Dejamos nuestra reflexión en al anterior encuentro en la memoria de la autoridad. La autoridad (auctoritas) es la fuente, la base. Si nos colocamos en otro espacio, no tendremos autoridad, sólo, tal vez, poder y fuerza. Tendremos autoridad si tenemos “base”. En base a esto (nuestra Autoridad, aunque pensemos “bajo el sol”, es la Palabra de Dios), sabemos que existe también una “autoridad”, una base, una fuente, una palabra de memoria, que su esencia es rebelión: la
auctoritas de Caín, que es la base de la cultura que desprecia al Creador, o lo cambia a su antojo. Es la fuente de lo que está “fuera” (en oposición a la autoridad, a la palabra) de Dios.
No podemos sustraernos a nuestro tiempo. Caminamos. Y el camino, en un sentido general, es la política. Puede que no “estemos” en política, pero no podemos estar fuera de su acción. No se trata de entrar, es que no se puede “salir” de la política (o de la economía, o de la ética, etc.).
Vivimos en el ámbito político. Aunque adoptemos una posición apolítica, incluso militante en contra de su ejercicio porque lo consideremos corrupto, eso mismo es ya una “posición” dentro de la comunidad, es, pues, una posición política.
Uno se puede quedar muy contento aislado en
sus principios éticos, y así no sentirse responsable de la acción en la comunidad a la que pertenece; pero en cuanto se
relacione, tendrá que habérselas con los resultados de su conducta: ha entrado en la política. Si aislado se veía incluso bonito ante
su espejo, donde se reflejaban
sus principios éticos (mientras uno controle su espejo, este suele contestar siempre de forma favorable), cuando se relaciona, entonces el espejo es múltiple, y su respuesta es comunitaria. [Si este ejemplo se ve muy “mundano”, recordemos que los mismo pasa en la iglesia.]
Hace años procuraba estar informado y leía cosas sobre Sudáfrica (¿se acuerdan del apartheid?). La situación era muy dificultosa, y había fieles cristianos en todas las secciones de la comunidad civil [¡precisamente la idea de “comunidad” civil era el problema!] En la Universidad de Potchefstroom se hicieron trabajos muy sanos desde la perspectiva cristiana protestante sobre la situación. [Ahora se llama de otra manera, pero esa universidad es uno de los resultados de la acción cristiana en la sociedad. Nadie mencionó que donde se alojó la selección de fútbol española era una localidad que nació y se ha desarrollado en torno a la presencia cultural protestante.] Ningún cristiano se podía apartar de la conflictiva situación social. Allí tenía que hablar. Hoy pasa lo mismo. La libertad es una herida, siempre abierta, pero la no-herida es la muerte. Caín no tiene las heridas de la vida, solo la unidad de la muerte, la descomposición. (Siempre habrá, sin embargo, quien ame la muerte.)
Tenemos que hablar, ¿pero con qué autoridad?; ¿en qué fuente nos basamos?
Un artículo (“Europa frente a la quiebra de la ética global”) de Federico Mayor Zaragoza hoy en el periódico El País [escribo esto el jueves, 15] insta a “alzarse”. Hay que ganar la batalla política. Enderezar el multiculturalismo, la seguridad, la identidad, los valores democráticos, etc. Pues alcémonos. En Andalucía se canta el “alzamiento”: “Andaluces, levantaos… pedid tierra y libertad…” [En la ética protestante, sin embargo, sólo se pide a Dios. A los hombres no se les puede pedir tierra y libertad, si es justo, se toma la tierra, se conquista la libertad.] Pero vale, alcémonos. Tengamos, eso sí, cuidado de no darnos en la cabeza al levantarnos. Ya el autor advierte de que la libertad que algunos pusieron en manos de los “mercados” deviene en servidumbre. La ética universal que propone, parece que ha quebrado. Pero levantémonos.
Uno tiene que “levantarse” donde esté. No podemos salir de nuestro “pellejo” para irnos a librar batallas en leguas allende o tiempos por venir.
Y estamos al lado de 113031 muertos. Esa es la cifra de abortos en España en 2010.
Si sumamos los de años anteriores, y los de este, son muchos, muchas vidas. La mayoría (creo que el 98%) financiados con dinero de la Sanidad Pública, pero ejecutados [la palabra tiene acepciones diversas] en clínicas privadas. Este es nuestro particular
apartheid. Levantémonos a favor de los Derechos Humanos.
Hablando de “levantarse”, conviene decir que algunos herederos de otro “alzamiento” han tomado la cuestión del aborto como dedo para el ojo del enemigo político. De todo hay. Con independencia de los usos de lucha por el poder político, sin embargo, la situación es grave, triste, de hondo dolor.
