Es el resultado de aplicar el principio de libre examen y responsabilidad personal, teniendo como referencia la autoridad de la Biblia.
Antes de apuntar algunas cuestiones sobre la materia en otros encuentros, debemos acudir hoy a la historia del Estado de Israel, en sus diferentes etapas. Ya no estamos en su irrepetible lugar y tiempo, pero quedan enseñanzas que luego se han usado para formular las ideas sobre el Estado moderno (término que tiene notables matices).
Resumiendo. El pacto con Abraham, cuyo sello es la circuncisión, está ya viviendo en la descendencia de Jacob, que ha llegado a Egipto en historia por todos conocida. Llegaron familias o clanes, tras largo tiempo son tribus que han mantenido su identidad incluso en su momento de cadenas y esclavitud. A la hora de la liberación son convocados como el pueblo de los padres con los que Dios hizo pacto. De Egipto, en historia de todos conocida, sale una nación que se asentará y confirmará en una tierra prometida. No la merecen, son pueblo rebelde y traidor, pero su Dios se la entrega por causa de su propio nombre. Esa nación, recordando el pasado, se afirma ahora en el presente de una salida, de un camino, bajo la protección del Todopoderoso. Su Dios es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, pero desde este momento es el “que los sacó de Egipto, de casa de servidumbre”. Ese es el preámbulo a su relación legislativa. Por esa condición recibe “leyes de justicia y santidad”, que son a partir de ahora, junto con la circuncisión, sus señas de identidad. El Dios de los padres se ha dado a conocer en sus leyes, y vive en medio de su pueblo en su santuario.
Asentadas en nueva tierra, las tribus conservan su identidad comunitaria. Tienen sus propios jueces, sus propias fronteras, llama a su propio ejército cuando es necesario. Cada una es un pequeño Estado que forma parte de una entidad mayor: Israel, por medio de una relación confederada (anfictionía, llaman algunos a esta situación). Cada una administra la ley, pero ésta es común a todas las demás. Ninguna tiene un santuario propio, ni sacerdocio, ni liturgia particular. Esta es la condición de su fuerza y supervivencia: todas las tribus libres, pero todas unidas en un mismo santuario, una misma ley, una misma liturgia, una misma fiesta. La unidad la viven de ese modo, y sólo puede mantenerse de ese modo. La relación con su Dios la tienen que vivir en “comunidad”, en la “congregación” que forman todas las tribus. Una de ellas ha quedado sin tierras, la de Leví, su vocación es el servicio ministerial de la ley a todas las demás tribus. [¡Curioso antecedente para “iglesias” y “pastores” que luego son multiterratenientes!]
Cada tribu dispone de su terreno en propiedad, cada familia de la tribu dispone de su parcela de terreno en propiedad. Un pueblo libre que trabaja la tierra. Con la ley se impiden acumulaciones y poder en manos de pocos. (Esa ley es la bíblica, cuando se habla de valores o ética “judeocristiana”, en lo de “judeo” debe verse precisamente al pueblo traidor que rompe constantemente la ley de Dios, como lo señalan profetas y el propio Cristo; y en lo de “cristiana”, lo mismo, la historia del cristianismo como ejemplo de usurpación y rechazo de la ley de Dios, poniendo en su lugar la de su propia cosecha para sus propios intereses. También es verdad que el término, a veces, muy pocas veces, se usa por algunos para significar “ley bíblica”. Pero eso no es muy común. Lo más normal es que “ley bíblica” suene poco política o religiosamente correcto, mientras “valores judeocristianos” queda muy bien. Pero es muy engañoso.) Si ponemos cifra redonda para el inicio de esta época de recepción de la ley y aplicación en la nueva tierra en 1200 a.C., busquen, busquen en algún esquema comparativo, a ver dónde está y qué se hace en la Grecia noble y cuna de democracia, a ver qué hacen sus dioses, a ver qué se opina del ser humano, a ver que se dice de la tierra y su cultivo; comparen cualquier nación, cualquier código legal, con la modélica ley de la República de Israel. “Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos,” es más que una frase piadosa, es el fundamento de las libertades sociales. Lo malo es que “les escribí las grandezas de mi ley, y ellos la tuvieron por cosa extraña”, entonces y ahora. Mal camino es ése.
