En los primeros 50 años aproximadamente del siglo XX, la ciudad de Temuco, a 700 Km. al sur de la capital de Chile y conocida también en aquellos tiempos como Capital de la Frontera, era un hervidero de actividad productiva de la que el trigo era el rey. Las inmensas máquinas trilladoras, conocidas en la jerga local como automotrices, atravesaban la ciudad a paso lento cual inmensos animales metálicos parecidos a los
transformers que años después hemos aprendido a ver en los filmes de ciencia ficción. Iban de un fundo (finca) a otro para recoger el trigo que, como decimos, era lo que le daba vida y riqueza a la Región de la Frontera.
Juntamente con esta actividad febril que comenzaba a fines de noviembre y terminaba a principios de marzo, era posible ver una gran cantidad de agricultores de aspecto ario que, entremezclados con la raza autóctona destacaban por su tamaño, el color de su piel, de su cabello y de sus ojos; sus brazos y manos desarrollados más allá de lo que nos parecía normal a fuerza de trabajo y hablando un castellano enrevesado que decía a las claras que no eran oriundos de ese suelo sureño.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, los gobiernos chilenos, empeñados en darle un impulso al desarrollo de la Región de la Frontera, favorecieron las emigraciones de trabajadores alemanes que, casi en bandadas, llegaron con sus familias en plan de conquista del Sur de Chile. La conquista de los Roloff, de los Karow, de los Reinicke, de los Vorpal, de los Burkhardt, de los Emenegger, de los Ulrich, de los Pritzke (para nombrar solo a algunos a quienes conocí) se haría, no obstante, no a través del expediente político y ni siquiera económico. Se haría a través del expediente del trabajo duro y sacrificado.
Si los alemanes avecindados en la Región de la Frontera nos dejaron una buena herencia a modo de ejemplo fue ese inquebrantable sentido de responsabilidad en materia de trabajo.Establecieron maestranzas, repararon automotrices, fabricaron piezas, salieron a trillar. Comenzaban apenas amaneciendo, almorzaban a la carrera entre hierros y tractores, seguían hasta la noche cuando regresaban a casa listos para continuar al día siguiente. Ni una queja, ni una protesta, ni una mala cara. Solo trabajar. Eso era lo bueno de ellos. Lo positivo de estos inmigrantes.
Don Christian Reinicke, sembraba, criaba animales, ordeñaba las vacas, hacía mantequilla, la empacaba en cantidades de un kilo, ponía veinte o treinta paquetes en una maleta (sin ruedas, las de aquellos tiempos) y venía a Temuco a venderla a quienes habitualmente la comprábamos. No mandaba a nadie; él mismo lo hacía.
Pero hubo algo no tan bueno que defendieron y por unos años cultivaron con la misma fiereza con que trabajaban el campo.
Les quedaba, todavía, ese complejo de superioridad que trató de imponerse a todo el mundo por allá por los años 40. Convivían con los chilenos pero no se mezclaban con nosotros.Éramos amigos, concurríamos a la misma iglesia, participábamos en algunas actividades sociales y deportivas juntos, pero no más allá. Querían, al parecer, mantener la raza pura. Y para lograrlo, por muchos años evitaron la mezcla genética con los chilenos. Primer craso error. No aceptaban los matrimonios mixtos, favoreciendo las uniones entre ellos. Segundo craso error. Esto significó que por una generación o dos, las calles de Temuco vieran gran cantidad de descendientes de alemanes con su aspecto físico característico. Ya no hablaban con una mezcla de alemán y castellano pese a que seguían dominando ambos idiomas. Hablaban un castellano sin acento y un alemán perfecto.
Llegó el día, sin embargo, en que ese intento por «mantener pura la raza» comenzó a desaparecer hasta que en el día de hoy casi no existe. Los jóvenes y las jovencitas alemanes terminaron casándose con chilenas y chilenos y se produjo la mezcla que enriqueció a ambas razas: la chilena y la alemana. Cada una aportó lo suyo y todos ganaron. Hoy día, en muchos casos, los apellidos arios han sido absorbidos por los chilenos, y las cabelleras rubias y los ojos azules han cedido ante el empuje avasallador del cabello negro y los ojos cafés.
También ha habido cambios en las áreas de producción y de trabajo. Ya no se ven los grandes automotrices yendo de un punto a otro de la ciudad en procura del precioso grano de oro. El trigo también ha perdido su condición de enriquecedor de la economía regional. Temuco y la amplia región que capitanea como ciudad principal, ya no es la Zona Triguera de Chile. Muchos de los descendientes de aquellos esforzados colonos han sido absorbidos por la ciudad al punto que hoy es posible encontrarlos en una oficina, en una tienda, manejando un restaurante, enseñando en una escuela o atendiendo a clientes en un bufete de abogado.
