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Jesús, el primer indignado

Los indignados, este fenómeno que se ha iniciado en Madrid y se ha extendido a muchas ciudades de Europa, ocupan la primera plana de diarios, revistas y telediarios en todo el mundo.
TEMAS DE DEBATE AUTOR Carlos Abad 27 DE AGOSTO DE 2011 22:00 h

A partir de una vivencia muy cercana, reflexioné sobre la suerte de algunos jóvenes de hoy. Éste a quien me refiero -como tantos, tiene dos carreras, posgrados, cuatro idiomas- sufre un paro cardíaco en Londres. Situación dramática con final feliz, ya que la alta calidad de la prestación de seguro de salud, la pronta asistencia, la salud general del muchacho, en resumen, la conjugación de todos estos elementos, permitieron que atravesara esta situación crítica y la superara.

Conversando con sociólogos, médicos y psiquiatras, me notificaron que son cada vez mayores los episodios y cuadros cardíacos, la frecuencia de accidentes, aneurismas cerebrales, muertes súbitas y problemas con el alcoholismo y las drogas que sufre este grupo etáreo. Contradiciendo a Rubén Darío, no están en la época de "juventud divino tesoro" sino que están atravesando momentos muy difíciles, de enorme desconcierto y mayor tristeza. La promesa del progreso se ha alejado y está siendo interrogada.

El enorme esfuerzo por capacitarse y cualificarse no encuentra recompensa en el plano de la inserción laboral y su respectiva remuneración. Hablo de chicas y muchachos capacitados, con estudios superiores, formados en centros de calidad. Por mencionar solamente los cinco millones de desocupados en España, las decenas de miles en toda Europa de indignados y de cifras con muchos ceros para nombrar a los desilusionados del mundo.

La mayoría de los indignados que tomaron hace poco tiempo plazas y calles no son sólo albañiles sudamericanos u obreros sin oficio claro: hay muchos graduados valiosos, con varias carreras y especializaciones que cuando se presentan para un trabajo les recomiendan que vayan con menos curriculum, con menos antecedentes porque no van a poder conseguir una plaza.

¡Como para no indignarse!

Qué paradoja, qué contradicción, cuántos cambios desde aquel sueño de principios de siglo XX de "mi hijo el doctor", el esfuerzo programado para el ascenso social, tanto apremio para estudiar cuando a veces se proviene de familias sin instrucción que se esfuerzan para acompañar ese salto necesario para superar a la generación anterior y crecer; pero que hoy desmiente todo ese ritual del empeño, que termina coronado con mujeres y hombres que no pueden alcanzar sus objetivos, que solo reciben incomprensión social.

En los últimos años en Europa y en España en particular, no figuraba como prioridad el tema del empleo, el primer trabajo, la construcción de opciones laborales, se hablaba en forma recurrente de casamiento homosexual, el tema del aborto y un fuerte énfasis en el tema de la igualdad y llamativamente estos temas de respetuosa consideración ocupaban la casi totalidad de la pantalla, mientras que los temas vinculados al pan y al trabajo aparecían lateralizados, omitidos, fuera de escena. Una obscenidad, etimológicamente: obsceno, fuera de escena.

Por eso cobró tanta notoriedad Indígnense, el libro del pensador francés Stéphane Hessel, de 93 años, un viejo miembro de la resistencia francesa contra los nazis que luego fue designado embajador y participó en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que invita a los jóvenes a indignarse ante el estado actual del mundo, a rebelarse ante el poder de los mercados financieros, las desigualdades, las injusticias.

Frente a este cuadro de situación, vino a mi mente una imagen conocida y es cuando Jesús echa a los mercaderes del templo. Sucedió en Jerusalén al ver que una multitud de devotos se acercaba a ofrendar en las grandes celebraciones religiosas en Israel y traían consigo distintos bienes, los cuales eran permutados por monedas como gratitud y honra a Jehová.

Jesús percibe que este ritual honrado, virtuoso, de llevar al templo las mejores mercancías, se había desvirtuado, profanado, adulterado.

Jesús nunca se enojó con los comerciantes de los mercados de Samaria, de Galilea, de Judea, jamás. Jesús valoraba a quien trabajaba -su propio padre era carpintero-, respetaba el fruto obtenido con el esfuerzo, el fruto de la labor diaria. Pero se indignó con los mercaderes abusivos que se aprovechaban de la unción de los feligreses para obtener cuantiosas ganancias.