No quiso el pueblo el orden que su Dios Rey les impone, y buscan un rey que les imponga orden como las otras naciones. La condición de rey no es ajena al plan divino, pero no como lo proponen en su rebelión. No quieren una monarquía libre, sino un monarca que los exima de la responsabilidad de vivir en la libertad de la confederación. Piden realmente una tiranía (
1 Samuel 8). [Algún autor ha argumentado a favor del absolutismo monárquico en base a este texto, ¡que ya hay que retorcer las Escrituras!] Es verdad que en la nueva situación, todavía queda algo de la antigua confederación: las tribus, con sus representantes, tienen que “recibir” al rey, sin ese “reconocimiento” no se puede coronar. Se conserva la ley, el santuario, el sacerdocio y la liturgia, pero ahora es el rey quien “imparte justicia”, y la acción judicial de las tribus queda tutelada por el trono, y el rey es quien ordena y dispone la guerra. ¡Se han convertido en súbditos! Han buscado la unidad y la seguridad, no en la ley y la responsabilidad, sino en la sumisión al trono. No les era suficiente el santuario y las fiestas de “la congregación”, necesitaban también un trono. Ya lo tienen.
Aparece en escena un ministerio importantísimo: los profetas. No lo ha “fabricado” el pueblo, sino que su Dios lo ha concedido como signo de su presencia, no tan sólo por los ritos y el santuario, sino también ahora por la “palabra”, la interpretación, explicación y aplicación de su ley (también para avisos del futuro en algunos casos, en otros esos avisos son simplemente conclusiones derivadas del correcto uso de la ley y de lo que ella misma dice sobre las consecuencias de la obediencia o la desobediencia). Es el nuevo signo de unidad. Pertenecen a cualquier tribu, pero hablan a “la congregación”. Deben sujetar y contrapesar la acción de la monarquía. Están al lado del rey para avisarle, para animarle, para reprenderle. ¡Ya están los profetas en la política! Que no falten. Han surgido algunos, muchos, que son falsos. Fortalecen las manos de los impíos, adulan a los poderosos, oprimen a los pobres, ¡usando la palabra, la ley! Ya están los falsos profetas en la política, por desgracia, no faltarán. Hasta que la palabra del Mesías los mate, así el Falso Profeta de Apocalipsis. Su acción destruye la justicia y la verdad, por tanto, la unidad de la “congregación”. Porque sin justicia y verdad, ¿pensará alguien que se consigue unidad? Aprendamos. Aprendamos, porque muchos sí lo piensan, y se glorían de declaraciones de unidad donde la verdad y la justicia han sido olvidadas. Nunca faltan falsos profetas o maestros que endulzan sus lenguas y envenenan al pueblo.
