La pregunta supone una respuesta y un reproche para nuestro tiempo. En el campo protestante es donde se dan las reflexiones fundamentales sobre el Estado. La dinámica del libre examen sobre asuntos de religión no se queda en esa parcela, sino que supone ver la situación como de “toda la casa”, cada cosa en su lugar, pero cada cosa relevante.
La Reforma no escapa de la realidad, sino que la recibe y la vive con la fe. Hoy no encontramos a muchos pensadores protestantes como avanzada en el camino de la reflexión sobre la sociedad; a lo sumo veremos cómo algunos se apuntan a propuestas seculares, poca cosa para quien tiene que ser luz del mundo y sal de la tierra. Pero eso es lo que hay; la sociedad no nos tiene en cuenta porque no tenemos mucho que cuente. Ya viene la hora, sin embargo, de un nuevo tiempo.
Contamos con bastantes autores protestantes del pasado donde elegir. No se trata de quedarnos con todo lo que propusieron, sino de analizar todo y quedarse con lo que nos parezca adecuado. Sabiendo que eso supone descubrirnos en nuestros aprecios. Hoy de esos autores se suele considerar como inútil sus referentes a la ley bíblica, y sólo se usan en sus aspectos seculares. Es verdad que algunos tenían lo bíblico sólo como un ropaje cultural, si ahora lo quitamos no pasa nada, pero para otros es imposible quitarles su relación bíblica sin que desaparezca la esencia de sus trabajos.
Otras veces nos encontraremos con autores que, siendo lo bíblico esencial en sus posiciones, no estaremos de acuerdo en sus interpretaciones. Hay de todo. Pongamos unos casos.
Samuel Rutherford escribió una obra importante,
Lex, Rex (1644) contra la opinión de otro autor que afirmaba la obediencia siempre a la corona como algo impuesto de Dios a cada cristiano. Rutherford
propone la justa rebelión contra una monarquía que esté dañando al pueblo. Su influencia en el desarrollo de la asamblea de Westminster es indudable. Bien, con eso nos quedamos; pero ¿nos quedaremos también con su afirmación “bíblica” de que la monarquía, o cualquier gobierno, daña al pueblo, y por eso hay que rebelarse contra ella, cuando establece la libertad religiosa? ¿Es la libertad religiosa un mal que convierte en tirano al gobernante que la propugna? Con eso no nos quedamos. Pero las dos cosas las afirmaba el mismo autor. [Tan opuesto, como otros, a la “clerecía” anglicana o papal, pero afirmando su misma doctrina sobre la libertad religiosa.]
Otro caso; si al estudiar el (segundo) Tratado sobre el Gobierno Civil,
el Tratado y la Carta de la Tolerancia de John Locke, o Leviatán de Thomas Hobbes, te encuentras con falta de tiempo (suele ocurrir en todos los cursos), ¿qué suprimirías? Lo más común es suprimir las referencias claramente religiosas, bíblicas. En el caso de Hobbes, incluso la parte final de su obra no ha interesado a algunos editores. ¿No es mejor excluir, ya que somos evangélicos, los capítulos más seculares, que hablan de la organización de la sociedad en general? Creo que no se deben suprimir ninguna de las dos partes. Si no hay tiempo suficiente, que se haga una presentación abreviada, pero de todo. Sería continuar en un mal camino separar las dos partes, es muy común hacerlo. [He puesto los ejemplos de Locke y de Hobbes desde luego no porque tengan una identidad ni en forma de Estado ni en religión.] ¿Qué suprimimos en el
Tratado de lo Bello, de Jean-Pierre de Crousaz (1714); el capítulo de la “belleza en la música”, o el de la “belleza en la religión”? [Existe traducción castellana, 1999. A veces los proyectos editoriales obligan a reducir número de páginas.] Aunque el gran pionero del estudio del
gusto en Estética se encontraba más a gusto en la parcela religiosa (como “sacerdote” calvinista, así lo presentan), lo religioso, la belleza, el gusto, en la Biblia, no le gustará a mucha gente; mejor lo quitamos. Mejor no quitar nada. Es malo “quitarse” del mundo y meterse en la capilla, o meterse en el mundo quitándose de la capilla. Creo que si el pueblo evangélico no está en los dos espacios, puede que se sienta a gusto en uno u otro sitio, pero la sal habrá perdido su sabor, será irrelevante. Veamos ya a un par de autores.
