Primero pisamos tierras peruanas:
la llegada fue a Lima, la capital, luego a Puerto Maldonado, en el departamento Madre de Dios. Esta ciudad tiene unos 100.000 habitantes, con un movimiento comercial imparable y una migración andina desbordante; aquí nos detenemos unos días. Asombra la cantidad de evangélicos en la ciudad, y también en los más recónditos lugares de la región, en plena Amazonía peruana. La explotación del oro, el turismo y el comercio están siendo las principales actividades productivas. La primera, causante de un importante deterioro ecológico.
Decidimos continuar el viaje hacia Cobija en Bolivia. Recorremos para ello la carretera Interoceánica recién terminada gracias a la ayuda financiera del Brasil. Se inició durante el gobierno de Lula. Promete desarrollo: ya lo veremos. Estamos atravesando la frontera entre tres países: Bolivia, Perú y Brasil.
Llegamos. Es imposible recuperar el tiempo de ausencia, pero consigues grabar en la retina momentos para superar la nostalgia que depara el futuro. Abrazo, recorro rutas de la infancia, disfruto, pero el perfil de Castilla también me sigue allá donde voy. Simbiosis llevada a la práctica.
Cobija está enclavada en el noroeste boliviano, dentro de Pando, uno de los nueve departamentos que conforman este país sin salida al mar. Pienso en los momentos de antaño vividos en esta tierra tropical, poco conocida incluso por los propios bolivianos por su lejanía y la precariedad de las vías de comunicación terrestre, algo que no ha cambiado con el paso del tiempo.
Es una tierra surcada por ríos y lagunas; sin embargo, escasea el agua potable por la mala administración de recursos y la ineptitud de la interminable lista de responsables que por la entidad han pasado. La recuerdo así en mi infancia y así me la encuentro hoy.
Hace un tiempo, me cuentan, abundaron los fondos europeos para subsanar esta situación, incluso vinieron gentes del primer mundo para realizar control y seguimiento del proyecto que se puso en marcha y se estancó, pues el administrador, que venía de una península, no hizo su trabajo. Llegó el presidente Evo Morales hace seis años y continúa más de lo mismo.
No fluye agua pero llueven militares por todos lados. Si alguna vez pensé que Bolivia es para todos, ahora ya no; me di cuenta al ver la discriminación. Claro que la había ayer, pero hoy se ha acrecentado con mayor brutalidad. Te sientes extranjera en tu propia tierra. La unidad prometida y el no al revanchismo no se ha llevado a la práctica. Alguien dice que ha sustituido a Dios.
El comercio en Cobija es una buena forma de ganarse la vida, pues los habitantes del país vecino, Brasil, invaden los locales para llevarse electrodomésticos, perfumes y otros productos que se abaratan porque es puerto franco exento de impuestos y por la fortaleza del real, la moneda de Brasil que sale invicta ante la devaluada moneda boliviana. Algunos ganan, pero los de dentro sufren las consecuencias de tener que pagar los mismos precios con un salario mínimo que no llega a los 100 dólares, unos 80 euros.
La vida se torna difícil para los cobijeños; las calles se llenan de vendedores ambulantes de comida: empanadas, zumo de naranja, melocotón, guayaba…; pan y otros productos de pastelería. Se lustran zapatos, se venden helados, granizados, golosinas; incluso, en una esquina te encuentras con una mesa con café, dulces y comida, pues alguien quiere ganarse el sustento de esta manera. Todo por sacar a la familia adelante.
La otra cara de la moneda, los asuntos de la política, te hacen temblar. Se habla y actúa con sigilo; ya no puedes opinar libremente pues corres el riesgo de terminar en la cárcel por desacato a la autoridad. Ni se te ocurra hablar en contra del gobierno o reclamar por la suciedad que dejan los comerciantes fuera de sus locales al anochecer.
Los cargos de gobernador y alcalde lo ejercen personas afines al gobierno. Hasta ahí todo normal, lo que no es normal es que se hable de casos de corrupción, teniendo en cuenta que luchar contra esta lacra fue una de las cruzadas prometidas por Morales. Y lo más preocupante es que los denunciantes de estos casos acaben en la cárcel aun teniendo pruebas irrefutables. Dice un periódico nacional:
“La corrupción es uno de los principales delitos que se denuncian en Pando. Con 8 fiscales, la representación del Ministerio Público en el departamento amazónico debe lidiar con seis o siete denuncias de corrupción pública por semana. Así lo informa María Dely Atiare, fiscal de distrito de Pando, que apuntó a los hechos de supuesta corrupción que investiga, como uno de los posibles móviles para el atentado que sufrió la semana pasada”. La verdad que aquí nadie tiene la última palabra; todos sospechan de todos.