Lo peor es la banalización de la estadística.
Ayer mismo, un medio de comunicación (seguro que sin buscarlo) presentaba el gráfico de la situación de quiebra ética de nuestra sociedad civil. Se informaba, con horror, de la muerte de dos niños a manos de su madre. De inmediato, como una noticia generalista más, del número oficial de abortos.
Una tierra donde se derraba sangre inocente no tiene futuro. No tiene autoridad. Excepto, si se quiere, la autoridad de Caín, y el futuro de muerte. Si la autoridad no se basa en la vida, queda la autoridad de la muerte. Como cristianos sabemos, pues, que defender los Derechos Humanos es la destrucción de la ciudad, la comunidad, cainita. Aquí se trata de defender el derecho a la vida, frente al “derecho” cainita al aborto.
Es evidente que en este terreno nos encontramos con argumentos de términos, de calificativos, incluso, de “procedimiento” jurídico. Ya existe una ley que convierte en no criminal la realización de un aborto cuando se dan unas condiciones específicas. (Ley que no derogaron los “cristianos” de misa diaria cuando tuvieron ocasión, ni parece que lo pretendan ahora.) ¿Cómo reclamar la aplicación de un Derecho Humano a alguien que no es calificado como humano? ¿Cómo llevar el caso ante el Defensor del Menor, o del Niño –no sé si habrá–, si
esto que suma 113031 casos no
es una persona? Ni siquiera se puede hablar de genocidio, porque no tienen identidad nacional. Ni de violencia de género, pues eso menos se les puede atribuir.
¿Tendrán autoridad esos cientos de miles, millones, que han dejado su vida en la sala de la Sanidad? ¿Dicen algo? Aquí entra en situación la condición doble del creyente: por un lado, sabemos que sí. Tienen la autoridad y la vida de su Creador (¡de tal magnitud que para sí la quisieran los poderes del mundo!); sabemos que su sangre se ha “alzado” ya, que su Creador los ha tomado y puesto en su lugar. Por otro lado, y de eso hablamos aquí, coma parte de la sociedad,
debemos proponer una conducta determinada, donde nunca se conseguirá una justicia final, donde todo será herida y dificultad, pero sin admitir que el aborto sea algo normalizado. Caminamos en el barro, con nuestras miserias, pero basados en la vida. No queremos edificar la ciudad de Caín, aunque sabemos que la otra en la que estamos es inacabada, que se oirá el dolor de la herida, la no comprensión de tantas cosas, la duda, pero sin aborto normalizado.
¿Es esto posición de derechas? Es posición del barco de la vida. Dentro de él habrá algunos a estribor y otros a babor. ¿Somos así conservadores? Si conservamos la vida, que nos llamen como quieran. Para eso hay de todos los colores. A unos se les llama (y se gustan llamar ellos mismo) “progresistas” porque son ecologistas que quieren “conservar” la naturaleza, o algún bicho de la misma. Muy bien. Nosotros, los que queremos esta ética, buscamos conservar la vida de esos que van a morir.
¿Que hay situaciones muy complicadas? Claro que sí; ayudemos todos lo que podamos para solucionarlas. Pero no aceptemos el aborto como algo normalizado. Que hay “científicos” que afirman que
eso que saca el médico del vientre de la madre no es una persona; también los hay que dicen que sí es una persona. En este caso, al menos, apliquemos el principio jurídico de la duda a favor del reo.
Levantémonos a favor de los Derechos Humanos de esos que van a morir. Recordemos a los que ya han muerto.
Se me viene a la memoria un lema, que suena algo a eso de levantarse: “Gente libres: estad dispuestos a favor de la libertad de la patria” (o algo así parecido), es el lema de los infanzones navarros que aparece en un monolito que recuerda la memoria de los que defendieron una tierra y un derecho en el castillo de Amaiur (Maya, en castellano) en 1522. Eran unos 200 frente a unos 10000. [Defendían el derecho y la tierra, la gente, la libertad, relacionada con la corona legítima: la de Enrique II, padre de la reina Juana de Albret.]
Luchemos hoy, levantémonos, a favor de la libertad de la patria, al menos de la de esos compatriotas que van a sacar del vientre de su madre. Solo así tendremos autoridad para hablar luego de ética, sea universal o comarcal, economía, leyes, etc. Y la autoridad de la vida estará con nosotros. Ya tendremos ocasión después de ir a por los “mercados” y a por cuanto nos quiera quitar la libertad. Pero, de momento, contra estos que nos liquidan desde dentro; luego seremos más para defendernos.
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