Es decir, a nivel molecular, celular o embrionario (que vimos las pasadas semanas) o
como individuo adulto, que vimos en el pasado artículo como terapia génica (TG), y también desde el punto de vista de las poblaciones, aspectos este último que trataremos en el próximo artículo.
En el presente artículo,
como cierre del de la pasada semana, realizaremos una valoración ética de la terapia génica.
La TGes una técnica biomédica que debe ser vista, en principio, como algo éticamente positivopara luchar contra la enfermedad y el sufrimiento humano.
En la variante que afecta a las células somáticas de algunos órganos, se trata de una solución definitiva para ciertos trastornos hereditarios. Sin ninguna duda, es un método mucho más humano que otras “soluciones” que en ocasiones se ofrecen, tales como el aborto eugenésico, la no atención al bebé que nace con ciertas dolencias hereditarias o la prohibición de procrear a quienes presentan taras.
Pero también es verdad que la TG sólo debería aplicarse cuando no existe otra alternativa menos arriesgada. Conviene tener en cuenta que se trata de una técnica económicamente muy costosa y que, en la mayoría de los casos, se encuentra todavía en fase de experimentación clínica. De manera que, antes de su aplicación, habría que estar seguros de los beneficios así como de los posibles riesgos para informar convenientemente al paciente.
La situación es muy distinta por lo que respecta a la TG en las células germinales.Son numerosas las opiniones autorizadas que se levantan contra esta práctica argumentando que, una vez que se empiece a aplicar será muy difícil determinar un límite claro donde detenerse y se pasará paulatinamente a una manipulación genética eugenésica y de perfeccionamiento de la especie humana (Archer, 1993: 133).
Si se llega a estar en condiciones de introducir genes para curar determinadas enfermedades, ¿acaso no será posible también conseguir una mayor estatura, reducir la obesidad o la calvicie, aumentar la memoria, determinar el aspecto de la cara, el color del pelo, los ojos, etc.? ¿No sería esto como entrar en una nueva era de eugenesia positiva? ¿Quién tendría capacidad para decidir cuáles serían los rasgos genéticos “buenos” y cuáles los “malos”? ¿No atentaría tal terapia contra la libertad de las futuras generaciones y les haría objeto de nuestra planificación?
En tanto que la TG somática realizada con prudencia y respeto hacia el ser humano, tal como se ha señalado, puede considerarse como éticamente aceptable, la TG germinal por el contrario despierta numerosos interrogantes éticos y en la actualidad no debiera ser aceptada.
Sin embargo, ¿es posible que llegue un día en el que la viabilidad técnica ofrezca suficientes garantías médicas como para llevarla a la práctica? ¿no sería preferible, por ejemplo, erradicar la diabetes en las células germinales, evitando así los sufrimientos, la heredabilidad de la enfermedad y los elevados costes en medicamentos, que mantener a los diabéticos inyectándose insulina durante toda la vida? ¿acaso la TG en células germinales no pasaría entonces a ser un derecho y hasta un deber desde el punto de vista ético?
A estas preguntas sólo se les podrá dar una respuesta satisfactoria desde la bioética y la medicina, en algún momento de este tercer milenio.
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