Visito uno de los barrios nuevos, engrosados por la migración proveniente del interior de otras regiones andinas, sobre todo. Son barrios que carecen de todo tipo de saneamiento básico. No existe agua potable ni luz. Algunos han construido pozos para sacar el agua y la comparten con los demás como una muestra de solidaridad. Se supone que estas aguas están contaminadas, pero ése es el menor de los problemas. Las promesas de una gestión a favor de los más desprotegidos no se han cumplido. Los campesinos hicieron patente su descontento mediante un “bloqueo” de alguna carretera impidiendo el paso de los vehículos. Sólo consiguieron que las fuerzas de seguridad lanzaran gases lacrimógenos y quemaran sus medios de transporte.
Comprar gasolina es toda una odisea; no se pueden adquirir más de 40 litros diarios, y además hay que justificar la utilidad de los mismos. La espera de turno se hace larga bajo un sol abrasador.
Visito Cobija justo en la fecha en que se conmemora el 186 aniversario de este país: 6 de agosto. El día 5 desfilaron los colegios y el funcionariado de educación. Me dirijo hasta el lugar donde se llevará a cabo el mismo, y me increpa un policía preguntándome a quién intento hacerle una foto. Le respondo que lo he hecho siempre y que debe tratarme con más educación. Se enfada y se marcha. Continúo y veo que ya vienen los niños de pre-escolar. Me asombra verlos vestidos con el traje de militar y una ametralladora de juguete como complemento. Me pregunto si desde pequeños quieren adiestrarlos para la guerra: ¿entre quiénes?
Más allá, en la plaza principal, Elías, Luis y Carlos, de entre 10 y 13 años, lustran zapatos para colaborar en casa. Sacan unos 5 euros diarios. También estudian, pero no creo que puedan ni siquiera soñar en realizar estudios superiores. Elías mantiene a su madre y a su hermanita de 6 meses de edad. Trabajan cerca del edificio de la gobernación de Pando; nadie se percata de su situación, de su infancia perdida. Todos pasan de largo, preocupados por su propia subsistencia…
Más desfiles. Esta vez son militares e instituciones. Destaca la buena relación entre el gobierno y los militares, ellos garantizan su permanencia en el poder, me atrevo a pensar. Están por todas partes.
No, no se piense que estoy en contra de los más necesitados, de los marginados, de los diferentes. Soy consciente de que antes no se vivía en el paraíso. Siempre he pensado que cualquier boliviano tiene derecho a gobernar el país, si está preparado para ello. Dentro de esta línea de pensamiento, Evo Morales debe tener su oportunidad. Sin embargo, si hacemos control y seguimiento, no se constata el cumplimiento de sus promesas. Prometió que trabajaría por la unidad y la concordia. Prometió luchar contra la corrupción. Y vuelvo a mi tierra y encuentro una realidad peor que la que dejé.
No repito alguna historia que me hayan contado, y trato de ser imparcial en mis opiniones, sólo cuento lo que he vivido. He sentido el miedo de la gente; nadie se atreve a emitir alguna crítica sobre ningún asunto. Notas que los amigos de antes ya no se saludan si militan en partidos distintos. He sufrido el distanciamiento entre miembros de mi propia familia, y eso es lacerante. Algunos se abstienen de saludar a los que conservan su trabajo para no comprometerlos.
Ha empeorado el sistema de la “coima”, una cantidad de dinero que se cobra para agilizar un servicio en alguna institución pública. La piden o aceptan los civiles, la policía, los jueces, etc. Es terrible. En una entidad de salud pública nos pidieron hasta para los caramelos. La corrupción es tal que hasta un fiscal y la que ostentaba el cargo de Defensor del Pueblo, se apropiaron de unos productos decomisados. Todo de conocimiento público.
No obstante, hay algo positivo en todo esto. Muchos llenan las iglesias evangélicas, incluso la iglesia católica mantiene cierta feligresía y pude oír que en su local se entonan canciones evangélicas y se lee la biblia. Pero es innegable el crecimiento de los evangélicos. Hay muchas iglesias que amplían y construyen nuevos locales. Los miembros aportan a pesar de las dificultades.
Pregunto a una hermana su opinión acerca de este crecimiento y me contesta que “han entendido que sólo Dios puede solucionar la actual situación y en el momento en que Él lo considere oportuno”. “Y que todo lo que les ha sucedido tiene un propósito”. También se reconocen los errores cometidos. Personas que antes tenían sus vidas destrozadas por causa de la bebida, y que habían perdido a su familia, su trabajo y su reputación, ahora son ciudadanos modelos y un testimonio veraz para los demás. Son sal y luz en medio del caos. Más que nunca estoy valorando la libertad y la comodidad que tenemos en España. Debemos aprovechar esta época de las vacas gordas para sembrar para el futuro. Tenemos tierra fértil y hay parcelas para todos. Tenemos medios. ¿Qué más necesitamos para avivarlo todo?
