(A MODO DE PÓRTICO)
Hacia lo sagrado, todo verso o poema que conmueve conduce definitivamente a Cristo,ejemplo venerable del esplendor de una Derrota que planchó los pliegues del caos humano. Amplia es su Latitud porque inabolible fue y será su refulgente Presencia, hecha de un salvífico magma poético donde el futuro pasa justo ahora, cuando se oye o lee su Palabra:
“dentro de un poco no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver”.
Así los versículos del Poeta galileo; del Profeta que entonaba salmos propios y de sus mayores; del hijo del Hombre que, sin miedo a las llagas, nos quiso volver mejores. Pero no hay que llorarlo plañideramente; hay que seguir su ejemplo, tan difícil porque es sencillo: amar al prójimo, especialmente a los más desprotegidos, a esos que siempre son excluidos, hasta por los que se declaran ‘cristianos’ mientras votan leyes contra los extranjeros, lacerando así al propio Cristo-niño que extranjero fue en Egipto. Pero vayamos a la poesía, a la solidez de su clamor que purifica; no a las rimitas o loas carentes de sangre motriz.
Cuando publiqué mi librito Cristo del Alma, recibí una carta manuscrita de Circe Maia(Montevideo, 1932), notable escritora uruguaya: “Poeta y amigo Alfredo: Es con gran placer que te escribo… mehan impresionado mucho los poemas de
Cristo del Alma, unacreación poética verdaderamente extraordinaria. Pese a la ausencia deformación religiosa por mi parte (nuestro país es muy laico),y pese al hecho de inclinarme hacia el escepticismo, he sentido siempreaquel primer deslumbramiento que me produjo la lecturade los Evangelios. Y fue siempre la figura de Jesús entre los pobres,los desamparados, los perseguidos, la que he admirado. Es esa la figuraque resplandece en tus poemas, que desbordan de una fe auténticay dolorosa, generadora de poderosas imágenes… Te felicito…”.
Cito partes de esta carta no por lo que se dice en torno al libro, sino por lo que dice del Amado, de su ejemplo que sobrepasa nuestro corazón. La confesión hecha por esta admirable mujer, de humildísima actitud aun siendo Premio Nacional de Poesía, me hizo reflexionar sobre el poder del Evangelio y de su genuino alcance en la obra de otros autores, algunos no creyentes en prácticas religiosas, pero sí hermanos de Jesús en cuanto a la fe poética y el amor a los demás.
Y luego, otra carta, de las muchas recibidas, firmada por Jesús Cabel, catedrático peruano que sabe de estas cosas, pues es antólogo, poeta y no creyente: “…Confieso también que me sorprendió
Cristo del Alma, que siendo versos cristianos no sacrifican a la poesía, sino la enaltecen”.
MUESTRA O ‘ANTOJOLÍA’
Ello me llevó a repensar en
San Juan de la Cruz, inobjetable primera figura para cualquier poeta en lengua castellana, sea o no cristiano. Y me llevó a aceptar que buena parte del descrédito de la actual poesía religiosa tiene como ‘culpables’ a los propios poetas o antólogos cristianos (sean católicos, sean evangélicos): por publicar oraciones caseras, por decantarse a lo sectario o por dejarse llevar por renombres vanos de sus autores o textos elegidos, como si tal caldero sirviera para religar a la Poesía con el Verbo hecho carne.
Y recordé a Marcos: “Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque tú no miras lo que la gente sea”. Siguiendo tal escuela, he querido hacer una ‘antojolía’ o muestra de poemas dedicados a Cristo, eligiéndolos desde el entendimiento que ALGO despejarán las dudas sobre su calidad trascendente, tan frecuentes en el mundo literario. Se habla, claro, desde el conocimiento parcial o desde la ignorancia de otros autoresque no tuvieron (o no tienen) cabida en sesudas antologías que, tras prólogos sapientísmos, repiten y repiten, hasta la saciedad, poemas de mampostería o cartón-piedra.
Y volví al Evangelio: “No me elegisteis vosotros a mí, os elegí yo a vosotros”. No hay compadreo en mi elección; serán ‘apóstoles’ de conducta intachable o manifiestamente desgarradora o conflictiva, como puede ser el caso del colombianoPorfirio Barba Jacob (1883), increíble en su final búsqueda de Dios. ¿Cómo, en solo tres versos, puede decir tanto de un Cristo con el que buena parte de la humanidad está de acuerdo?
¡oh Paz de Cristo, fraternal aurora
en que del cielo del Amor descienda
justicia al mundo que justicia implora!
