Quería empezar mi reflexión de una manera original y cautivadora… pero va a ser que sólo se me ocurre decir, a modo de declaración, que yo sí tengo esperanza.
Incluso a finales de este 2011 en que nuestra crisis europea, en lugar de retroceder, parece que abre más la brecha; a pesar de que al dejar vagar la mirada por España no encuentro un rincón donde posar los ojos en el que no haya deudas imposibles, recortes de servicios necesarios, y corrupción que, como un insulto tras otro, cae sobre nuestras cabezas de gente esforzada en sacar el día a día adelante;
aún sabiendo que el planeta quizá ya está tocado de muerte, desertizándose y contaminado, y que difícilmente será un hogar acogedor para nuestros hijos, reitero, yo tengo esperanza.
A pesar de que este mes de diciembre y en este primer mundo en el que vivimos también estamos rodeados de ruina y de miseria física y moral, de que las personas muchas veces tienen de compañeras a la soledad y la tristeza, escoltadas por el temor, tengo esperanza.
Y no es que yo sea miembro del
Club de los Optimistas Incorregibles (me permito hacer uso del título de la novela de Jean-Michel Guenassia, buena obra, por cierto). No es eso.
Es que hay esperanza para este mundo, que ya se ve que podría ser hermosísimo; y para la gente, que también evidencia que es capaz de grandísimas cosas. En lo humano, ¡cuánta nobleza y entrega, cuánto altruismo desinteresado! Y por poner otro ejemplo, los impresionantes avances de la ciencia en tantísimos campos. ¿Qué me decís del
bosón de Higgs, que tiene a la comunidad científica expectante, porque de su existencia depende que la teoría actual que explica el universo sea correcta? Y como no se puede observar directamente con la tecnología actual ya que, si existe, se desintegra en una fracción de segundo en otras partículas, ahí están los físicos, con
indicios fascinantes de que están a las puertas de dar un paso más en el conocimiento del universo…
Mi esperanza está en Jesús, aquel que nació en Belén, pasó unos primeros años en Egipto, se le conoció como
el nazareno, de Galilea, y fue ejecutado injustamente en Jerusalén. Que recorrió aquella pequeña porción de territorio no sólo hablando cosas que sorprendían y admiraban, y que dejaron en más de una ocasión sin respuesta a sus enemigos declarados, sino también haciendo obras prodigiosas que demostraban la autoridad de sus palabras.
Los que tuvieron la fortuna de coincidir con Jesús de Nazaret le vieron multiplicar panes y peces, y pensaron (¡y llámales tontos!) que hubiera sido una buena idea hacerle rey, y no trabajar nunca más en su vida. También fueron testigos, y muchos beneficiarios directos, de su acción sanadora, ¡e incluso le vieron resucitar muertos! Y algunos también, asombrados hasta la maravilla y sobrecogidos, le vieron dominar la tormenta que les hacía naufragar aun siendo navegantes expertos, y se preguntaron: “
¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?”.
Yo no estuve allí pero, como en la serie estadounidense “Caso Abierto”, al repasar los hechos y los testigos del pasado, me doy cuenta de que hay buenas razones para tener esperanza. Y me detengo en María, por ejemplo, cómo escuchaba el relato de los pastores al llegar al establo: que si un resplandor sobrenatural en la noche, que si el ángel indicando que el niño estaría acostado en un pesebre, que si luego la multitud de criaturas celestiales… Más tarde, los sabios venidos de Oriente. ¿De qué, si no fuera el Altísimo moviendo los hilos desde los cielos, hubieran venido aquellos nobles, con su idea elemental:
los reyes nacen en los palacios?
Veo a Jesús en el templo, a la edad de doce años, asombrando a los maestros de la ley. ¡Cómo podía ser de otra manera! Y a su madre, y al que le hacía de padre, admirados…
Y como sea que en ocasiones me siento como Pedro, que lo ve claro pero falla, que se lanza y que proclama mientras vive una vida tocando con los pies en el suelo y se equivoca, pero sabe…
Pedro sabe porque estuvo, porque vio, porque conoció al Señor Jesús de cerca. Al final de su vida, en la segunda carta que tenemos de él, cuando es la hora de la verdad y de nada sirve autoengañarse, Pedro recuerda, conmovido y aún maravillado: “
Cuando os anunciamos la venida gloriosa y plena de poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos como si se tratara de leyendas fantásticas, sino como testigos oculares de su grandiosidad. Él recibió, en efecto, honor y gloria cuando la sublime voz de Dios Padre resonó sobre él diciendo: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me complazco’. Y nosotros escuchamos esta voz venida del cielo mientras estábamos con el Señor en el monte santo. Tenemos también la firmísima palabra de los profetas, a la que haréis bien en atender como a lámpara que alumbra en la oscuridad hasta que despunte el día y el astro matinal amanezca en vuestros corazones…”
[i].
El mismo Pedro, en su primera carta, habla de que todo lo que sabe sin lugar para las dudas, le hace tener
esperanza, pero no una esperanza cualquiera o basada en un fundamento cuestionable. Él lo remarca cuando dice que bendice a Dios, porque
“según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”[ii].
Y aquí encontramos el punto clave: que Jesús resucitó. Porque aquellos temerosos, cobardes e incrédulos discípulos suyos (y podemos dar nombres), una vez convencidos del hecho, trastornaron el mundo, hasta hoy, con la noticia.
Lo supieron sus enemigos, todos los que viajaron a Jerusalén y quisieron cerciorarse pudieron comprobar desde un primer momento la sucesión de los hechos, pues no fueron sucesos ocultos sino que todo ocurrió públicamente y a la luz del día, con muchos testigos.
Siendo racional y sensata, y ateniéndome a los datos de los que dispongo, tengo esperanza porque yo sé que Jesús fue real, murió por mis pecados como dice la Biblia, y resucitó; porque un mito no se forja en cinco minutos sino en siglos de oscuridad, y sin embargo el mensaje de una esperanza viva que proclama el cristianismo se comenzó a extender en cuanto los seguidores se convencieron de la veracidad de lo que había ocurrido; porque las vidas cambiadas radicalmente por el Señor Jesucristo a lo largo de toda la historia son la mejor prueba que puedo pedir.
Este próximo 2012 pinta oscuro a muchos niveles, en muchos ámbitos. Pero en lo que se refiere a las cuestiones de verdadero valor, las que en realidad determinan nuestra vida aquí y nuestra eternidad, definitivamente tengo esperanza.
[i] 2ª Pedro 1:16-19 (LP)
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