¿
Por qué tanto secreto, tanto silencio en torno a la persona y la obra del filósofo rumano Emil Cioran, de cuyo nacimiento se cumplen ahora 100 años?
Ni una palabra de Charles Moeller en sus cinco tomos LITERATURA DEL SIGLO XX Y CRISTIANISMO. Ni una línea de Domingo Ródenas en las 670 páginas de CIEN ESCRITORES DEL SIGLO XX. Ni una minúscula referencia en los tres tomos DICCIONARIOS DE AUTORES, de la Editorial Muntaner y Simón. Ni una mención de su nombre ni de su obra en los cinco tomos del DICCIONARIO SOPENA DE LITERATURA. Ni un simple recuerdo de Cioran en los dos abultados tomos de Martín Alonso en HISTORIA DE LA LITERATURA MUNDIAL. ¿Está Rumanía en el mundo? ¿Han existido escritores rumanos dignos de ser recordados?
Acepto que los ciento y pico tomos de la ENCICLOPEDIA ESPASA (contando los suplementos) dada su antigüedad ignoren a Cioran, pero resulta dramática su ausencia total en la francesa ENCICLOPEDIA LAROUSSE, mayormente teniendo en cuenta que el filósofo rumano vivió gran parte de su vida en París y casi toda su obra la escribió en francés.
Acudo por último a mi otra obra de consulta, la ENCICLOPEDIA BRITÁNICA, 28 tomos en inglés, y el resultado es el mismo.
Cioran no existe. Cioran no ha existido. Todo esto, ¿por qué? ¿Porque está considerado un escritor maldito?
¿Quién marca la diferencia entre maldición y bendición en literatura? ¿Por qué es bendito, pongo por ejemplo, un autor tan poco original y repetitivo como el brasileño Paulo Coello y maldito uno de los más profundos pensadores del siglo pasado? El pesimismo que vertió en su literatura, su escritura de signos draculianos, su constante evocación y defensa del suicidio ¿son motivos suficientes para descalificarlo? ¿O es que todos los que manejamos la pluma estamos obligados a escribir de los serafines que vio el profeta Isaías o sobre las pisadas de Caperucita Roja en la yerba del bosque?
El también filósofo Fernando Savater, amigo personal y traductor al español de casi toda la obra del rumano, cuenta que un día le dijo: “Pero, Cioran, hay que creer en algo…”. Entonces se puso momentáneamente grave: “Si usted hubiera creído en algunas cosas en que yo pude creer no me diría eso”.
Fernando Savater escribió una tesis doctoral sobre Cioran que fue publicada por Taurus con el título ENSAYO SOBRE CIORAN.Ahora reedita el libro Austral. Savater, que mantuvo con el filósofo rumano una amistad de veinte años, coincide con otros grandes autores en incluir a Cioran en la llamada filosofía del absurdo, donde también entra Juan Pablo Sartre y algo menos Alberto Camus.
Cioran no ocultaba su aversión por la gente, aunque aquí entra en contradicciones, como ocurre con todos los filósofos. “La gente me produce asco –decía-, tengo asco hasta de mí mismo. Deseo una destrucción completa de todo lo humano, incluidos ellos e incluido yo, ya que no soy especial ni mejor que ellos”. Así era Cioran. O así quería que lo conocieran. Como la personificación “de la alienación, el absurdo, el aburrimiento, la decadencia, la conciencia como agonía, la tiranía de la historia, la vulgaridad del cambio, la razón como enfermedad”.