John Adams, al ponderar el gobierno mixto y el balance de poderes propio de la constitución americana, delimita tres periodos en la historia de Inglaterra, en los que diversos pensadores tienen que presentar los aspectos de ese buen gobierno frente a situaciones de tiranía. El primero sería el de la
Reforma inglesa, donde el obispo calvinista John Ponet “propuso todos los principios esenciales de la libertad, ampliados luego por Sidney y Locke”. El segundo correspondería con
el florecer de la literatura política entre 1640 y 1660; además de la reimpresión de Ponet, aparecen James Harrington, John Milton y
Vindiciae contra tyrannos. La tercera etapa cubre
la revolución de 1668, donde Algernon Sidney, John Locke, Benjamin Hoadly, John Trenchard, Thomas Gordon, y muchos otros sostienen la causa de la libertad. [Adams entendía que los americanos no podían conservar su libertad sin la “presencia” de tales autores en sus vidas. Buena advertencia.]
Se ha dicho [O’Donovan y O’Donovan, ed. “From Irenaeus to Grotius”. 1999.] que “A Shorte Treatise of Politike Power” supone realmente “un signo de una época excepcional, tanto como un excepcional signo de una época”. Ésta es la obra de John Ponet (1514-1556). Fue editada en Estrasburgo el año de la muerte del autor. [¿Qué tendría en ese tiempo esa ciudad, que tantos bienes produjo?] Ponet forma parte de los ingleses exiliados por la persecución mariana; suele emparentarse con otros dos famosos igualmente exiliados, pero estos en Ginebra, John Knox y Christopher Goodman. Quentin Skinner, en su magistral “Los Fundamentos del Pensamiento Político Moderno” (1978), [Aunque no estoy de acuerdo en su explicación de la filosofía política de Calvino.] estudia a los tres, remarcando la diferencia de derecho que reclaman Ponet y Goodman frente a Knox: éste tiene en cuenta su deber de rebelión contra la tiranía del gobernante en base al derecho “constitucional” de Escocia, mientras los otros atienden ya más a un derecho “privado” de resistir al tirano. En cualquier caso, hoy ni Ponet ni Goodman son autores conocidos (quizás por eso los pongo en esta presentación).
En
el caso del “Breve Tratado del Poder Político”, reconocido como esencial en la formación de los padres de la independencia de Estados Unidos, que sea ignorado es todo un síntoma. Siete capítulos y un Aviso final, un tratado “breve”. [Una edición con lenguaje actualizado en internet no supera las 55 páginas.] Unos planteamientos de sorprendente sencillez; muy claros para todos. Nada del mentiroso y retorcido, abstruso, lenguaje “político” moderno. El autor parte de la base, como cristiano, de que toda autoridad es “dependiente” de la suprema autoridad de Dios. Por eso propone términos propios de una comunidad religiosa cristiana, es decir, escribe sobre el poder, y sus límites, del Estado “cristiano”. Tiene en cuenta también la situación de las naciones “étnicas” (así llama a los pueblos no cristianos), y toma lo que puede de sus leyes. Como otros autores de la época escribe teniendo en cuenta la propuesta del “arte de la política” que Maquiavelo propone en El Príncipe, donde la acción del gobernante está “justificada” por la necesidad de preservar el poder, sin necesidad de apelar a otro tribunal (la “razón de Estado”). Por tanto, se subraya la condición “moral” de la acción política. Acción moral que supone la aceptación de una ley natural por la que juzgar los actos. Esa ley se corresponde con la expuesta en el Decálogo, y se aplica siguiendo el principio (que vale para todos en todas las épocas) de “no hacer a los demás lo que uno no quiere que le hagan a él”.
Nadie quiere para sí mismo que otro le de una mercancía falsa, que le robe sus tierras, que secuestre a sus hijos para hacer su trabajo o su guerra, que se lleve la herencia de sus padres, que contraiga compromisos en su nombre y le deje el futuro hipotecado. Todo eso, y mucho más, convierte en delincuente a quien lo realice y es, por tanto, un peligro para la comunidad, la cual debe tomar medidas para impedir su actuación, incluso medidas violentas, como se haría contra un secuestrador, un ladrón o contra un criminal.
