Me confieso una fan de las series de televisión. Para ser más específica, de algunas series de televisión. Cuando digo esto muchos no lo entienden, pero para mí es como ver una buena película que dura muchas, muchas horas y que, además, te permite profundizar en los personajes y abundar en detalles de la historia que, de otra manera, pasarían desapercibidos. Me ha llamado la atención cómo, en muchas de ellas, incluso en las que aparentemente menos pudieran tener cualquier tipo de interés en debates de índole religiosa, son numerosas las referencias a la existencia de Dios, a su presencia o ausencia en los males del hombre… y sobre todo
me sigue provocando una ligera sonrisa en el rostro contemplar cómo, en el fondo, por mucho que sigamos cuestionándonos a Dios y todo lo que éste implica, no dejamos de referirlo bajo cualquier pretexto. En el fondo, y esto se nos olvida muy a menudo, si Dios no existe, ¿por qué dedicarle tanto tiempo y esfuerzos a desmontar Su existencia?
En la archicomentada serie de televisión
Águila Roja, por mencionar sólo alguna de las muchas que se emiten hoy, se mantiene a menudo este tipo de debate. En una sociedad gobernada y sometida por la nobleza y el clero prácticamente al mismo nivel de inmoralidad y falta de escrúpulos, donde los campesinos tenían poco o ningún acceso a la cultura y la religión en el peor sentido de la palabra se utilizaba para mantenerles bajo control,
surge la figura de un héroe, alguien mucho más moderno que los demás hombres de su tiempo, que como forma de manifestación de esta modernidad no cree en nada. Al menos, en nada que tenga que ver con figuras divinas. Cree en la ciencia, en el conocimiento humano, en aquello que su mente puede abarcar, pero nada más.
Su escudero sufre permanentemente por el temor de que en sus manifestaciones acerca de su escepticismo sobre la existencia de un ser superior le acusen de herejía. Y no con falta de razón, porque en la época en la que se ubican los acontecimientos, allá por el siglo XVII, se tomaban estas cosas bastante más en serio que nosotros, aunque de forma altamente desproporcionada y tendenciosa. La idea que transmite la serie en este sentido, lo cual me produce buena dosis de tristeza, he de decirlo, porque merece la pena en otros muchos aspectos, es que el hombre que verdaderamente tenga una mente abierta no debe creer en nada. Los creyentes en la serie son gente sin cultura, sometidos al poder de las clases altas y que acuden a la religión en busca de ayuda cuando, verdaderamente, el único que puede ayudarles es el misterioso e ilustrado héroe del antifaz.
Sin embargo, al margen de esto, que es un mensaje lo suficientemente obvio como para que se capte, lo suficientemente sutil a la vez como para que no resulte demasiado descarado y con el que, lógicamente, no estoy de acuerdo,
hace unos días en una conversación entre otros dos personajes entre los cuales no se encontraba el famoso héroe, surgía un debate interesante. Un niño, desde su inocencia, le preguntaba a su tía dónde estaba Dios en medio de tanta desgracia como la Villa de Madrid estaba padeciendo, con un brote de peste entre otros problemas. Le preguntaba cuándo iban a llegar las cosas buenas, a lo que ella le contestaba rápidamente que las cosas buenas ya estaban allí, sólo que había que procurar que las malas no les impidieran verlas.
Esa pregunta que el niño se hacía en la serie de ficción es una que muchas veces la gente se hace en su día a día real, el cotidiano, el que viene tan cargado de desgracias como de momentos felices, aunque éstos últimos no siempre sepamos verlos porque la negrura de los males que acontecen nos acapare lo suficiente. Venimos siglos aferrándonos a ese argumento absurdo de que el hecho de que pasen cosas malas en el mundo es indicativo suficiente de que Dios no existe.
Pero, volviendo a la misma pregunta que me formulaba al principio, si Dios no existe, ¿por qué no dejamos de sacarlo a colación constantemente, por qué no dejamos de preguntarnos lo que aparentemente es tan obvio? Al fin y al cabo, ¡qué tontería dedicar tiempo a hablar de lo que no existe! Se supone que Dios no nos importa en absoluto, que no hay nada de moderno en hacerse preguntas de este tipo, que el hombre es absolutamente independiente y no necesita de nada ni de nadie que no sea él mismo… pero, sin embargo, siempre terminamos haciéndonos las mismas preguntas en momentos complicados en nuestras vidas. Curioso círculo, al que volvemos una y otra vez.
¿Qué hay en nosotros que nos mueve a preguntarnos estas cosas una y otra vez a pesar de que, aparentemente, las tenemos tan completamente superadas?
