En la calle en la que se encuentra la oficina donde trabajo ya han colocado las luces que iluminarán los días de navidad, los previos, y los previos de los previos.
No sé cuántas personas, en la actualidad, recuerdan mínimamente cuál es el motivo de la fiesta de esos días. En las escuelas de mi ciudad, y por no ofender, los villancicos que se enseñan a los niños no hablan de Jesús y, si puede ser, de María y de José tampoco, así que los que quedan son los que no refieren ni de lejos la historia hermosa que algunos conocemos: cantan de pasas, de higos, almendras, olivas, y miel y
mató, de
fum, fum, fum!, de que una niña que de jovencita iba a costura, de peces en un río…
Muchos de nosotros, sin embargo, sí que celebramos año tras año el nacimiento de Jesús, pero nos hemos familiarizado tanto con la maravilla de su significado que quizá nos ha perdido brillo. Y no hace falta que sea diciembre para meditar sobre ello una vez más.
Os propongo contemplar, con los ojos deslumbrados, los destellos del amor de Dios por los seres humanos.
Si tú hubieras sido Dios, el Dios creador del desconcertante e infinito universo, y de la célula fascinantemente viva, y de las moléculas y los átomos que contienen tantísimas cosas que los científicos van descubriendo cada día; si tú hubieras sido un Dios al que un sinfín de criaturas celestes rinden honor, alabanzas y adoración continuamente; si tú hubieras sido ese gran Dios, Rey de reyes y Señor de todo, ¿te hubieras hecho un bebé desvalido?
Considerar esto solo ya nos sobrecoge el espíritu. Sin embargo, sabemos que no es únicamente eso. La segunda persona de la Trinidad no sólo tomó forma de criatura, sino que lo hizo para crecer en medio de seres que, por naturaleza, estaban en contra suya; primero nació en un sucio establo en lugar de en una limpia casa, y ya de pequeño quisieron
eliminarle; pasó frío, hambre, cansancio, incomprensión, rechazo, soledad, angustia, tristeza; y finalmente, fue abandonado por sus amigos, traicionado por uno de los de su equipo y muerto por sus enemigos.
No olvidemos que la romántica y bucólica noche de navidad, si es que apunta a algo, es a la cruz. No es sólo el misterio de la encarnación de Dios hecho realidad de una forma
absoluta: es el inicio de una vida que cobra pleno significado por la muerte final; una muerte en lugar de cada uno de nosotros, los seres humanos.
¿Alguno piensa que Jesús quería pasar por todo ese sufrimiento? De ninguna manera. Recordemos cómo oraba aquella noche en Getsemaní: "
Padre, si es posible, pase de mí esta copa". ¿Por qué creemos que oraba así? Porque sabía que había llegado la hora de su máximo dolor. Y no quería vivirla. Y ahí es donde está la maravilla: que no queriendo ir a la cruz,
quiso. Y quiso sólo por amor. Porque era la única manera en que los hombres y las mujeres podíamos ser salvados: si alguien pagaba por nuestros pecados en nuestro lugar.
Jesús no tenía ninguna necesidad, y mucho menos ninguna obligación, de hacer nada en favor de los seres humanos, que estábamos enemistados con él por propia decisión, por rebeldía voluntaria. Y, a pesar de eso, él ‘
afirmó su rostro’ cuandollegó la hora,
tomó la firme decisión de dirigirse a Jerusalén, y se dispuso a cumplir su obra hasta el final. Por amor, lo hizo; sólo por amor. El Dios infinito se humanó para morir en mi lugar, para morir en tu lugar, y poder ofrecerte el único modo de pasar la eternidad junto a Él.
Cuando lleguen los días señalados, podemos tener estas cuestiones bien presentes en nuestra mente. Pero no hace falta esperar tanto. Si hay algo importante que debemos hacer esta navidad es rendir nuestros corazones llenos de gratitud a los pies de Cristo, que estuvo dispuesto a venir hasta aquí porque nos ama. Y si hay algo importante que debemos hacer en nuestra vida, es vivirla de tal modo que sea un reflejo claro de ese amor tan abrumadoramente maravilloso que hemos recibido sin merecerlo.
"En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados." (1ª Juan 4:9-10)
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