Pero, ¡ay!,
Barba Jacob no figura en ninguna antología de poesía cristiana o religiosa o como lo quiera denominar quien está más pendiente de la forma que del contenido. Tampoco encontrarán por esos mamotretos al uruguayo
Líber Falco (1906-1955), cuyo último poema escrito en vida tendría que ser una joya custodiada en todo corazón cristiano:
Sólo tu amor, Señor,
por mi mismo amor
deseado,
sólo tu amor, Jesús,
puede ayudarme.
Caí, Señor, golpeado,
por mi misma
ignorancia de ti,
golpeado.
Ahora bien, cierto es que hay que leer y bucear hasta el fondo del océano poético iberoamericano. Gracias a Dios que uno es profesor de Derecho y no investigador literario, pues lo que no tiene justificación son ausencias como las de su paisana
Esther de Cáceres (1903-1971), con cantidad de libros de poesía de inmensa calidad, o las del ecuatoriano
Alfredo Gangotena (1904-1944), del cubano
Gastón Baquero (1914-1997), de la costarricense
Eunice Odio (1922-1974, muerta en la miseria en su exilio mexicano), del chileno
Manuel Silva Acevedo (1942), de la peruana
Esther M. Allison (1918-1992), de la guatemalteca
Isabel de los Ángeles Ruano (1945, loca y mendigando por las actuales calles del centro histórico de Guatemala), del argentino
Jacobo Fijman (1898-1970), inmenso poeta que vivió en un manicomio sin estar loco:
“Está contigo la paloma santa./Alma mía, somos en Dios desnudez ordenada./Nos levantan las manos olorosas de paraíso./Ando sobre la tierra/y en nuestra sangre muero y resucito en la sangre de Cristo”.
Parias, locos (¿recuerdan que hasta Jesús era tildado de loco?)… La argentina
Elsie Romanenghi de Powell, destacable poeta creyente, en su libro
En el camino (Kairos, Buenos Aires, 2011, con prólogo de René Padilla), tiene un texto titulado “En recuerdo de M. E.”, dedicado a la mujer de dichas iniciales “y a otros que, como ella, pasaron por hospitales psiquiátricos”:
Necesito doblarme de rodillas
dentro mío,
en el sepulcro de mi espanto
y descubrirte, Señor,
allí —a mi lado.
NO OLVIDEMOS LA CRUZ NI EL DECIR DE LOS POETAS
Tras este espigueo tambiénquedarán, entre otros, los ecuatorianos
César Dávila Andrade (1918-1967) o
Bruno Sáenz (1944); los españoles
Mariano San León (1898-1963),
Luis Tejada (1927-1988),
Pablo García Baena (1923),
Enrique García-Máiquez (1969) o
Frank Estévez Guerra (1963); el nicaragüense
Joaquín Pasos (1914-1949), la paraguaya
Delfina Acosta (1956), el portugués
António Salvado (1936), las uruguayas
Orfila Bardesio (1922-2009) y
Marosa di Giorgio (1932-2004), el brasileño
Carlos Nejar (1939), el chileno
Juan Antonio Massone (1950), el peruano
José Watanabe (1945-2007) o el argentino
Alfredo Bufano (1895-1950), de quien adelanto estos versos:
Hoy que el Hombre, Señor, tu cruz olvida,
yo desnudo y de hinojos te confieso;
y los ensangrentados lirios beso
de tus pies, Dios y Rey de toda vida.
Al ser una ‘antojolía’ declarada, dejo en claro que solo escojo lo que me apetece y nutre. Por ello no tendré que engrosar este paginario cristiano. Aquí sigo a Pablo, como cuando escribe a los Corintios:
“Si voy otra vez, no seré indulgente”. Al final irán algunos poetas que sí aparecen en otras colecciones, entre ellos
César Vallejo o
Gabriela Mistral, pero con otros textos que entiendo representan mejor su poesía de temática cristiana.
Cada entrega tendrá comentarios míos, si ello resulta imprescindible, pues hay poetas que han dejado por escrito no sólo sus poemas sino su parecer sobre Cristo. Así evitaré circunloquios y conjeturas. Y habrá espacio para posturas críticas, como la letra de este tondero escrita por
César Calvo (1940-2000), poeta peruano:
De España nos llegó Cristo,
pero también el patrón.
Y el patrón igual que a Cristo
al negro crucificó.
Vamos ahí.
Aunque sin orden cronológico (descreo de grupos, promociones o demás majaderías propias del mundo académico), sí indicar que la ‘antojolía’ tiene un tope hacia atrás marcado por Barba Jacob. De él hasta nuestros días.
Por el último Adántendrá, al final del recuento-comentario, un epílogo en clave poético-teológica.
Aquí corto el merodeo y quedan invitados, domingo tras domingo, a conocer los Hechos de estos otros ‘apóstoles’, en alto número excluidos de la oficialidad lírica iberoamericana.
Noviembre y en Tejares (2011)
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