La Biblia es para la comunidad de creyentes, y su comprensión se ensancha cuando la leemos y reflexionamos junto con otros y otras que buscan un acercamiento integral a la Revelación, como lo prescribió Jesús (
Lucas 10:25-28): con el intelecto, los sentimientos y la intención de poner en práctica lo juntamente aprendido.
La comprensión correcta de lo enseñado en Las Escrituras no asegura mecánicamente su obediencia. Pero sí es condición primaria para el seguimiento de lo interpretado en la familia de la fe. El peligro de distorsionar la Palabra fue una posibilidad en las comunidades cristianas primitivas, tanto, o más, como lo es hoy y es necesario tener presente tal peligro.
Pedro, en su segunda carta, capítulo 1
versículos 23, nos recuerda que la máxima revelación de Dios, la encarnación de Cristo Jesús, no es, como traduce
La Palabra. Elmensaje de Dios para mí, “una leyenda fantástica” sino firme cumplimiento de lo prometido a través de los profetas. De ahí que más adelante el apóstol confiese que “tenemos la firmísima palabra de los profetas, a la que ustedes harán bien en atender como lámpara que alumbra en la oscuridad hasta que despunte el día y el astro matinal amanezca en sus corazones.
Sobre este punto, tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia, ya que ninguna profecía ha tenido su origen en la sola voluntad humana, sino que, impulsados por el Espíritu Santo, hubo quienes hablaron de parte de Dios”.
Normalmente las distorsiones, las enseñanzas falsas, encuentran terreno fértil en el desconocimiento existente de la Palabra en las comunidades cristianas. Siempre hay quien dice tener nuevas revelaciones, la interpretación a la que nadie más puede acceder. En lugar de fundamentar la vida cristiana en lo que es cristalino y difícilmente da para elucubraciones, en aquellas partes de Las Escrituras que no dejan lugar a las ambivalencias ni a las temeridades hermenéuticas; con harta frecuencia se detienen reiteradamente en pasajes que demandan un amplio conocimiento bíblico y no los rudimentos esquemáticos que conforman las herramientas de seudo profetas o auto nombrados maestros que se dicen poseedores del don que nadie más tiene.
Podemos establecer un símil entre lo anteriormente expresado y nuestra propia situación a partir de lo que les escribió Pedro a comunidades de fe necesitadas de certidumbre y confianza en el Evangelio que les había sido proclamado. Les comunicó que su entendimiento de la Revelación debía reflejarse en su calidad de vida, que de nada les valía darse a interpretaciones interminables y desconectadas de la ética del Reino.
Una vez aclarado que lo vital es evidenciar la salvación en frutos conductuales, Pedro advierte a sus lectores que “la paciencia de nuestro Señor es para nosotros salvación. En este sentido les ha escrito también nuestro querido hermano Pablo, con la sabiduría que Dios le ha concedido. Lo repite en todas sus cartas en que ha tratado estos temas y en las que hay algunas cosas difíciles de entender, que los ignorantes y poco formados en la fe interpretan torcidamente —como hacen con otros pasajes de las Escrituras—, buscándose con ello su propia ruina” (
2 Pedro 3:15-16).
Una lectura comunitaria de la Palabra, en la familia de la fe, para nada está en contradicción con el hecho de que en su seno debemos prestar cuidadosa atención a los maestros y maestras que el Espíritu Santo (que nos guía a toda verdad, Juan 16:13) ha provisto para hacernos crecer en el conocimiento y práctica de los preceptos bíblicos.
El academicismo interminable, o el anti intelectualismo que desdeña la constante preparación de quienes tienen el don de enseñar la Palabra, son los extremos a evitar en las congregaciones que buscan ser una comunidad hermenéutica que camina por la senda marcada por Jesús. Aquí es muy fructífero el ejercicio de estudiar con detenimiento las múltiples ocasiones en que el Verbo encarnado sostuvo encuentros interpretativos con escribas, saduceos y fariseos. A todos ellos, y en no pocas ocasiones también a sus propios discípulos, les hizo ver que mal entendían Las Escrituras.
La lectura bíblica es un camino en dos direcciones. Leemos la Palabra, y ella nos lee a nosotros. De los muchos pasajes que podríamos citar para ilustrar ese ejercicio de lectura alternada (nuestro encuentro con la Biblia y la Biblia que nos interpela al leerla), nos detenemos en
Hebreos 4:12, que en la Nueva Versión Internacional dice: “Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón”.
La Palabra nos deconstruye, nos desarma, para reconstruirnos sobre nuevas bases, valores, percepciones, pensamientos, afectos, deseos y prácticas en la perspectiva del Reino encabezado por Jesús.
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