Continuamos con las pautas reflexivas del Quinto Congreso Latinoamericano de Evangelización. El tema sobre el que debimos hacer una pausa hace dos semanas, pero en el que ahora proseguimos, es el de la hermenéutica.
En la tarea de tratar de comprender la Palabra nos son útiles las herramientas que distintas ciencias ponen hoy a nuestra disposición. A nosotros nos llegan en palabras realidades históricas, geográficas, económicas, políticas y culturales a las que debemos esforzarnos por entender. Las realidades anteriores es factible agruparlas en la noción conceptual que llamamos contexto. Por lo tanto el oficio de contribuir para hacer la Palabra comprensible a nuestros hermanos y hermanas de las comunidades cristianas incluye, necesaria e imprescindiblemente, la práctica de la hermenéutica contextual.
La materia prima que nos reta son las expresiones lingüísticas contenidas en la Biblia. Ellas nos comunican mundos mentales distintos al nuestro. Como la comunicación humana requiere del lenguaje para concretizarse, y en palabras humanas se ha vertido la Revelación progresiva de Dios contenida en la Biblia, entonces debemos tener como horizonte permanente engrandecer el conocimiento de esas palabras.
Además debemos ser conscientes de que las palabras tienen, necesariamente, referentes culturales que les dan un significado específico. De ahí que siempre hay que tener encendida la lucecita que nos advierte sobre el peligro de trasladar automáticamente las categorías antiguas y hacerlas significar lo que para nosotros hoy significa una palabra o concepto.
Las palabras, las expresiones en ideas que se plasman en lenguaje hablado u escrito, tienen su historia y un desarrollo cultural que por ignorarlo lleva a sinceros lectores de la Palabra a incurrir en malos entendidos. La sinceridad no produce en automático comprensión de las enseñanzas bíblicas. De la misma manera tampoco es automático el entendimiento de la Palabra mediante el estudio académico de la misma, porque hace falta el recurso del Espíritu Santo que actúa en la comunidad de creyentes de la cual debemos ser parte. Necesitamos de la comunidad hermenéutica para ampliar nuestros alcances cognoscitivos y pneumatológicos de la Revelación.
El poco tiempo a mi disposición, escribo esto a unas horas de que termine el 2011 y a punto de que se cumpla el plazo para hacer mi envío a
Protestante Digital, me hace tener que concluir el presente artículo. Pero quiero hacerlo literariamente, con
una breve narración titulada Naufragio.
Su autora es Ana María Shua (en Lauro Zavala, selección y prólogo,
Relatos vertiginosos. Antología de cuentos mínimos, México, Editorial Alfaguara, 2007, p. 68).
He recurrido a esta pieza en varias ocasiones, sobre todo en cursos en los que busco transmitir a los participantes la importancia de entender lo que otros nos comunican. Porque no entender bien puede, como en el caso del breve cuento que comparto, costarnos literalmente la vida.
Así que como presente de Año Nuevo va lo siguiente:
¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo.
Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.
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