Cuando
nos tocó pedir a Dios por la sanidad de Abel Cepeda, un joven de 18 años aquejado de la terrible Colitis Ulcerosa Crónica Inespecífica, CUCI y a quien no conocemos personalmente, sentimos alrededor nuestro pasos de animal grande. La enfermedad le había invadido masivamente el intestino grueso por lo que fue necesario extirparlo completamente mediante una complicada cirugía mayor. Por la gran cantidad de corticoides y antibióticos quese le administró durante el procedimiento, los tejidos que soportaban las suturas se debilitaron de tal manera que las heridas se abrieron haciendo imposible volver a «coser». Aun así, se hizo necesaria una segunda operación para aplicar una serie de correcciones en el sistema digestivo no solo debilitado, sino gravemente dañado. Todo eso, más otras resultantes colaterales, nos sugirió que si de verdad queríamos que el muchacho sobreviviera, tendríamos que pedir a Dios que hiciera no «un milagro cualquiera» sino uno grande; excepcionalmente grande. Como alguien dijo, un simple dolor de cabeza se pasa con una aspirina. Pero el caso de Abel era diferente. U ocurríael milagro que pedíamoso, sencillamente, el joven se moría. Sobrevivió. Y aunque sigue bajo estricto control médico, ya está retomando sus estudios de enfermería con los cuales, una vez concluidos, proyecta dar el gran salto a la Escuela de Medicina en la Universidad de Gainesville, Florida.
Si usted lector cree en milagros, atribúyale éste a Dios; si no, atribúyaselo a los médicos, a la medicina y, si cree en la suerte, a la buena suerte. O a la casualidad. Como quiera. Nosotros, sin desmerecer los esfuerzos de médicos y enfermeras y la eficacia y oportunidad de la medicina aplicada (tenemos razones personales de sobra que nos respaldan), creemos en la respuesta de Dios a las oraciones de gente que sabe que cuando acudimos a Él con nuestras cargas, siempre tiene una respuesta. Y, en este caso, fue una respuesta categórica. Incuestionable.
Ahora
estamos frente a otro caso en que de nuevo se requiere un milagro tanto o más grande que el que pedimos para el joven Abel. No se trata de una persona enferma sino de un país enfermo. Me refiero a
Chile donde los responsables de la salud de la nación insisten en un tratamiento inadecuado que es el que tiene al paciente languideciendo y en estado de postración. Y al jefe de los responsables con un nivel de aprobación ciudadana apenas superior al 20%. (Los dos presidentes anteriores terminaron su mandato con un nivel superior al 80%.)
Lo que está ocurriendo en Chile en estos días y desde hace más de dos meses es absolutamente inédito. Y cualquiera persona, o país, que no anteponga su pertinacia ideológica a la lectura objetiva de los hechos, tendrá que reconocer que, como lo dijo el ex presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle hace unos días por lo cual se ganó la repulsa de los que están en La Moneda, «el país está al borde de la ingobernabilidad».
La calidad de inédito del movimiento estudiantil radica en varios hechos puntuales:
1.Al movimiento encabezado por la Federación de Estudiantes de Chile, que agrupa mayoritariamente a los jóvenes universitarios, se han integrado, saliendo también a la calle, estudiantes secundarios e incluso del nivel primario. Desde hace días, semanas, vienen desafiando el frío del invierno, la lluvia, los chorros de agua, los gases lacrimógenos, los palos y patadas de la policía y los intentos del gobierno de romper la unidad del movimiento con los recursos de todos conocidos. Hasta a un policía infiltrado descubrieron, vestido de civil entre los manifestantes. ¿Cuántos más habrá entre los llamados «lumpen», «encapuchados», «delincuentes»?
2.Han adherido igualmente profesores, padres de familia y agrupaciones diversas de trabajadores.
3.En las marchas por el centro de Santiago han participado familias enteras, incluso con niños de cortos años, llevados en brazos de sus madres o en cochecitos ad hoc. ¿Su argumento? «Estamos defendiendo la educación de nuestros hijos y de las generaciones que vienen tras ellos».
4.Las manifestaciones, con salidas a la calle, suspensión de actividades y desafío a la poderosamente apertrechada fuerza de orden, no se han circunscrito a la capital sino que se están dando a lo largo y ancho de Chile, desde Arica a Puntarenas. De ahí aquello de ingobernabilidad.
En el fondo de las motivaciones para este movimiento hay dos aspectos básicos que tanto el gobierno como la prensa que lo respalda procuran ignorar deliberadamente. Unoes el retorno del sistema educacional chileno de las Municipalidades al Ministerio de Educación; es decir, a que sea el gobierno central, como siempre ha debido ser, el que se responsabilice de la educación chilena a todos los niveles y no las municipalidades.