A estas alturas, algún lector quizás se pregunte a qué viene toda esta larga introducción.Ya lo diremos.
El fenómeno que tuvo lugar con los alemanes avecindados en el Sur de Chile (y estos no tuvieron nunca nada que ver con la tristemente famosa Colonia Dignidad de la zona de Parral) no se ha dado en el campo social chileno. Hoy día, seguimos siendo gobernados por los descendientes de quienes lo hicieron cien, doscientos, trescientos años atrás.De los países latinoamericanos, Chile sigue siendo el número uno en diferencias sociales. Y los Errázuriz de hace doscientos años, siguen en 2011 manejando el país a través de sus descendientes. Los Errázuriz, los Bulnes, los Larraín, los Sanfuentes, los Valdés, los Subercaseaux, los Aldunate, los Valdivieso para nombrar solo a algunos, de antes, siguen siendo los «señores» de ahora.
Los alemanes a que hemos hecho referencia en este artículo no vinieron a hacerse dueños del país. Estos otros sí.Y a ellos se les han sumado los Piñera, los Longueira, los Velasco, los Chadwick, los Golborne y hasta los Hinzpeter.
El movimiento estudiantil chileno tiene, entre sus varias banderas de lucha, ésta: que se acabe la educación privilegiada para los privilegiados. La siguiente frase en una pancarta resume este aspecto de la lucha: «No nos mueve hundir el Titanic; solo repartir los botes con decencia». Hay una relación estrecha entre este eslogan y lo dicho por Camila: «¿Seguiremos educando solo a las élites socioeconómicas? ¿O nos aseguraremos de implementar un sistema de acceso que permita que todos los jóvenes con talentos y habilidades, independiente de su origen y capacidad de pago, puedan permanecer en la Universidad?»
¿Cómo es que las élites se han perpetuado en el poder político y económico de la nación? Sencillo. Ellos son los abogados, los ingenieros, los economistas, los arquitectos, los diplomáticos, muchos de los cuales, además de sus profesiones liberales, han devenido políticos.Así es como son ellos los que dictan las leyes, las aprueban, dan los golpes de timón a la cosa pública de manera de favorecer siempre sus intereses. Si fuese posible ver, hoy día, la telaraña que forman «los grandes apellidos» en el entramado de poder en Chile veríamos que entre parientes cercanos y lejanos, de primero, segundo o tercer grado, son dueños de la economía macro chilena.
¿Hay algo de malo en esto? No necesariamente. Solo que lo que se quiere no es que el Titanic se hunda sino que los botes se repartan con decencia.
(No resisto la tentación de poner aquí, un poco entre paréntesis, algo que ocurrió cuando el Presidente Allende formó su primer gabinete. De alguna manera actuando con el mismo sentir expresado 41 años más tarde por los estudiantes en huelga, el doctor Allende nombró a gente del pueblo como sus colaboradores inmediatos. Altamente capacitados pero ninguno perteneciente a las élites socioeconómicas. Lo curioso del caso es que cuando se dieron a conocer los nombres estalló risa general entre los Errázuriz, los Valdés, los Larraín, los Aldunate. ¿Ministro un Fernando Flores? Risa general. ¿Ministro un Zorrilla? ¡Ja, ja, ja! ¿Ministro una Mireya Baltra? ¡No me hagan reír! ¿Un Mario Astorga? ¿Un Juan Carlos Concha? ¿Un Carlos Matus? ¡Qué ofensa para los Aldunate! ¡Y para los Larraín, y los Bulnes y los Pérez-Cotapo!
«No nos mueve hundir el Titanic; solo repartir los botes con decencia».
Mientras tanto, «el pulso» que se están echando los estudiantes con el gobierno continúa.Los primeros, por su lado, exponiendo sus vidas y analizando para después rechazar las propuestas de solución cosmética que los segundos les hacen; y éstos, empecinados en defender sus derechos y los de sus afines; para ello, recurren a tres expedientes básicos: uno, la fuerza policial entremezclada con el apoyo de los medios (¡cómo echamos de menos
El Clarín!); dos, las amenazas y tres, ignorar lo fundamental en el petitorio de los estudiantes: el retorno de la responsabilidad educacional chilena a todos los niveles al Ministerio de Educación y segundo, el fin del lucro con la educación.
Algo que los políticos y los dueños de los medios al servicio de las élites socioeconómicas no pueden controlar es el recurso de los medios alternativos de comunicación, léase la Internet y los numerosos sitios que informan lo que la televisión y los periódicos silencian. En uno de ellos, precisamente, encontramos la siguiente nota que transcribimos pues muestra una faceta que de ser imitada, puede llegar a marcar la diferencia en este conflicto.