Dios toma la monarquía como modelo del reino de su Mesías. El trono de David aparece como el símbolo de su futuro; de su casa saldrá el Libertador. Con David tenemos en Jerusalén la capital: la unidad palpada; quiso en ella colocar el otro signo de unidad, no pudieron sus manos ensangrentadas. Su hijo dispone el templo. Templo, capital, corona, ¡unidad y fuerza! Todo en orden. Pero lo que buscaron para ser fuertes y permanecer unidos, será la causa de la ruptura. La corona rompe la “congregación”. El joven rey de Judá es insensato. Las tribus “del norte” tienen razón en sus reclamaciones, sus motivos no tanto. Al final: “Israel, a tus tiendas”. ¡Crea una monarquía para esto! Quien pudo guiar una sana rebelión, se convierte en corruptor. Jeroboam, “el que hizo pecar a Israel”. En la “congregación” donde está la excelencia de la ley de Dios, ahora está la política humana que usa esa ley para provecho propio. [Ya se están gestando los “valores judeo …”]Con ella se construye un (varios) nuevo santuario en el reino de Israel [Aunque parezca una simpleza, hay que advertir que a partir de este momento de la división, “Israel” es el conjunto de las tribus separadas de “Judá”.], un nuevo sacerdocio, nuevas fiestas, pero todo como muestra y presente del Dios (ahora dos becerros son su imagen presencial) que los sacó de Egipto. En nombre de “su” dios, ¡guerra entre hermanos! No hace falta que venga Nabucodonosor, ya se encargan los de Israel de destruir y tomar el templo de Jerusalén. Por poco les sale. Al final, dos capitales: Samaria, Jerusalén. En algunos aspectos, tan “hermanas”, tan iguales, tan traidoras, tan rebeldes. El pueblo necio que pidió rey, ya tiene el fruto de sus caminos para que lo coma durante siglos. Si redondeamos, busquen en el año 900 a.C. y verán que en un esquema comparativo ya no hay tanta diferencia entre estas dos naciones, Israel y Judá, y las demás.
Con algún tiempo de separación, Asiria aplasta y lleva cautiva a Israel, Babilonia a Judá. En historia bíblica se suele hablar, pues, del tiempo de la cautividad. Es cierto, pero realmente la cautividad ya se produjo en el mismo seno de la sociedad hebrea. El pueblo pidió cadenas, ya las tuvo en su propia tierra, luego las tendrá en el exilio. ¡Vivan las cadenas y la muerte!
Los profetas profetizaron mentira, y el pueblo así lo quiso. La “congregación” perdió la unidad política y religiosa, perdió el santuario único, perdió el sacerdocio y la liturgia común, perdió su fiesta; todo lo perdió por seguir su “propio” camino. Pero el Dios de sus padres no los olvida, para él siguen como “su congregación”, no hay división entre reinos: a ambos les envía sus profetas, que les hablan una sola palabra y les anuncian una misma promesa, un solo Mesías, un solo Reino. Aunque estén cautivos y desterrados. De nuevo hay que señalar que la palabra profética es el nexo de unidad de la “congregación”. [También hoy]
Tras el exilio, la restauración. Una mezcla difícil queda en Samaria. Una parte de Judá regresa a su tierra. Reconstruyen la muralla de Jerusalén, edifican sus casas. Se olvidan de la de su Dios. ¿Cómo edificar la casa propia sin edificar la de Dios? Avisados por la palabra profética de su rebelión, al final reedifican el templo. No es lo mismo que la gloria pasada. Desde el exilio sin posibilidad de ritos ni fiestas, se ha ido construyendo la “cultura judaica”, con sus mitos y fábulas. La nueva época es una mezcla de “cultura judaica” y ley bíblica. Cuando viene el Mesías solo queda cultura: el “oísteis que fue dicho”. La cultura “judeo …” que rechaza al Mesías y lo pone en la cruz. Hemos dejado al final del llamado Antiguo Testamento a un Estado de Judá con libertad política tutelada. Tras 400 años de historia lo hallamos en el tiempo señalado del Mesías, como un Estado mediocre, subordinado en extremo, lleno de corrupción política y religiosa, con sueños sobre su futura grandeza, sueños que se convierten en velo que les impide ver al Mesías Libertador que tienen delante y que clavan en una cruz. El velo se quitará. El Estado no volverá. Ahora es el Reino, que viene, que está.
Es suficiente como introducción. Ahora la “congregación” es universal, no está circuncidada a fronteras, ni tiene templo localizado, la propia “congregación” es el templo, cada uno de sus miembros. El Mesías vive en medio de ella, en cada uno de sus miembros. Pero los Estados sí existen, son una parte del orden creacional. Ahora el cristiano vive su fe, su ética, en diferentes situaciones, pero no en un santuario litúrgico, sino en el mundo. Ahí nos encontramos con el Estado. A ver cómo nos arreglamos en esa situación. Ahí nos veremos, d. v., en nuestro próximo encuentro.
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