Si Dios no existe, ¿qué hacemos reprochándole, repetidamente, Su silencio, Su dejadez, Su aparente ausencia? Cuando alguien nos sorprende en uno de esos momentos a solas con nosotros mismos hablándole a la nada nos ponemos rojos como tomates y nos morimos de vergüenza, pero sin embargo, ante la desgracia, alzamos la vista al cielo sin ningún tipo de pudor y le reclamamos a ese “Dios inexistente” Su falta de escrúpulos al dejar a la humanidad a su suerte. ¿En qué quedamos entonces? ¿Ausente, o presente? ¿Lo queremos en nuestras vidas (digo que si lo reclamamos será por eso) o sólo como chivo expiatorio, como alguien sobre quien volcar nuestras frustraciones cuando algo, mucho o todo nos va mal?
Nadie como nosotros para la incoherencia y la inconsistencia, para la desvergüenza más absoluta.
Nos atrevemos en ocasiones a reclamarle cuentas por ignorarnos a alguien a quien hemos cerrado la puerta en sus narices hace unos minutos, pero ocurre en las menos de las veces porque aún, entre nosotros, nos queda algo de decoro. Pero con Dios… esta es la tónica general. Será porque no nos reprocha como lo haría alguien de carne y hueso, en ese momento y lugar frenándonos en seco y sacándonos los colores. Y por eso mismo le ninguneamos más que a ninguna otra persona. Será porque llevamos Su misericordia al extremo, ponemos a prueba Su paciencia como si estuviéramos tratando con un igual y se nos olvida frecuentemente que Él no está ahí para nuestros caprichos, ni se doblega ante nuestras exigencias de niño malcriado. No soportamos cuando nuestros hijos nos utilizan, nos sangran económicamente sin responder en ningún otro ámbito, usan nuestra casa como si fuera un hotel y a nosotros como si fuéramos sus esclavos… pero no nos interesa pararnos a considerar que, hacia Dios, nosotros tenemos exactamente la misma actitud tiránica, inmadura e irreverente sin considerar la relación asimétrica que existe entre el Creador y Sus criaturas.
Viene a mi mente aquella famosa campaña publicitaria en los autobuses y otros lugares (que este año, si no recuerdo mal, ha vuelto a tener su réplica con el mismo y dudoso fin), en que el objetivo era, por activa y por pasiva, afirmar que Dios no existe. Quien estaba y está detrás ha hecho un esfuerzo más que importante a nivel económico, entre otros, con el único fin de convencer a cuantos más mejor de que, hoy en día, creer en Dios no es más que una tontería. Obviamente, no voy a ser yo quien me dedique a cuestionar a qué dedica cada cual su dinero ni su tiempo, pero francamente, me hace gracia que los “tontos” seamos justamente los que creemos en Dios y no precisamente los que dedican su vida a convencer a los demás de que no existe. Aún el que intenta convencer a un incrédulo de que crea lo hace pensando en que éste último se salve pero ¿qué objetivo desinteresado busca quien intenta por todos los medios que los que creen dejen de hacerlo? ¿Han visto ustedes en algún lugar campañas publicitarias para convencer a la población de que los ovnis no existen, de que la luna no es verde o de que el hombre del saco no es más que una leyenda urbana? Obviamente, dudaríamos de la salud mental de los que las promovieran y todos lo consideraríamos un despropósito y un absurdo. Pero con ese Dios “ausente” o “inexistente”, la gente se moja. ¡Cuánta fijación –pienso yo- para algo que no existe!
Cuando uno busca verdaderamente a Dios, todas las cosas alrededor le hablan de Él,incluso con todo el mal que nos rodea. Sólo que ese mal, como decía la serie, a menudo nos impide ver que lo que todavía subsiste es por la mano del Dios que todo lo sustenta. Porque no sólo es que Su creación hable de las maravillas de sus manos, de su capacidad infinita para la belleza, el detalle y la inteligencia, sino que el hecho de que el mundo no se haya ido a pique del todo a pesar de nuestros esfuerzos por intentarlo ya es, en sí, signo de Su presencia, de que no nos ha abandonado del todo, tal como algunos piensan. Esa es la paradoja del Dios aparentemente ausente, que a pesar de que nos permite vivir una vida alejada del Él tal y como nosotros hemos decidido (y ese es parte de Su juicio también y la razón del mal de este mundo), también ha optado en Su gracia y misericordia por no abandonarnos a nuestra suerte del todo.
Una paradoja no es algo que no encaja, sino que aparentemente no encaja. Hacer encajar la vida sin Él simplemente no es posible si lo que queremos es una vida con propósito y trascendencia.Cuántas veces no nos encajan ciertas explicaciones y negaciones del Creador, simplemente porque Su creación sigue hablando a gritos de Él, nuestro organismo sigue hablando a gritos de Él… nuestras almas siguen buscando urgentemente quien las llene, quien las lleve al cumplimiento de su propósito, que ha de ser alguno más que el de vivir aquí unos años atormentándonos por el mal que nos rodea y negando a Dios una y otra vez sólo porque no nos cuadra en nuestra visión limitada del mundo.
Cuando las cosas aparentemente no encajan, quizá hemos de buscar las soluciones en lo más obvio, en el origen mismo, y antes de que nada fuera sólo había algo por lo que existen todas las cosas: Dios mismo.
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