Sin salirnos de ese terreno
hoy les propongo que nos acerquemos a la familia. En realidad son dos reflexiones en un mismo plano, pues
la economía es precisamente “la administración de una casa”, y la familia dicen que en su significado original sería el lugar donde había comida para los siervos o esclavos; vaya, que si no tenías “familia”, te quedabas famélico.
Les planteo estas notas sin hipotecar (hipo= debajo, teca= cajón) la Palabra de Dios, sino poniéndola para que alumbre toda la casa, y usarla como ley bíblica para obedecerla en toda nuestra manera de vivir: ética cristiana en el mundo.
Y con la salvedad evidente, pero hay que recordarlo, que esa Escritura es perfecta, pero yo la entenderé en muchos casos de forma equivocada; y si la entiendo bien, en muchos casos me equivocaré en explicarla o aplicarla. Con todo eso, es el camino de obediencia que tenemos.
Advierto, pues, de entrada, un peligro que percibo al tratar el tema de la familia. Te puedes encontrar con demasiada facilidad ante una conferencia o estudio sobre la familia, en la que no te proponen la norma de la ley bíblica, sino una modalidad de escuela o teoría psicológica, algunas con muy buen sentido común, pero no es lo mismo.
Pueden ser útiles socialmente, pero no son la leche espiritual no adulterada por la que se puede crecer para salvación. No es ética cristiana en el mundo, sino mundo en la ética cristiana. Aunque se aderecen esas teorías con algún versículo o historia de la Biblia. Es el pastor con la predicación de la Escritura el que tiene que enseñar sobre la familia, no el consejero familiar o matrimonial (“ministerios” de moda, pero que no aparecen en la Biblia). Y si no sabe enseñar, que se quite de pastor. (Otra cosa es que entre los pastores haya una ayuda de compañeros y se echen una mano sobre temas que alguno puede conocer mejor por su experiencia o por su contexto de trabajo.) Sólo si se ha olvidado el concepto de pastor que ordena la Biblia, se podrá aceptar como normal, por ejemplo, que unos padres en una iglesia evangélica digan que su hijo (que cada uno ponga la edad, tal vez 4 o 5 años) es un desobediente y rebelde, que le pega a todos y que no hay quien lo discipline, y que el pastor y algún otro matrimonio de la iglesia propongan que hay que llevarlo al psicólogo. Que lo lleven si quieren, pero es evidente que ya el juicio de Dios se ha llevado por delante a esa iglesia. Es una ruina. Hay casos de niños que necesitan atención médica; pero eso no es lo mismo que atención de la moderna psicología o psiquiatría para enfocar las conductas. Los problemas físicos del cerebro, a curarlos y a investigar todo lo más que se pueda, pero no hace falta seguir a Thomas Szasz para reconocer que la psiquiatría y otras “ciencias” de la conducta, se han arrogado su status de ciencia sobre mitos que se sostienen solo por el poder, económico y social, que producen. Por falta de predicación adecuada, mi pueblo fue llevado cautivo.
Hablando de llevar, esto nos lleva a otra cuestión fundamental. [No la iba a poner, pero ya que he perdido a los dos o tres amigos que me quedaban por lo anterior, más vale aprovechar la ocasión.] Se trata de los pastores con hijos no creyentes. Hay muchos. Y no debe haber ni uno. La familia no puede ser edificada por pastores en esa situación. Bueno, ni la familia, ni la iglesia, ni nada. Del pastor, entre otras cosas, se requiere que tenga hijos creyentes y gobierne bien su casa con sus hijos en sujeción con toda honestidad. Seguro que aquí entran muchos matices y circunstancias, pero lo que no puede entrar es considerar como algo que no impida el ejercicio del ministerio pastoral el tener a los hijos fuera del camino de la fe. El pastor que se encuentre en una situación así, podrá ser muy buena gente, competente y servicial, pero si, además es un fiel creyente, dejará el pastorado, y entonces será un buen y fructífero miembro de una iglesia local, pero no como pastor. (Si hace eso, dejar de predicar será la mejor predicación de su vida.)
Sigamos viendo algo de la familia bajo la mirada de la ética cristiana. Y tampoco ahora nos podemos ir muy lejos de las iglesias.
