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Impresiones de y desde Ecuador

Estoy en Quito (Ecuador).
MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 11 DE JUNIO DE 2011 22:00 h

Asisto a un encuentro literario con mi esposo, pero también con la intención de conocer en 10 días algo más de este país andino del que sólo tenía pocas referencias y algún conocido. Así como un hermano de Otavalo que asiste a mi iglesia.

Mis planes eran descansar y leer en el avión. Pero resulta que no eran los Suyos. Ya desde la fila para entrar en el avión nos encontramos con muchos ecuatorianos. Casi sin pensarlo empezamos a hablar con personas de todas las regiones de Ecuador que son tres: Sierra, Costa y Oriente. Más Galápagos.

Quedamos para hablar más tarde con uno de ellos. Saber de su vida en España, etc. Sentí una cercanía intensa hacia esta gente, algo me conectó con ellos y ya no pude parar. Al buscar nuestros asientos una chica ecuatoriana se sentó a mi lado. Y me contó que iba a su país por un mes. Trabaja esporádicamente, ahorra todo lo que puede porque necesita ayudar a sus padres, así como ellos la habían ayudado toda su vida. Esto en América Latina es casi un deber, una cuestión de honra, honrar a tus mayores.

Busco al de la fila. Tiene ganas de hablar. De contar que va a su país “para ver”, pero que ha dejado a su novia en España y “ella no quiere saber de ir para Ecuador”. “No me quedaré en mi país”. Hoy por hoy no tiene trabajo. Se siente partido entre dos amores, como lo estamos tantos otros que ya no somos ni de aquí ni de allá. Descubro que hay millones que se sienten así. ¿A alguien le importa? Él es de Santo Domingo. Los hago recordar su música: el pasillo, la salsa, la cumbia. Las comidas: la cocada, el ceviche, el encocado. El coco es uno de los ingredientes estrella en la costa. Los que están a su lado comentan cosas; todos tienen una historia que contar.

A mi lado se sientan Carmen Hernández y su primo Miguel Ángel, de 10 años. Son ecuatorianos. Le hago una breve entrevista que consintió sin dudarlo:

¿A qué vas a tu país?
Volvemos definitivamente. Mis tíos con sus dos niños, Miguel Ángel es uno de ellos. Yo ya estaba cansada; ellos por falta de trabajo. La crisis ha cambiado la situación.

¿Cuánto tiempo viviste en España?
Nueve años en Valencia. Pensé regresar antes, pero me quedé. Tenía que mantener a mis padres. Él está enfermo y mi madre apenas trabaja.

¿Crees que en España hay racismo?
Dicen que hay algo, pero a mí me han tratado muy bien. Nunca tuve problemas.

¿Es fácil dejar este país que te acogió?
No. Ni siquiera me despedí de mis amigos. En mi trabajo dije que volvería dentro de dos meses. No he podido decirles adiós, es muy doloroso. Te acostumbras. En Ecuador están mis padres, mas parte de mi vida está en España. Peor lo va a tener mi primo. Llegó a España con sólo dos años de edad. Ahora tiene diez. ÉL piensa que se va de vacaciones y está contento. Pero dice que dentro de seis meses regresa, que sólo va de paseo. (Yo le pregunto a Miguel Ángel si está contento de volver a Ecuador y si le gusta. Dice que sí, sonriendo. Pero que vuelve a España dentro de seis meses, confirmando lo que dice su prima. Habla el valenciano y le gusta la paella; y su cole, sus amigos. ¡Qué duro para un niño esto de las migraciones!).

¿Cómo ves el futuro en tu país; sabes qué te espera allí?
No. Tengo que empezar de nuevo. He cambiado, habrá cosas a las que me va a ser difícil acostumbrarme. Tengo algunos ahorros; sin embargo, si no encuentro trabajo… Mis padres dependen de mí. No lo sé. El futuro es incierto.

