Breviario del sosiego/ 89

A mayor mundanidad mayor falibilidad de la voluntad ética.

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Pocos seres humanos se dan por entero, como Jesucristo

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El escritor riguroso tiene la obligación de condensar sus emociones, dejarlas reposar. Para la escritura siempre es mejor el sosiego de la distancia que la inmediatez de la explosión emocional. Control y claridad para decir lo justo, lo que conmueve, poéticamente hablando.

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Una espiritualidad insípida no sirve de alimentar la veta del milagro.

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Aún los desesperanzados sueñan con las vitrinas que exhibe la sociedad opulenta. Y entonces vuelven a creer en aquella gigantesca sociedad de consumo que premia a pocos en detrimento de la mayoría.

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La vida regida administrativamente restringe el valor de la libertad.

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Inmenso ejemplo ofrece por siempre el Padre del Pródigo.

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Si antes luchaba contra el comunismo, ahora lucha contra los pobres inmigrantes que ansían traspasar sus fronteras, desde otrora poblada por inmigrantes.

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Ninguna imposición somete al pensamiento poético.

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¿Ser compradores o vendedores, sin otra alternativa, en esta sociedad global gestada como una inmensa superficie comercial? ¿Moverse aprisa, a la velocidad del dinero?

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El ejemplo triunfa ante la promesa.

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Nada novedoso resulta que los ejecutivos de los grandes conglomerados bancarios gocen de una evidente impunidad, no sólo antes, sino después de la explosión de la más reciente crisis financiera. Ningún gobierno activa un control estricto de la actividad especulativa.

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Una sonrisa sin paréntesis es magnífico antídoto contra la tristeza del alma.

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Dar hasta el cansancio es disfrute que no todos pueden permitirse. Pero Dios siembra misericordia en tu corazón, y provee, y te hace vecino bondadoso.

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Estoy en un lugar de la Amazonía donde confluyen tres fronteras: Perú, Brasil y Bolivia. Desde el lado peruano me fui a España hace cinco lustros. De por allí vinieron mis abuelos y tatarabuelos, de Asturias y de Galicia. Desde otros cinco mil kilómetros, del nordeste brasileño, vino mi abuelo cearense. Por ello tengo profundo respeto por el extranjero, a aquel que por uno u otro motivo (sea pobreza, búsqueda cultural o persecución política o religiosa) debe dejar su patria y su familia. Nadie debe olvidar el éxodo y el llanto, como diría nuestro inmenso León Felipe. Nadie debe olvidar que errantes y extranjeros somos y seremos, como sentencia la Biblia. Nadie debe olvidar que hasta el pueblo elegido fue extranjero en Egipto.