Libro impreso vs libro digital

J. Rodríguez Marcos, escribiendo en El País (julio 5, 2011, p. 30) afirma que si bien el libro digital «despega, [solo lo hace] en materias como derecho y economía». Sin embargo, a lo menos en España, que es desde donde escribe Rodríguez Marcos, se ha producido un descenso preocupante en las ventas. El año 2010 la caída fue de un 7% contra un 2.4% del año anterior. Según un estudio, donde más se nota este descenso es en la compra de libros de texto y en las adquisiciones que habitualmente hacen las bibliotecas para mantener lo más al día posible su acopio de recursos literarios al servicio del público consultante.

Entrando al terreno que a nosotros nos interesa: el mundo evangélico, no tenemos mucha información al momento de escribir esta nota. Lo que tenemos, sin embargo, nos permite llegar, si no a conclusiones más o menos categóricas; a intuiciones más o menos aproximadas.

1. Grupo Nelson, Nashville, Tennessee, afirma que la «gran venta» de sus libros de ficción no está en el mundo cristiano (evangélico-protestante) sino en el mundo secular. ¡Una verdadera revelación! ¡Lo que nunca nos habríamos atrevido a suponer hace unos cuantos años! De ahí que se ha lanzado a competir con productos de alta calidad y presentación de primera, con las monstruosas editoriales seculares. Esto nos está diciendo dos cosas: que nuestra literatura tiene un mercado ansioso allende los límites de la iglesia lo cual es una gran noticia; y que «nuestra gente» sigue divorciada de la lectura. Tampoco se está sembrando con miras a cosechar, dentro de un tiempo prudencial, una generación de nuevos lectores. Salvo excepciones honrosas (que las debe haber solo que no las conocemos), la iglesia sigue descuidando esta área tan importante para la formación de cristianos robustos en su fe. Y cultos. Si hoy tenemos pocos lectores, en las generaciones futuras tendremos menos si no hacemos algo ya. (ALEC tiene una fórmula sencilla que da resultados y está disponible para quienes quieran intentarla.)

2. Tyndale, Carol Stream, Chicago, busca a autores que ya se hayan hecho una trayectoria pública o que estén en ese proceso; autores que sean conocidos, cuyos nombres suenen familiares, que usen los medios de comunicación de masas (prensa escrita, radio, televisión) para exponer sus pensamientos, ideas y valores; que dicten conferencias, cursillos, clases en iglesias, en la comunidad, local, nacional y/o internacionalmente. Que vengan a la editorial no solo con un manuscrito debajo del brazo, sino con un legajo que permita «leer» el camino que ya se han hecho. Esto sugiere algo parecido a lo que queda expuesto en el caso de Grupo Nelson: al libro, para facilitarle el acceso al comprador y al lector, hay que ayudarle en el camino; y una forma de hacerlo es la ya señalada. Si no se hace esto, se corre el riesgo que una obra con méritos para circular profusamente, permanezca, junto con su autor, ignorada por el gran público, que no ha aprendido a apreciar su contenido por no conocer a quien la escribió.

Y un buen libro que no tiene salida en las librerías, frenará la aparición de los siguientes; en cambio, el éxito de ventas de una novela, allanará el camino para las siguientes. Verdad de Perogrullo.

La literatura cristiana de ficción, de la cual la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos, ALEC, ha sido una persistente impulsora y defensora en los últimos años, está recién atreviéndose a dar pasos de riesgo en ambos sectores: el cristiano y el secular.

Larry Downs, editor-jefe de Nelson, coincidiendo con nosotros, ha dicho: «Estamos en la temporada de siembra; esperamos que pronto llegue el tiempo de cosecha y cuando llegue, confiamos que los resultados serán sorprendentes porque estamos procurando sembrar con la mejor semilla».

Andrés Schwartz, editor-jefe de Tyndaleno ha sacado de la agenda de su editorial la publicación de novelas escritas directamente en español. Y en ese sentido, ha manifestado su apoyo entusiasta a los esfuerzos que hace ALEC. Coincidimos con él, sin embargo, en que el camino previo a ver una obra publicada es a veces largo, áspero y, muchas veces, cuesta arriba. El que esté dispuesto a andarlo y a pagar el precio es posible que sea uno de los que lleguen a la cima y clave la bandera que dé fe de haber hecho con éxito ésta, que es una de las tantas etapas que hay que quemar para llegar a ser un escritor en el más cabal sentido del término.

Acerca del hipotético fin del libro impreso, Schwartz nos ha entregado un comentario simpático, optimista y alentador. Nos dice: «el cambio eventual del libro impreso al libro digital no afectará negativamente las editoriales o a los autores. Sí significará cambios, pero seguiremos con trabajo, oportunidades y empleo. La preocupación la veo con las librerías. Son las librerías las que tendrán que reinventarse completamente o ir por el rumbo de los dinosaurios, y aun me temo que muchas van a desaparecer».

Finalmente, para referirnos al título de este artículo creemos que el libro impreso, particularmente la literatura de ficción tienen aún una vida muy larga por delante. Para ser sinceros, pese a los impresionantes avances tecnológicos en el campo comunicacional, no vemos ni siquiera el comienzo del fin del libro impreso de circulación popular. (*) La novela o el cuento van con nosotros a donde queramos: a la cama, a la playa, al campo, al parque, en el bus, en el tren, en el avión, a la fila del Banco. Y para disfrutar de su compañía, basta únicamente tener en la mano un libro, abrirlo ¡y ya!

Por lo demás, y por cuestión meramente de imagen, todavía da más status que la gente te vea leyendo un libro en la estación de buses que jugueteando con el celular.

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(*) Lamento tener que hacer la siguiente confesión. Mientras revisaba este artículo, llegó una querida amiga a quien le comenté algo de lo que digo aquí. Me invito a pasar pos su oficina para mostrarme algo. Lo hice. Y me dijo: «Estoy formando mi biblioteca digital; mira esto». Me acercó su iPad y vi, perfectamente alineados en un anaquel virtual, algunos de los libros con los que está «armando» su biblioteca. Ese solo atisbo casi echó por tierra todos mis esquemas. Y no crean. Estuve a punto de tirar este artículo a la basura. Pero lo he dejado porque lo que digo aquí aún tiene vigencia aunque quizás no por mucho tiempo más.
¡Me impresionaron las fauces del libro digital! Lo digo en serio. Y sospecho que, por culpa de mi amiga Janet que de dos plumazos me trajo a la realidad que yo me resistía a ver, lo próximo que compre no va a ser un libro sino un iPad.
¡Y Andrés tiene razón, sin duda!