino para señalar sus profundos agujeros.
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