En general se puede afirmar que desde la ética cristiana no existen argumentos de peso que contradigan la práctica de los trasplantes de tejidos u órganos. Los medios utilizados en tales operaciones son proporcionados con los fines que se persiguen, es decir la sanidad humana.
Los trasplantes dentro del mismo organismono suponen ningún problema ético. Se considera que la parte debe someterse al todo. Cualquier órgano o miembro del cuerpo humano está siempre subordinado al buen funcionamiento de la totalidad del individuo.
Incluso el propio sentido común indica que es preferible la pérdida o la amputación de algún miembro corporal si con ello se va a conseguir salvar a la persona. Es posible también que ciertas intervenciones de la cirugía estética tengan sentido si contribuyen a la salud psíquica o emocional del individuo y siempre que no se fundamenten sólo en un culto superficial a la belleza corporal. Tampoco conviene olvidar que toda intervención quirúrgica supone siempre un riesgo y que no es sabio correr peligros gratuitos.
Los trasplantes entre dos personas vivasmediante el lógico consentimiento mutuo y sin que existan intereses económicos son loables desde la perspectiva ética siempre y cuando no supongan riesgos graves para el donante o el receptor, ya que tal actitud demuestra amor y solidaridad hacia el enfermo que sufre.
Desde luego, nadie está obligado a hacer de héroe donando los órganos que todavía necesita para vivir. En este sentido todo tipo de presión psicológica o moral sobre los posibles donantes sería algo inmoral que atentaría contra la libertad del individuo.
Los trasplantes homoplásticos de muerto a vivo nos parecen también moralmente lícitossiempre y cuando el difunto lo esté realmente. Desde la bioética cristiana sería muy grave acelerar la muerte de una persona con la intención de extraerle parte de sus órganos para posteriores trasplantes.
Para evitar posibles abusos éticos en este terreno quizás sería conveniente que las leyes demandaran la correspondiente certificación de la muerte cerebral junto a la muerte cardíaca del donante.
Tampoco se da ningún problema ético cuando se realiza un trasplante entre un donante animal y una personaya que lo que se busca es siempre la salud humana y su mejor calidad de vida. No obstante, dentro de esta práctica algunos moralistas han manifestado sus repulsas a trasplantar glándulas sexuales procedentes de animales al ser humano ya que esto podría afectar a la personalidad del paciente.
Por lo que respecta a los trasplantes de tejido fetal al ser humano adulto, nos parece que atentan contra la inviolabilidad de la vida humana. La ética cristiana no puede aceptar que con el fin de curar a un enfermo se tenga que sacrificar la vida de un embrión humano.
Por muy bueno y loable que sea el fin con que se lleva a cabo un trasplante, no es justificable hacer del embrión un simple medio, un mero objeto para tal fin. Y mucho menos producir intencionadamente embriones humanos para extraerles órganos o tejidos de cara a posibles trasplantes.
No obstante, otra cosa diferente que no atentaría contra la dignidad humana sería aprovechar los órganos de fetos abortivos o de embriones no viables procedentes de la fecundación “in vitro” para determinados trasplantes.
En fin, la Biblia enseña que el cuerpo es un don del Creador del que no debe disponerse a la ligera porque es constituyente de la persona, pero esto no significa ni mucho menos que no pueda ser usado y puesto al servicio del prójimo por amor, para otorgarle salud y sobre todo siguiendo los dictados de la propia conciencia.
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