¿Cuál es el paralelismo con lo que sucede en 2011 en Occidente? Pues en la actitud de Jesús cuando expulsa a los mercaderes del templo irrumpe el Primer Indignado.

En San Juan 2 (Jesús purifica el templo, Mt. 21.12-13; Mr. 11.15-18; Lc. 19.45-46) leemos:
Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado.

Semejante lo expresa San Lucas 19, Purificación del templo, Mt. 21.12-17; Mr. 11.15-19; Jn. 2.13-22): Y entrando en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y ompraban en él, diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.

Estas son democracias de mercado, sociedad de mercados donde lo que prima es el precio. Cómo no indignarse y sumar su voz a la de Jesús indignado: "No hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado, cueva de ladrones."

Hoy está más vigente que nunca, como decían los mayores en la época de Jesús en un tradicional refrán del Medio Oriente: "El ojo nunca se sacia". Hay que maximizar las ganancias es el credo de las principales universidades económicas del mundo. Hay que ganar más y más y más sin respetar la ecología, sin respetar las leyes de la naturaleza, sin respetar la salud de las personas.

Cuando EEUU vive la catástrofe económica del 2008 tan grave en la cual se evaporaron 800 mil millones de dólares y el estado sale a rescatar a estas instituciones financieras, un error de Wall Street termina repercutiendo en las familias comunes y trabajadoras de cualquier punto del planeta.

No solamente que son rescatados, sino que lo primero que hacen sus ejecutivos, además de cobrar los bonus y los premios, es echar a los que menos ganan. Las cifras cantan desproporciones indignantes: en la mayoría de las empresas entre el número uno de la compañía y el que menos gana es mil veces a uno, tres mil pesos sobre tres millones. Son expulsados los más débiles.

Qué parecida a la escena bíblica de Jesús de Nazareth donde las sociedades abandonan lo sagrado, la ley, la verdad y el valor cívico por el dios supremo de la transacción. A cualquier precio: hay que tener mucho, pronto, rápido cueste lo que cueste. Esto enseñan en los principales pizarrones y reproducen en las magistrales clases de las más prestigiosas facultades de las capitales.

Días pasados escuché de un politólogo una conversación que se le atribuye a Lula con el presidente Obama y un grupo de colaboradores en la que el brasileño dijo respecto de la crisis de fines de 2008: "Esto lo armaron rubios de ojos celestes". Se refería con su marcada ironía a que los más capacitados salidos de las mejores universidades del mundo articularon esta catástrofe.

Hablan de crisis pero a mí me gusta hablar de asesinato económico. Dictadores africanos y latinoamericanos, líderes crueles serbios, malvados de calañas varias están convocados a los tribunales de La Haya, pero los asesinos económicos no están en el banquillo, esos señores elegantes y cultos, autores de esta masacre, no son condenados. Y nuestros jóvenes los sufren con indignidad.

¿Dónde está el dinero? El dios dinero es hoy el único dios absoluto.

¿Por qué tanta indignidad? ¿Por qué permitir el secuestro de las ilusiones, la tortura de la esperanza, la desaparición de los sueños?

No más profanación. Es hora de devolvernos la libertad de sabernos gobernados por humanos, no solo por mercaderes siglo XXI.

El planeta, los jóvenes, la naturaleza, claman con dolores de parto una nueva redención al decir de San Pablo. Indignados, incomprendidos, expulsados, agraviados, como Jesús de Nazareth, llevan su cruz en esta sociedad ciega al futuro.

Tal vez estemos a tiempo de apartar la mala hierba y dejar que el trigo de la buena semilla germine. Que un mundo de valores se imponga a uno de precios
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Juan Guillermo
02/09/2011
16:57 h
2
 
En México habemos muchos indignados que somos creyentes evangélicos y que nos unimos al grito de protesta¡¡¡ Tenemos a Jesús el Hijo de Dios como ejemplo¡¡¡
 
Respondiendo a Juan Guillermo

Rafael
30/08/2011
13:27 h
1
 
Muy bien, pues ya estamos tardando en imitar a Jesús. ¿Por que los cristianos, especialmente los evangélicos, no se unen a las protestas del movimiento 15 M, osea, los Indignados como Jesús que no quieren que esto se convierta en cueva de ladrones ni casa de mercaderes.
 



 
 
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