Se titula: «Yo decidí perder el año académico». Y dice:
Hace unos días se me presentó un dilema. Según mis planes académicos este semestre tenía que cursar la Práctica Profesional, última labor para obtener mi título universitario. De la veintena de estudiantes de Pedagogía en Historia, Geografía y Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, PUCV con estos mismos planes, sólo siete podíamos comenzar a cursarla, debido a que todos los demás no cuentan con los prerrequisitos necesarios ya que no se ha cerrado el primer semestre. Desde el Decanato de Educación fueron claros; de no terminar las movilizaciones dentro de la quincena de agosto sólo los que cumplen con las formalidades exigidas podrían comenzar el curso, asistiendo a clases tanto en el colegio como en el lugar que con los profesores a cargo dispusieran. Entonces plantearon la pregunta ¿Van a cursar o no la Práctica durante este semestre?
Tengo una hija, una pareja con sueldo de profesor, muchas responsabilidades y proyectos a los cuales responder, y junto a esto una cantidad de años importantes ya vinculada a esta universidad. Pude enumerar más de 10 razones para hacer la Práctica Final cuando buscada dirimir frente a este dilema, cada una de ellas más urgente e importante que la otra.
Y me imaginaba lo que piensan en sus casas o en las tomas, los cientos de miles de estudiantes cuando desde el Gobierno, municipios, directivas de colegios o rectorías se les amenaza con “perder el año”. Y ahí tomé mi decisión. HOY DECIDO, CON TODOS LOS COSTOS QUE ESO IMPLICA, PERDER EL AÑO ACADÉMICO.
Estoy convencida que estamos atravesando por una coyuntura política de amplia envergadura, donde la crítica social se extiende hacia todo el sistema imperante, arrojando una crisis de legitimidad del sistema político que pronostica cambios insospechados.
Y la historia nos ha enseñado que los grandes cambios siempre tienen grandes costos. Cientos de obreros, de mujeres y niños sufrieron y han sufrido la dura represión, el hambre y el frío por lograr mejores condiciones laborales, cientos de miles de pobladores se han levantado pese a sus miserias para exigir viviendas y condiciones de vida dignas. Incluso sangre se ha derramado, ¡incluso eso! ¿Y nosotros no vamos a estar dispuestos a atrasarnos un año en la consecución de metas académicas? Suena hasta mezquino siquiera preguntárselo.
Cualquier triunfo será para todos, y cualquier derrota deberemos compartirla también. Hoy cada uno de los que levanta la bandera de una sociedad justa y digna para todo el pueblo, debe saber que carga en sus espaldas con la entrega de millones de hombres y mujeres que antes que nosotros estuvieron dispuestos a defender los derechos de sus familias y en ese rumbo lo dieron todo, incluso sus vidas. De ello debemos ser dignos, estar a la altura.
Y pensaba en tener que pedirle perdón a mi hija por no poder el próximo año estar disponible para traer mejores condiciones económicas al hogar, perdón a mi pareja y familia por no poder ayudarlos como quisiera el próximo año, y pedir perdón también a los que depositan expectativas académicas en mí. Pero al mirarlos, y saber que esta nueva generación de la que me siento parte, tiene todo el potencial de ser la portadora de un mundo nuevo, sé que más que un perdón les debo entregar una promesa; la promesa y compromiso que esto valdrá la pena, que hoy son cientos de miles los que están dispuestos a seguir luchando, dispuestos a no claudicar, dispuestos a defender con toda la fuerza necesaria la justicia y dignidad tantas veces prometida, y tantas veces usurpada.
Perder el año académico no es nada, hay costos hoy y mañana que serán aun mayores, y si verdaderamente queremos forjar un mundo nuevo, debemos estar dispuestos a esto y a muchísimo más.
Ya habiendo decidido perder el año, si esto sirve como un pequeño aliciente para que se tenga la fuerza de seguir movilizados, habrá valido la pena.
Convencida que esta generación no defraudará los intereses históricos de todo un pueblo.
Carla Amtmann
Estudiante Pontificia
Universidad Católica de Valparaíso.
Decisiones como la de Carla Amtmann y las de los que sin importar la lluvia, el frío (Chile está en agosto en pleno invierno con lluvias, heladas y nevazones que este año han sido particularmente agresivas) y la posibilidad de un daño físico grave y hasta la muerte se mantienen en huelga de hambre son expresión elocuente de un movimiento que está lejos de ser un carnaval o una entretención, como algunos medios no se cansan de describirlos.
Un aporte final. Alguien me hizo llegar
este link especialmente ilustrativo de lo que está ocurriendo en Chile. Se sorprenderá al abrirlo y recorrerlo.
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