Aunque algunos quieran poner el peligro para la familia en el Consejo de Ministros, con sus leyes de turno, realmente creo que está más en los consejos que los ministros cristianos dan sobre el asunto. Les pongo un ejemplo, que puede parecer insignificante, pero que es muestra del abandono de la fuente de agua viva en esta cuestión de la familia y el uso en su lugar de puro cieno humano. En la ley bíblica todos los componentes de la familia, tengan la edad que tengan, siempre quedan en la casa. Solamente se puede salir de ella por expulsión y juicio por haber roto el pacto y perder su bendición, lo que era una situación calamitosa, o por casamiento con la formación de una nueva casa, en la que se unían la bendición de las familias del esposo y de la esposa.
En lo que llamamos Antiguo Testamento, [Un grave equívoco, la Biblia nunca se llama a sí misma Nuevo o Antiguo Testamento.] a la familia se la nombra precisamente como betab (bet= casa, ab= padre), la casa del padre. Cristo dice que en su betab hay muchas moradas. Fuera de la casa no se tiene la autoridad que de ella proviene, ni el ejercicio de la responsabilidad que corresponde a la autoridad; ni se tiene la alabanza del culto en los ritos de la ley: no se puede participar de ellos si se ha sido expulsado de la casa. Ya no hay pascua, ni fiesta de tabernáculos, ni ofrendas de paz que se coman en la familia, ni la bendición del inicio de la cosecha ni la alegría de su finalización, todo se ha quedado fuera del árbol. (Es evidente que un joven puede irse a otra ciudad por estudios o trabajo, eso no es lo que aquí se trata.) En lo que llamamos Nuevo Testamento sigue lo mismo.
El único joven emancipado es el hijo pródigo. Entonces, ¿de dónde viene que parezca lo más normal del mundo (realmente es del mundo) que unos padres cristianos pongan a sus hijos fuera de casa, emancipados, para que vivan su vida, como un medio de educarlos y hacerlos maduros? De la ley de Dios seguro que no viene. Tal vez de la cultura de éste o aquél país, o de esta zona o aquélla. Si esto se acepta en las iglesias, ya no hace falta más. Con ello habremos destruido la familia propia de la ley bíblica, la familia cristiana, y, como pasa con el aborto, precisamente en el espacio donde tendría que ser más protegida. Lo que en la Escritura se considera un mal extremo: ser cortado de Israel; y que se vive igualmente como el resultado terrible de la época de esclavitud o de la dispersión por todas las naciones, ahora tenemos a gente defensora de la familia tradicional o judeocristiana que lo consideran el medio de educar y madurar a los jóvenes para que luego formen esa familia tradicional. Una locura. ¿Quién ha dispuesto que una rama o fruta madure mejor cortada del árbol? Cuando los hijos se casan, no son ramas cortadas, sino puestas con la bendición de la casa para unirse a otra rama con la bendición de la casa de donde proceda, para formar otro árbol; una rama suelta, emancipada, se seca, no sirve. (Por eso se dispone que las ramas unidas en matrimonio sean de una misma fe, si no, mal futuro.) La emancipación (exmanus= que no se puede coger) es salirse de debajo de un poder, de una autoridad. En la familia cristiana nunca se sale de la unidad y de la autoridad de la casa; incluso con el casamiento de un hijo, la casa sigue en la nueva constituida, y ahí el padre ve a su hijo y los hijos de su hijo, “en su mesa”. Con un hijo emancipado, no sé qué se verá, pero la bendición del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, seguro que no. ¿Se imaginan a unos padres evangélicos quedando por teléfono con sus hijos emancipados, para asistir juntos a la manifestación contra la ley que iba a destruir a la familia tradicional? Cosas peores habrá, pero ésta es una muy grave. Ya el daño está hecho. Hay algunos pastores y misioneros que incluso se glorían de practicar esta cultura de la emancipación. Que expliquen por qué. Para el futuro, que los padres y los jóvenes aprendan lo que enseña la ley bíblica sobre la familia. Del pasado, aprendamos, y todos, con mucho ánimo, sigamos el camino de la obediencia; es la única manera de no hacernos esclavos de los hombres.
