Osman Baydemir, el alcalde de Diyarbakir, no pertenece al PKK, que usa la violencia para alcanzar la independencia, sino al Partido de la Paz y la Libertad; es abogado, activista por los derechos humanos y por eso tiene 200 causas abiertas contra él.
Es un icono para su gente; cuando el Kurdistán alcance la independencia, será sin duda su presidente. Nos recibe en la alcaldía. Su mirada es limpia, segura, serena; habla desde la convicción y la claridad. Nos habla de su pueblo y de su historia, de las persecuciones, de sus proyectos, de cómo quiere promover el retorno de las minorías aplastadas, los armenios, los cristianos. Tiene autoridad moral.
Mis compañeros kurdos me acaban de pedir que vuelva a hablar aquí, y así lo hago:
– Mi identidad es gallega, pero mi pasaporte es español; hablo, pienso y oro en gallego, pero por mucho tiempo nos retiraron nuestro idioma de la vida pública. Creo que ustedes entienden bien esto–. El Sr. Baydemir asiente con la cabeza.
– Los conflictos de identidad nacional no se deben resolver por la violencia, porque esta destruye a los que la sufren y a los que la ejercen. Así, en Euskadi necesitan ahora un largo proceso de perdón y reconciliación; los cristianos son los adecuados para dar base ética a ese proceso. Los cristianos nos sentimos perdonados por Dios y por eso sabemos perdonar a los demás; le invito a que escuche a los cristianos kurdos, porque ellos le pueden ayudar a cumplir el proceso de perdón y reconciliación que ustedes necesariamente tendrán que iniciar con su independencia; ellos le ayudarán a alcanzar el perdón, la reconciliación y la libertad.
Spasdikim”.
Mis amigos aplauden, pero seguro que esperaban otro discurso mío más incendiario; también yo habría disfrutado mucho ofreciendo una proclama nacionalista solidaria, pero fui llevado a decir lo que dije y tuve la convicción de que era lo que tenía que decir allí.
En algún momento del viaje me pregunté qué tolerancia tendrán los kurdos con las minorías, como la cristiana, cuando alcancen la independencia. Dos episodios me dieron respuesta a mi pregunta.
Una noche cenamos todos sentados en el suelo, una cena fantástica. El director del centro nos dirigió unas palabras antes de empezar e inmediatamente me señaló:
– Manuel, ¿quieres orar para pedir la bendición sobre esta cena?
Todos los demás, musulmanes como él, se dispusieron en respetuoso silencio. Realmente nunca habría imaginado esta escena; me estaban respondiendo elocuentemente a mi pregunta.
Sadat me acompaña en todo momento; es un chico inteligente, hiperactivo. Riguroso cumplidor del islam, cuando suena la llamada a la oración, esté donde esté, se echa a un lado y se arrodilla para rezar. Me invita a conocer a su familia y me lleva a su casa, en donde duermo. Hablamos del Barça, del Kurdistán, de su familia, y en un momento determinado Sadat me regala su Corán con una dedicatoria entrañable. Les enseño mi Biblia y el hermano mayor me dice que ha leído con frecuencia el Nuevo Testamento.
Por la mañana me levanto y oro por Sadat:
– Señor, me gustaría hablarle a Sadat de Ti; no veo manera alguna de hacerlo, seguro que voy a dar en hierro, tan riguroso como es, pero si Tú tienes un plan, aquí me tienes.
Tomamos un ruidoso autobús y allí abro la Biblia y le pregunto:
– ¿Quieres que te lea un poco de la Biblia?
– Sí, ¡claro!–. Me sorprende su buena disposición, y leo Juan 8. Pienso en la norma del Corán para las adúlteras y quiero mostrarle en contraste cómo es Jesús.
– Así es Jesús. Tiene una misericordia amplia (“Ni yo te condeno; vete”) y una justicia que no tolera el pecado (“Y no peques más”).
– Creo que el Corán habla de algo parecido… bueno, realmente no puedo recordar algo parecido.
En la iglesia protestante de Diyarbakir me regalaron un Nuevo Testamento en kurdo; se lo regalo y le escribo una dedicatoria: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Jn 8.32). Este libro te hará libre”.
Por la noche, me repite de memoria el texto y me dice: “Es cierto, ¡es cierto!, la verdad nos hace libres”. Cenamos y me cuenta una historia increíble:
– En la primera mitad del siglo pasado, el gobierno turco arrasó las ciudades y aldeas armenias, en un genocidio bien conocido; una chica cristiana sobrevivió solita, escondida por sus vecinos musulmanes. Pasó el tiempo y un día el padre de la casa le dijo: “Tienes mucho peligro; estás sola y eres mujer, armenia y cristiana; no durarás mucho”. Y para salvarla, le ofreció casarla con su hijo; así lo hicieron.
– ¿Y le respetaron en esa familia su religión?– le pregunté, convencido de la respuesta negativa.
– Sí, claro que siguió siendo cristiana. Siempre recuerdo a mi abuela yendo el domingo a la iglesia y a mi abuelo el viernes a la mezquita. Mi abuela siempre nos ha animado a que leamos el Nuevo Testamento.
¡Dios mío! Ahora entiendo por qué el hermano de Sadat me dijo que leía con frecuencia el Nuevo Testamento. Tiemblo al pensar que Dios me ha traído aquí para completar un trocito de Su propósito con esta familia tan generosa, a poner una hoja más en el libro que un día empezó a escribir la abuela de Sadat.
Mi querido hermano Enrique Solana dice que el Señor siempre nos manda de dos en dos, pero a veces no llegamos a conocer al otro miembro de la pareja. Me encantaría conocer a la abuela armenia; que Dios la bendiga, y con ella a su familia.
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