Vuelvo nuevamente a Puerto Maldonado en Perú, y me encuentro el camino casi deshabitado por personas, pero con iglesias plantadas por siervos del Señor a los que no les importa llegar hasta lo último y más insignificante de la tierra. El sol arde, hay polvo, escasean muchas cosas, pero ahí están.
En la ciudad también te asombra la luz que emiten parientes y conocidos que se han convertido. Casi ni te lo crees. Pero es un hecho. De facto. Gloria sea dada al Señor que es Todopoderoso. ¿Acaso lo dudamos?
Hablamos con las personas que conocemos, preguntamos. Y se nota también el recelo. Se preguntan cómo se puede ofrendar, dar un diezmo sin motivo que se pueda palpar. Sin nada a cambio, según ellos. A veces son duros los comentarios. Claro, la iglesia católica va perdiendo terreno.
Me encanta recorrer las calles de todo lugar que visito. Y Maldonado no es la excepción. He fotografiado a muchos vendedores ambulantes, tengo mucho material, pero
una mañana, cuando me dirigía a la casa familiar donde nos hospedamos, no sé por qué me detengo ante un vendedor de zumo de naranja, y eso que ya había visto a innumerables personas de este gremio. Y empiezo a hacerle una especie de entrevista que me sorprendió a mí misma, ya que tenía prisa y una cita que atender.
EL VENDEDOR DE ZUMO DE NARANJA
Se llama Gerardo R. y es del Norte de Perú.
¿Se puede sobrevivir vendiendo zumo de naranja?
Sí, para comer y pagar el alquiler.
¿Cuánto gana al mes?
Entre mi mujer y yo (ella tiene otro puesto) unos 600 soles, cuando va más o menos; y unos 450 en las épocas bajas (o sea, entre150 y 200 dólares al mes, aproximadamente).
Supongo que no da para más lujos.
No, claro que no.
¿Tiene seguro médico?
No.
¿Y si se enferma?
Voy al hospital y tengo que pagar. No es mucho, pero hay que pagar.
¿Qué haría si tuviera que operarse?
Morirme, ya que esto no da para pagar. Pero con la bendición de Dios vamos…
(Al oír mencionar a Dios, hice la pregunta que no estaba dentro de mis planes) ¿Es usted evangélico?
Sí.
¿Cómo conoció a Jesucristo?
Hace 22 años me reconcilié con Dios, después de un tiempo de haberme apartado. Enfermé gravemente y el pastor de la iglesia a la que había asistido me visitó y oró por mí. Entendí que Dios nos disciplina. Yo leo la Biblia; por eso sé que Dios no nos abandona una vez que hemos creído.
Pero gracias a la bendición de Dios uno de mis hijos ya va a la Universidad; con este trabajito nos lo podemos permitir con sacrificio. Está estudiando Contabilidad (se nota su satisfacción) en la universidad pública. Hace poco se ha bautizado y es fiel a las cosas del Señor. Mi hijo menor, de 17 años, es algo rebelde, pero entendemos que está en la adolescencia. Oramos al Señor por él. Estos dos son los que están en casa. Los ocho restantes ya viven fuera.
¿Hay muchos evangélicos en Maldonado?
Muchísimos. No sé el número exacto de iglesias, pero sí sé que abundan.
¿Y usted a cuál pertenece?
A la Iglesia Cristiana Misionera. Pero todos seguimos al mismo Dios. Somos un solo pueblo.
¿Cómo llegó a Maldonado?
Una de mis hijas vive aquí y me llamó diciéndome que había mucho movimiento. Empecé trabajando como peón en la maderera.
¿Acaso no está prohibida la extracción de la madera?
Sí, pero a los grandes empresarios se les permite a cambio de pago. A los pequeños se les penaliza. Se está desforestando esta zona.
Gracias por la información. Que venda muchos zumos. Yo también soy evangélica.
Me dice que “Dios la bendiga, hermana”. Y me ofrece un jugo de naranja como gentileza. Pertenecemos a la misma Familia. Me da la bienvenida. Prometo volver.
Pensaba entrevistar a un Pastor o a otra persona conocida, pero mi Dios me hizo pararme ante ese vendedor ambulante.
Camino por la plaza de Armas de Maldonado, veo a mujeres indígenas de la selva que venden artesanía. Pregunto precios y oigo que alguien habla con una de ellas y le dice: ¿Conoce, usted, lo que dice la Palabra de Dios? Se trata de un hermano que está difundiendo las Buenas Noticias… Están por todas partes…
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