Y para no caer en la esclavitud del lenguaje, pensemos ahora algo sobre el discurso de la iglesia papal como defensora de la familia. Aquí hay dos cosas evidentes: que miles de familias de esa iglesia son en muchos aspectos ejemplos de familia cristiana, y que la estructura del Vaticano es el modelo de destrucción de la familia cristiana. Dispuso Cristo que los obispos (pastores, presbíteros) fuesen casados y que gobernasen bien sus casas teniendo a sus hijos en sujeción con toda honestidad; pues quien no gobierna bien su casa, ¿cómo cuidará de la Iglesia de Dios? Avisa también de que la prohibición de casarse es doctrina de demonios. Viene luego su vicario y ocupa su lugar. Ahora la doctrina de demonios es la aplicable para el acceso al ministerio en su iglesia. El matrimonio, aunque mal menor para gente siempre en un estadio inferior de santidad, será un sacramento. En vez de dejarlo donde debe estar, en la casa con su cama matrimonial, se lo ha “elevado” a sacramento, pero se le desacraliza como estado que “mancha” e impide alcanzar la altura de santidad necesaria para el sacerdocio. Un rito santo que administra esa iglesia como parte de otros bienes. Santo el rito, que no la cama matrimonial, salvo en casta abstinencia o ejecución con la única motivación y tiempo para procrear; que ya dijo el Aquinate que “no se ha de tener por pecado leve procurar la emisión seminal sin debido fin de generación y de crianza”. [Como todo lo razonaba escalonando, puso este delito justo detrás del asesinato.] Si hubo de por medio situación física de infertilidad, abstinencia perpetua; si acudió la menopausia, abstinencia hasta la muerte. O hipocresía farisaica permanente, no se sabe qué es peor, pues acudir al acto sexual como “sedación de la concupiscencia” (Casti Connubii, Pío XI), –digna frase del papa–, en tanto que finalidad secundaria, pero sólo para lograr la primaria de procrear; cuando los cónyuges saben que ésa no se puede cumplir, es abocarlos en la cama a una moral retorcida. [¡Cuántos siglos de esclavitud por tantas palabras infladas!] El Vaticano ha destruido a la familia cristiana construyendo otra en su lugar. (O tal es su pretensión, la realidad es que lo que Dios hace no se pierde: también Caín construyó una familia y una ciudad fuera de Dios, pero eso no impide que haya una familia y una ciudad en obediencia a Dios.) El Vaticano ha cambiado el orden natural puesto por Dios para el bien de sus criaturas, y ha pervertido la enseñanza de la Escritura sobre lo que es fundamental para el bienestar de la propia Iglesia: la familia. La Iglesia misma es una extensión de la casa, de la familia cristiana. Su organización, disciplina, etc., tiene el referente de la familia, la Iglesia es la casa de Dios. La institución del Vaticano nace por la presencia de la familia, pero la familia como estructura cainita de poder; son las familias poderosas las que ponen y quitan en su formación. Por problemas de familia tuvo un tiempo que salir de la misma Roma y quedarse en Avignon; por el poder de otras familias volvió. Hoy sigue habiendo en Italia muchas familias poderosas. Pero en lo referente a la familia de la ley bíblica, la familia cristiana, esa institución es lo más opuesto a ella. En el Vaticano no se nace ni se muere en familia, no está la bendición de la casa. Sin familia, sin casa donde ver la bendición de Dios, no hay Iglesia. El Vaticano es otra cosa.
Una cuestión más sobre la familia del Vaticano. A veces se argumenta diciendo que se debe separar el no estar de acuerdo con lo del celibato, del resto de la doctrina vaticana sobre la familia. Creo que como en todas las cosas, se puede ver lo que hay y tomar lo bueno; lo mismo ocurre con teorías extravagantes sobre la familia, o sobre cualquier otro asunto, que pueden tener algún párrafo aprovechable, para usarlo dentro de otra teoría. Pero hay cosas que no se pueden partir, en este caso creo que el bocado es completo. La familia que el Vaticano ofrece es parte de sí mismo, nadie la puede comer separada de su fundamento. Y conviene saber qué se lleva uno a la boca; en el bocado de la iglesia papal sobre esta cuestión hay que comerse que, por ejemplo, si a nuestros príncipes se les hubiera ocurrido casarse por lo civil y religioso en una iglesia evangélica (por suponer, vamos a suponer que fueran evangélicos), la jerarquía que clama a favor de la familia cristiana, consideraría esa situación como intolerable, no le reconocerían autoridad para reinar y sus hijos quedarían deslegitimados para el futuro. Hay bocados que más vale escupirlos. Con todos los que sirven al Señor en su familia, comamos y trabajemos: estamos en la misma mesa de bendición. Con los que usan la familia como señuelo para hacer esclavos, salgamos lejos de la trampa: no es comida es anzuelo.
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