El ser humano, en sus claras limitaciones y bien consciente de que no puede abracarlo ni controlarlo todo, ha tenido siempre, desde sus orígenes, una clara tendencia por afanarse en aquello que no puede conseguir o controlar. La ansiedad tiene mucho que ver con esto y se puede manifestar de muy diversas formas, desde en un traje de preocupación, de incertidumbre acerca del futuro, hasta en aspecto de “ataque” físico, lleno de síntomas en nuestro cuerpo y de angustia, en definitiva.
La ansiedad se parece mucho al miedo. De hecho, en apariencia, ambos son exactamente iguales. La taquicardia producida por el miedo, por poner sólo un ejemplo, no se distingue en nada de la que viene generada por un brote de ansiedad. Pero, sin embargo, las causas que motiva a uno y a otra son bien distintas.
El miedo surge ante una situación que verdaderamente es peligrosa para el individuo (un león, por ejemplo) y es absolutamente normal. La ansiedad, por el contrario, surge con la misma fuerza que el miedo en un momento en el que no hay un peligro real (por ejemplo, qué voy a hacer con tanto tiempo en vacaciones). Una vez más, por tanto, estamos ante un problema interpretativo y no de envergadura real de la situación. La lectura que hacemos de nuestras circunstancias es lo que a veces las convierte en un problema y nos sobrecarga con un alto nivel de angustia, porque al final del recorrido sólo somos conscientes de una cosa que nos cuesta mucho trabajo aceptar: que nosotros no controlamos las circunstancias. Como nos recuerda el Evangelio de Mateo (
5:36), ni siquiera tenemos la potestad de hacer blanco o negro un solo cabello y eso nos inquieta sobremanera, porque necesitamos, para nuestra tranquilidad, sensación de control.
Sin embargo,
a la luz de la Palabra, se los llama a depositar nuestra confianza en quien sí tiene poder sobre toda circunstancia. Siempre nos es de alivio en este y otros casos, saber con certeza que hay otro que sí las controla aún cuando nosotros no podamos ni ser conscientes de ello. Resultan especialmente clarificadores algunos textos del Nuevo Testamento, particularmente cuando se nos llama a “echar toda nuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de nosotros” (
1ª Pedro 5:7), a recordarnos cómo ni un pelo de nuestra cabeza perecerá sin que Dios lo permita porque todos ellos están contados, o a considerar el cuidado que Él tiene de las flores del campo o los pajarillos, que valiendo mucho menos que nosotros están protegidos por Su mano y nada les falta, más bien al contrario, desbordan la majestuosidad, la abundancia y la excelencia del Creador:
Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?
Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan;
pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos.
Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?
No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?
Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. (Mateo 6:25-33)
Partir de la bendición de que no hemos de procurar buscar estas cosas porque hay alguien que ya sabe de esa necesidad y, simplemente, la cubre según su generosidad y abundancia, que es mucha, es verdaderamente un descanso. De ahí que tienen realmente sentido para quien está angustiado con la incertidumbre de su vida las palabras de Jesús en
Mateo 11:28 cuando dice “Venid a mí los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar”. La salvación en Cristo es una fuente de esperanza sin igual, pero es principalmente un gran cúmulo de certezas, porque Sus promesas son en Él sí y amén (
2ª Corintios 1:20). Esto ha de reducir, inevitablemente, nuestros miedos, aunque a veces los padecemos ya que estamos sujetos aún a este cuerpo mortal.
Consideremos, entonces, algunas cosas que debes saber sobre la ansiedad, así como algunos remedios naturales para combatirla:
· Establece, en primer lugar, si el peligro que temes es un peligro real o no lo es. A veces nuestra mente tiende a agrandar los problemas, consciente de que no tenemos poder sobre las circunstancias. Analiza la situación, entonces, en su justa dimensión.
· Pide ayuda, al Señor en primer lugar mediante la oración, ya que es quien tiene cuidado de nosotros y quien controla TODA circunstancia.
· Pide también ayuda a quienes te rodean, ya que es a ellos a quienes el Señor ha puesto en tu camino para poder serte de alivio.
· Escoge bien a aquellos que vayan a ayudarte. No todos saben hacerlo y algunos, con muy buena intención, pueden crearte más angustia.
· Recuerda que la ansiedad es muy molesta, pero no es peligrosa. Esto quitará cierto nivel de preocupación, ya que no te va a pasar nada por tener ansiedad, aunque pueda parecerte que sí porque notas síntomas físicos. En realidad la ansiedad significa que tu cuerpo reacciona muy eficazmente cada vez que cree que tiene un peligro delante, aunque este peligro sólo esté en tu mente.
· Enfréntate a aquellas situaciones que estás evitando debido a la ansiedad. Hasta que no te des la oportunidad de comprobar que lo que temes no es cierto, seguirás pensando igual y tu cuerpo reaccionará de acuerdo con la interpretación catastrofista que hagas de tu realidad.
· Intenta no evitar las situaciones que te están generando ansiedad ni te aferres a rituales que, aunque aparentemente te proporcionen seguridad, en el fondo sólo te esclavizan.
· Sustituye la preocupación por la ocupación. Si tienes que tomar medidas prácticas para afrontar una situación que tienes delante, hazlo, pero no te anticipes constantemente a cosas que aún no han sucedido. Este es el afán del que tanto hemos de huir o el empeño en añadir un codo a nuestra estatura cuando no es posible hacerlo.
El periodo de vacaciones hace, a menudo, que nos veamos en la obligación de pensar en nosotros, de afrontar asuntos que hemos ido dejando y que, francamente, no sabemos cómo se resolverán. Otras veces, simplemente, tenemos demasiado tiempo para pensar y nuestra mente es experta en inventar problemas, preocupaciones, mayormente cuando nuestros ritmos de trabajo cambian. Conscientes de nuestras limitaciones, en esos momentos sentimos muchas veces que estamos a merced de las circunstancias. Sólo la realidad de la protección y omnipotencia divinas nos trae a nuestra verdadera dimensión, donde la ansiedad puede realmente desaparecer sobre una promesa firme: que Él tiene cuidado de nosotros.
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