“La muerte esprobablemente el mejor invento de la vida. Es agente de cambio de la vida, eliminando lo viejo para dar paso a lo nuevo.” Steve Jobs
Definido por el escritor evangélicoAndy Crouch como el “evangelista de la esperanza secular”, Steve Jobs, el recientemente desaparecido creador del imperio informático Apple-Macintosh representa a los sembradores del eclecticismo anticristiano en la era Posmoderna.
En la misma línea, el filósofo italiano
Gianni Vattimo ve a la posmodernidad como “una especie de Babel informativa” cuya estructura vertebral la constituyen la comunicación y los medios. Según él, estamos en el tiempo en que van quedando atrás el pensamiento fuerte, la metafísica, las cosmovisiones filosóficas definidas y las creencias verdaderas, para dar nacimiento al pensamiento débil, a un nihilismo tierno, a un devenir pasatista y a una actitud despreocupada.
Ambos ponen su esperanza en el proceso de cambio. Uno a través de la tecnología (el qué); el otro, a través de la filosofía (el cómo) terminaron por despersonalizar la esperanza (en quién).
De la frase atribuida al diseñador del logo de la manzana mordida, quisiera detenerme allí donde afirma que la muerte es el “agente de cambio de la vida”.
Quizás porque lo sabía, o tal vez sin proponérselo, con esa frase dio en el centro del mensaje evangélico de nuestro Señor Jesucristo:
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.” (
Juan 12:24)
Anticipando su partida, Jesús les está dando una temprana lección de ecología a sus discípulos. Como cuando en la escuela primaria nos hacían poner una semilla entre algodones humedecidos para verla germinar, Jesús describe de manera sencilla el proceso que debe darse para que ese pequeño grano se transforme en el cereal más preciado por el hombre; está preparando a sus seguidores para el momento de la traumática separación que habría de darse en pocos días más. Y su mensaje es de esperanza, pues sin ella la vida no tiene sentido.
Él es el grano de trigo que viaja a Jerusalén para caer en la tierra y morir. El Maestro de Galilea está hablando poco antes del momento clave de la Historia; les da señales claras que el día y la hora que Dios tenía prefijados desde antes de la creación del universo están llegando (1ª Pedro 1:19-20; Lucas 9:51). La promesa de Dios tras la caída del hombre en pecado (Génesis 3:15) y todas las profecías respecto del Mesías, incluyendo a Isaías más de 600 años antes de su nacimiento en Belén de Judá, están a punto de cumplirse.
El Hijo de Dios e hijo del hombre comienza a vivir los momentos críticos en los que el pasado está por unirse al futuro para redimir la Creación. Podemosimaginarle viviendo ya la eclosión entre lo que fue y lo que será. Está sufriendo por todos los que creyeron que llegaría este día, sin llegar a verlo; y carga anticipadamente sobre sí el dolor de ese grupo de elegidos que habrá de presenciar con ojos atónitos el cruel proceso que se avecina. “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar” (Juan 16:12) les diría poco después, identificándose con su incapacidad.
Sin embargo, aunque pequeño, el grano de trigo es poderoso. Jesús también tiene puesto sus ojos en aquello que habrá de producirse después de tanto sufrimiento: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos.Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.” (Isaías 53:10-12)
En Jesucristo se gesta el proceso de germinación de la nueva vida que nace con la muerte. Y él ya está viéndose multiplicado en las doradas espigas mecidas por los vientos del estío haciendo blancos los campos para la siega. E imagino en su firme rostro una leve sonrisa por ese anticipo del gozo que lo fortalece y afirma para cumplir con su compromiso.
El escritor de la carta a los Hebreos, sabiendo que el cambio es posible gracias a Jesucristo, nos recomienda fijar nuestros ojos en él, para no desmayar mientras somos transformados. Nos indica claramente quién es nuestro modelo, por qué lo es, y por qué podemos depositar en él y sólo en él nuestra esperanza.
“… puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” Hebreos 12:2.
Un discípulo de Jesucristo es un agente de cambio en un mundo al que no le interesa escuchar ni hablar de desarrollo sostenible, de ecología o de medio ambiente; habitado por mucha gente hastiada de falsas promesas electoralistas, defraudada por financistas avaros y corruptos, escandalizada por religiosos que predican lo que no viven, indignada por protestar sin ser escuchada y decidida a morir aferrada a lo que supo conseguir con su esfuerzo propio.
Para cumplir con su cometido el discípulo de Cristo se enfrenta a un mundo que muere aferrado a su paradójica visión de la vida; y pone sus ojos en Jesucristo, el paradigma de la vida que surge victoriosa de la muerte.
En las próximas cuatro entregas intentaremos abordar cómo es y qué implica el proceso de transformación del grano de trigo en la formación y el desarrollo de un agente de cambio al servicio del propósito divino.
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