El argumento de Ponet es que la situación no cambia si eso lo hace el rey o el gobernante. Y lo hacen muchas veces, pues no contentos con su vocación de servir a la comunidad, rápido acuden a la modalidad política “instalada por el diablo”, para hacerse dueños y señores del mundo. Esta modalidad tiene dos pilares fundamentales: la fuerza bruta y la astucia perversa.
Si el rey actúa así, hay que expulsarlo, pues ya no es autoridad legítima, sino delincuente homicida: si se resiste a dejar de hacer el mal, hay que usar la espada. La “espada” del Estado no la puede usar para hacer el mal, pues ha sido puesta en sus manos por el pueblo para su defensa frente a los criminales y los que quieran dañar a la comunidad. No tiene la espada de forma automática, permanente, de sí propio, sino que la recibe del pueblo y en su nombre debe “administrarla”. Cuando no lo hace con justicia [Es obvio que habrá que considerar cada caso en la Historia y en la actualidad.], entonces el pueblo la recupera, y queda en sus manos contra el magistrado que está matando a la comunidad. ¿Quién debe usarla ahora? Es un asunto complicado.
La respuesta razonable es que la usen los “magistrados inferiores”, es decir los que están al servicio de la comunidad como parte de la esfera “política”. Esa ha sido la respuesta más común dentro de la reflexión protestante sobre esta materia; pero no es la única. Hay matices. Lo que Ponet escribe en su Tratado es que no existe una forma escrita, un mecanismo automático para aplicar cuando se da la circunstancia de una tiranía. Hay que ver cada caso y cada circunstancia. En el campo protestante también se dan propuestas en las que el “individuo” tiene que colaborar con los magistrados inferiores para expulsar al tirano, pero si éstos no actúan, tendría que hacerlo aunque estuviera solo. El tema es complicado; pero esto es la ética cristiana en el mundo: algo de responsabilidad, porque lo es de autoridad, la autoridad que tenemos de usar la Escritura. Mucho estudio, mucha oración, mucho cuidado, mucha fe, y que Dios nos guíe. [Una advertencia; en el campo jesuita se han escrito sobre esta idea de resistir a los tiranos obras muy importantes. A veces se las une a las protestantes, pero hay que destacar que para un jesuita, lo que convierte en tirano a un rey o gobernante, entre otras cosas, es que éste no reconozca la supremacía del papa o establezca en su reino la libertad religiosa. Así, pues, aunque haya un lenguaje que suene parecido, los principios y los fines son muy diferentes.]
Seguimos en el mismo plano de reflexión. Ningún cristiano puede ser fiel en su “vocación” personal, si deja que en otras esferas (por ejemplo, la política) reine la injusticia y el mal, pues todas pertenecen a una única “comunidad de autoridad”.
Veamos a Christopher Goodman (1520-1603). Escribió un texto sobre política: “Cómo deben ser obedecidos los poderes superiores” (editado en Ginebra en 1558). Con Goodman nos encontramos en la línea en la que el individuo se ha podido quedar solo, usando la espada que tenga a mano para quitar “la espada” que la comunidad ha puesto en manos del rey o gobernante y que éste usa para matar y robar al pueblo. Resulta que íbamos a pasar un buen rato “hablando de política”, y viendo lo que estos autores decían sobre el Estado y cómo configurarlo, y nos encontramos con que nos escriben de rebelión, de la justicia de tomar las armas en algunas situaciones y de cosas que descartan una conversación lúdica y amena. Pero esa es la realidad. Construir el Estado es necesariamente también frenar, derribar, excluir lo que destruye al Estado. A veces es el propio “Estado” en una determinada situación histórica el que se opone al Estado (digamos del orden creacional, o de Romanos 13 para entendernos) de bienestar y libertad de la comunidad, es decir, el que debe cuidar de esa libertad y bienestar, protegiendo al que hace lo bueno de las obras de los que dañan y pervierten. En ese caso, “construir” el Estado es de necesidad enfrentarse al Estado usurpador, creado como instrumento del tirano de turno, con todos sus ayudantes y beneficiarios. Es colocarnos en la plaza pública con nuestra responsabilidad. Pero eso es ética cristiana en el mundo, eso es trabajo, esfuerzo, firmeza, fidelidad, investigación, análisis, leer, conocer, desechar lo inadecuado; eso es caminar como cristianos, también en la esfera de lo público, muchas veces sin saber qué hacer, llenos de dudas, con temor y temblor, pero caminando.
