Fue con ocasión de
la visita al Museo del Yad Vashem a la que me refería en el artículo anterior, que me llamaron también la atención las
palabras que allí leí del pastor protestante Martin Niemöller.
Este sería reconocido como anti-Nazi –fue detenido y sufrió prisión por ello, y luego estuvo en un campo de concentración hasta 1945-, pero no precisamente como defensor de los judíos. Estas son sus conocidas palabras:
Cuando los Nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté
porque yo no era judío.
Cuando vinieron a por mí,
no había nadie más
que pudiera protestar.
He aquí
una muestra de la actitud de indiferencia que muchos adoptaron frente a los ataques que los judíos tuvieron que soportar y que culminaron con la Shoá. Indiferenciaes la actitud del que no siente ni inclinación ni repugnancia hacia algo. Significa que uno no adopta ninguna actitud sobre lo que está aconteciendo, que no se inmuta, que no le afecta lo más mínimo lo que otros están sufriendo, aun si es injustamente. Es tanto o más despreciable que la violencia desplegada por los que se ensañaron contra ellos.
En un artículo de esta revista publicado hace algunas semanas, se hacía referencia a los países que fueron abiertos a la Reforma con las implicaciones consiguientes de carácter positivo que eso tuvo para su sociedad. Alemania fue uno de ellos, al menos la parte norte del país. El Holocausto no debiera haber tenido lugar en un país que había recibido la influencia de la Biblia, en una sociedad en la que muchos habían leído una y otra vez en ella: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Al menos, la Iglesia Protestante tendría que haberse opuesto. Cierto es que hubo pastores prominentes de la Iglesia Confesante que se opusieron al régimen Nazi. Con todo, quizá fueron más anti-Nazis que defensores de los judíos. Es decir, que salvo honrosas excepciones, no hicieron nada a favor de los judíos que estaban sufriendo tales vejaciones. Quedaron indiferentes. Y no se puede aducir que ésas se perpetraran a escondidas, ya que, si mencionamos tan solo la Kristallnacht, ésta tuvo lugar en plena vía pública, no a escondidas.
No sucedió así en otros países. La Iglesia Luterana en Noruega, Suecia y Dinamarca protegió tanto como pudo a los judíos. También la Iglesia Calvinista en Francia, Suiza y Holanda hizo lo propio. Y muchos en estos países sufrieron por haber adoptado esta disposición a su favor. Hablaré algo de ello en un próximo artículo. Al término de tan terrible guerra, la Iglesia Cristiana confesó que no se hizo suficiente para evitar la Shoá y que había que repensar la actitud del Cristianismo hacia el judaísmo. En Enero de 1946, en un sermón predicado ante los representantes de la Iglesia Confesante en Frankfurt, Niemöller dijo: “No podemos negar la necesidad de expiación con la excusa de que me “habrían matado si hiciera algo”. Preferíamos mantener silencio. Está absolutamente claro que no somos inocentes…”
Para que el mal avance, a veces es suficiente con que los buenos no hagan nada. Como dijera Einstein: «El mundo es un lugar peligroso. No a causa de los que hacen el mal, sino por aquellos que no hacen nada para evitarlo».
El profeta Abdías pronunció unas palabras de reconvención dirigidas a aquellos que ante las agresiones de que fueron objeto los judíos optaron por la indiferencia, cuando no hicieron causa común con los agresores: “No debiste tú haber estado mirando en el día de tu hermano, en el día de su infortunio; no debiste haberte alegrado de los hijos de Judá en el día en que se perdieron… No debiste haber mirado su mal en el día de su quebranto, ni haber echado mano a sus bienes en el día de su calamidad”.
Aquellos que apreciamos la Biblia como el Libro por excelencia y que somos sensibles a sus palabras, no podemos apoyar, ni por activa ni por pasiva, ningún sistema político que no defienda la dignidad de la persona humana, sea en la fase que sea, sin distinción de sexo, raza, religión, ideología política, ni condición social, ni tan siquiera mantenernos al margen. ¡La indiferencia no es de recibo!
Artículo publicado en 2011 en Aurora Digital
Si quieres comentar o