Emile Cioran nació el 8 de abril de 1911 en Rasinari, pequeño pueblo en el condado transilvano de Rumanía. Su padre era pope ortodoxo de la Iglesia rumana, pero el hijo no llegó a creer en otro dios que no fuera él mismo. Diez años tenía cuando la familia cambió de domicilio y se instaló en Sibiu, pequeña aldea de Transilvania. Enviado por los padres a la Universidad de Bucarest, se enfrascó en la lectura con fiebre de conocimiento. Leía a Diderot, Balzac y Flaubert, a Dostoievsky, al gran poeta anglo hindú Rabindranath Tagore, a Kierkegaard, a Bergson, a Schopenhauer, a Nietzsche, Kant, Hegel. Desde sus primeros textos se enfrentó a todos ellos, más a los filósofos que a los literatos. En la Universidad de Bucarest conoció a otros dos grandes intelectuales rumanos, a Eugéne Ionesco y a Mircea Eliade. En 1937, con 26 años, se traslada a París con una beca del gobierno rumano para proseguir sus estudios.
De joven escribía en rumano, pero una vez instalado en París sólo lo hace en francés.Prácticamente toda su obra está escrita y publicada en la lengua de Víctor Hugo. Traducido a los más importantes idiomas, la Editorial Tusquets ha publicado en español unos trece libros suyos. Otros llevan el sello de Alianza Editorial y de Círculo de Lectores.
¿Tenía Cioran creencias religiosas? Ya lo he escrito, era hijo de un pope ortodoxo, dignidad equivalente a sacerdote católico o a pastor protestante. La religión le fue enseñada desde niño y la mantuvo en los primeros años de la adolescencia. Al pisar los primeros escalones de la juventud olvidó las enseñanzas bíblicas recibidas.
En su libro DE LÁGRIMAS Y SANTOS, publicado en 1986, Cioran llega lejos en el tema religioso, pero lo hace con acidez inquisidora, utilizando aforismos de gran belleza. “En el juicio final sólo se pesarán las lágrimas”, dice. Para el gran pensador rumano, “es difícil creer en algo, si no crees siquiera en ti mismo y en que tiene algún sentido el que cada día te levantes”. Su individualidad está resuelta en algo impersonal. La misma filosofía de Kierkegaard y Schopenhauer, autores con los que se había identificado en el curso de sus muchas lecturas.
Cioran afirma a ratos su ateísmo y a ratos se proclama agnóstico. “No era un pensador en el sentido sistemático”, apunta Savater. Para Cioran, “el problema de Dios no existía”, subraya Vidal-Folch. En otro de sus aforismos, el filósofo rumano escribe que “Dios es una enfermedad de la que imaginamos estar curados porque nadie se muere de ella hoy día”. Sin embargo, citando o recordando a Pascal, “el incrédulo es el que más cree”, mientras más se alejan los hombres de Dios más avanzan en la búsqueda de religiones.
En otro de sus libros, ESE MALDITO YO, también de 1986, una de las ideas que más prevalece es la de la religión y el tratamiento de los místicos.Aunque se considera agnóstico desde la adolescencia, no deja de plantearse las grandes preguntas que a todos los mortales nos revoluciona el alma y la vida: ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué nadie me avisó? ¿Por qué pienso demasiado? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?.
Esos porqués que sólo tienen respuesta lúcida y razonable a la luz de las Sagradas Escrituras.
Si bien Cioran sostiene que “nada hay en esta vida que pueda llenar este enorme e insaciable agujero negro que anida en mi interior”, tampoco está seguro que la misma vida termine en la nada: “Sólo hay una solución –escribe-: la muerte. Aunque no haya nada después de ella, cosa que no sé”.
Miguel Russo dice que
Cioran era muy amigo de Samuel Beckett, el formidable autor de ESPERANDO A GODOT. Juntos solían dar largos paseos por los barrios marginales de París hasta que el sol salía. Lástima que el rumano no siguiera los pasos del irlandés afincado en Francia en lo que a la religión y a Dios se refiere. Porque en ese ESPERANDO A GODOT, drama cumbre del teatro del siglo XX, Beckett razona que todos los seres humanos, lo queramos o no, estamos atados a Dios y no podemos desligarnos de sus cadenas, que son cadenas de amor.
Como lo dijo Julien Green, puede que Dios a veces no hable, o no sepamos distinguir Su voz, pero “todo habla de Dios”.
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