Estas obras, como todas, pero éstas especialmente, deben leerse en su contexto. Eso hará que reconozcamos su valor, pero que también le quitemos (esa es nuestra responsabilidad) lo que no esté de acuerdo a la Escritura. Esta obra de Goodman tiene cosas muy valiosas, otras realmente discutibles. Junto con Knox, es otro “toque de trompeta contra el monstruoso gobierno de las mujeres”. Que eso se dijera contra María, tiene para algunos un pase, pero ahora está Isabel, a ver cómo se pasa. Los dos eran amigos firmes de Calvino. Es evidente que éste, con los enemigos que tenía, ya podría sufrir sus terribles jaquecas; pero con estos amigos, se multiplicaban. Calvino no estaba de acuerdo en sus apreciaciones sobre el gobierno político de la mujer, entre otras cosas porque tenía firmes aliadas y colaboradoras (Duquesa de Ferrara, reina Juana de Albret). Aparte de esta advertencia, el libro de Goodman es relevante en nuestra reflexión, entre otras cosas, porque es un sermón.
Goodman era pastor, y escribe este sermón sobre el texto: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. De manera que un texto importante sobre la teoría del Estado es un sermón. Esto es común en la Historia de la Reforma. Es curioso que hoy el pueblo evangélico se acerque a la cuestión política como algo que uno “se encuentra”, cuando ha estado con nosotros desde siempre. [Un ejemplo: “La verdadera naturaleza de la caridad cristiana” es un texto clave para entender la formación de los propios Estados Unidos –“una ciudad sobre una colina para alumbrar al mundo”–, pues es un sermón, donde John Winthrop explica a los que van en el barco y llegarán a la nueva tierra cómo debe regirse la comunidad política que se formará. Hay edición castellana, Universidad de León, 1997; en la misma colección, “Taller de Estudios Norteamericanos”, que también ha editado el famoso sermón de Jonathan Edwards “Pecadores en manos de un Dios airado”.] Por otra parte, el lenguaje es radical contra el papado. En ese momento el papado es el modelo de lo que pervierte la función del Estado. Así como los apóstoles fieles “resistieron”
obedeciendo a Dios y su palabra frente al concilio judío, ahora toca a los fieles desobedecer a los tiranos religiosos y políticos para seguir en obediencia a Dios. Estamos, pues, en una teoría del Estado en la que la rebelión contra la tiranía no es una opción, sino una obligación. No todos los autores protestantes proponen esto, pero esta posición tiene su explicación. Para Goodman ni siquiera vale el rechazo individual interior, sino que debe hacerse explícito y público. El cristiano, ante situaciones de injusticia y tiranía, no debe ser un “perro mudo”, pues así tal vez libre a su cuerpo de algunas dificultades, pero deja su alma desechada ante el juicio de Dios. Nuestro autor encuentra la razón de esta postura radical en la propia naturaleza del gobierno civil (o religioso), donde la obediencia siempre es a la ley. Si al obedecer la ley te encuentras frente al gobernante, tienes que seguir a la ley. Es evidente que Goodman piensa en el gobierno creacional (de Romanos 13), y asume la presencia de leyes “naturales” que todo hombre reconoce. Esas leyes naturales son expresión del Decálogo, así es como estos escritores protestantes veían la cuestión. Hoy la sociedad tiene otro lenguaje. Como cristianos, no perdamos el nuestro.
Esto se ha alargado demasiado. Termino.
Goodman también nos advierte de la situación posible en la que prácticamente la mayoría de la comunidad: el gobernante, los magistrados todos y el pueblo, se han asentado en la desobediencia a Dios. Mal asunto. En tal caso, “hay que ser prudente, paciente, fervoroso en la oración”, y esperar en la providencia.
Si el calor no estropea más de lo que ya están las neuronas,
nos veremos, d. v., en otro artículo, y nos encontraremos con otros autores. Para seguir esta reflexión. Pero la seriedad de la cuestión impone que, viendo el pasado y el presente, los que ahora disfrutamos de libertades sociales; los que podemos ocuparnos con tranquilidad en nuestros negocios; los que podemos celebrar nuestros cultos y predicar el evangelio con libertad, como ahora ocurre en España, estemos llenos de gratitud por este privilegio y bendición, y en esa gratitud, demos un abrazo a todos los cristianos en el mundo que viven en sociedades sin las mínimas libertades civiles.
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