El gobierno militar, que adquirió cierta fama de ser un gobierno austero y que sabía manejar la economía del país (¡qué va!) entregó a los gobiernos comunales el manejo de la educación. Y con ello, chorros de dinero que sigue corriendo como agua. Esto ha sido un desastre, como desastre ha sido el sistema previsional, que también se entregó a empresas privadas; el sistema de salud, el sistema bancario y la gran mayoría de los medios productivos y que generan recursos. En una palabra, el gobierno central se desentendió de todos estos deberes propios e inherentes a él y abrió de par en par las puertas anchas para que salud, previsión, educación, producción, sistema vial se transformaran en el gran negocio que es ahora. Negocio tan productivo para la clase empresarial y todos sus adláteres, que tiene a Chile proyectándose ante el mundo como una de las economías más solventes de Latinoamérica. Habría que averiguar entre los «lumpen», los «encapuchados», los «delincuentes» que hacen destrozos en la propiedad pública y la privada, cuánto de ese fenomenal beneficio económico del que hablamos llega a ellos. Y a los damnificados del terremoto de febrero de 2010 que siguen viviendo en tiendas de campaña, sumidos en el barro y durmiendo en camas mojadas.
La otra demanda de los estudianteses que la educación, especialmente la universitaria, deje de ser el negocio que es ahora y vuelva a lo que era antes: un servicio del gobierno en beneficio de todos los jóvenes chilenos susceptibles de acceder a la enseñanza superior.
Estos dos petitorios son los que le dan al movimiento el carácter de «misión imposible». Porque para quitarles la teta a los que han venido mamando millones y millones de dólares es que se requiere de un milagro como el de Abel Cepeda.
Para nadie es un secreto que en Chile la educación es un negocio. A la universidad llegan los que pueden pagar; los que no, se quedan en la categoría de «lumpen», «encapuchados», «delincuentes». Como la educación superior se ha transformado desde el gobierno militar para acá en la gallina de los huevos de oro, han proliferado como callampas las universidades privadas.
La bandera que hacen flamear los jóvenes estudiantes apoyados por sus profesores, sus padres, trabajadores e incluso estudiantes de fuera de Chile es esa: Que la educación deje de ser el negocio que es y vuelva a ser lo que siempre fue: un proyecto estatal que beneficie a todos por igual.
Para ser sinceros, no creemos que los manifestantes vayan a ganar «el pulso» que se están echando con la por ahora clase gobernante. De ahí que desde acá, les digamos con toda la fuerza de nuestra convicción de que su lucha no solo es justa sino que merece ser apoyada: «¡No aflojen, muchachos!»
(*) A propósito del movimiento de los Indignados en España, escribimos un artículo sugiriéndoles que sebuscaran a un «Dany el rojo» para queaglutinara el movimiento y lo hiciera algo efectivo así como lo hizo Dany Cohn-Bendit en la Francia de DeGaulle.
Camila Antonia Amaranta Vallejo Dowling pareciera ser la «Dany» chilena. En la toma de posesión de su cargo de presidenta de la Federación de Estudiantes de Chile, FECH, dijo: «La universidad no puede ser un negocio ni mucho menos la educación puede ser una mercancía»; «... y de pronto, nos damos cuenta que no son solo unas pocas carreras, sino que es toda una rama del saber, es toda un área del conocimiento la que ha caído en la pobreza universitaria como consecuencia de las lógicas del mercado implementadas ya a lo largo de estos últimos treinta años»; «la administración del poder por los poderosos de siempre nos obliga a entrometernos en sus asuntos, porque estos asuntos son también nuestros asuntos y porque no podemos dejar que unos pocos privilegiados definan las medidas y contornos que debe tener nuestra patria, ajustándola siempre a sus pequeños intereses»; «este procedimiento, operado en plena dictadura, siguió su curso con los gobiernos de la Concertación... pasaron los años y el control del gobierno volvió a las manos de quienes tiempo atrás habían gobernado con trajes de civil detrás de los uniformes de soldado»; «a nadie le es indiferente que en nuestra casa de estudios se perpetúen desigualdades fundamentales que determinan, por ejemplo, que el 20% más rico de la población tenga más del 50% de las matrículas...¿Seguiremos educando solo a las élites socioeconómicas? ¿O nos aseguraremos de implementar un sistema de acceso que permita que todos los jóvenes con talentos y habilidades, independiente de su origen y capacidad de pago puedan permanecer en la Universidad?»
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