Aprovecho y le digo que yo también tengo problemas y tristezas, pero aunque me afectan, Dios me da la fortaleza para seguir adelante. Le hablo de Su amor, de su Hijo y su Obra en la cruz. De abandonar lo viejo para empezar algo nuevo. “Yo no practico ninguna religión”, dice. “Pero en Valencia tenía una amiga evangélica que trabajaba con niños y jóvenes (lo dice con admiración). También conocí a una señora española, evangélica, que ayudaba mucho a los extranjeros. Siempre me visitaba. La llamábamos “mamá Trini”. Y he oído que mis parientes en Ecuador, que eran católicos, ahora son evangélicos”. Yo pensaba para mí: ojalá ellos continúen la siembra en este corazón.

Sigo caminando por los pasillos del avión, buscando… Me he enganchado a ellos. Veo a un señor mayor, o tal vez no lo es tanto, pero pesan los años de preocupaciones, los problemas, la nostalgia. ¿Vuelve? Le pregunto sin ambages. “Sí –dice-, después de trece años en España. Hace seis que no trabajo y no queda otra”. Se lleva a tres nietos. Sus hijas se quedan en San Sebastián. ¿Cómo lo trataron los vascos?, le pregunto. “Muy bien, dice entusiasmado, la pena es que se acabó el trabajo. No podía aguantar más”. Noto que vuelve tal como salió de su país. Sólo con la carga de tener que empezar de nuevo.

Sigo caminando y escucho las conversaciones: “En España puedes caminar seguro por las calles hasta las tantas, no te pasa nada”. Una chica española va a ver a su pareja que fue deportada cuando ella estaba embarazada. “Le llevo a la niña para que la conozca”. Pero no quiere quedarse en Quito. “Mi madre y mi hermana me ayudan porque estoy en paro. Pero allí mi hija estará más segura. En Ecuador si te enfermas y no tienes dinero te mueres”.

Esto es muy fuerte para mí, tengo el corazón hecho pedazos. Estoy triste. Ni siquiera había pisado suelo ecuatoriano y ya me enfrentaba con sus realidades cotidianas.

Llegamos al aeropuerto de Quito. Me voy despidiendo de los amigos ecuatorianos. Unos iban a Baños, otros para Manaví, y otros en el mismo avión seguirían hasta Guayaquil.

Antes de salir alguien nos esperaba para llevarnos al hotel Amaranta. Lo seguimos, y la primera impresión que tuve fue la de unos niños, entre tres y siete años, que se lanzaban a ofrecerme chicles. Alguno también tenía su cajita con lo necesario para lustrar zapatos. Recordé a los niños de la calle de Huaraz, en Perú, donde, como muchos saben, trabaja la ONG cristiana Turmanyé (de AS).

Estas escenas son muy dolorosas. Nadie se detenía, todos pasaban de largo. Recordé la parábola del Buen samaritano de la que tanto nos habla Juan Simarro. Sí, es más fácil pasar de largo. Un coche nos esperaba, pero yo me detuve porque el amor pudo más. No es difícil llorar ante tanto abandono. Son unos niños, dije, me los quiero llevar. No sabéis la impotencia que se siente. Les dimos algún dinerito y no les aceptamos los chicles. Por lo menos hoy comerán algo mejor pensé. Pero sé que mañana será más de lo mismo. Debemos sentir carga por los más necesitados de pan y de Palabra. Pregunto: ¿Si soy cristiano podría darme el lujo de no conmoverme y hacer algo? Mi manual de instrucciones: la Biblia, me dice que no.

Quiero darme un poco de tregua y nos dirigimos al centro histórico de Quito. Empezamos por la plaza de la Independencia. Nos rodean niños lustrabotas de la calle. Y recuerdo el trabajo de Eli Stunt con los chicos de la calle de Huaraz. Estos están solos. Hablo con David de 13 años quien trabaja desde los 12. Para ayudar en casa, dice. Gana unos 35 dólares al mes trabajando los fines de semana. Estudia. Lo acompañan Iván, Cristian, Fredy y Wilson. Alrededor de 28 se reúnen en la plaza.

De allí visitamos la iglesia de la Compañía, cuyo interior resplandece por estar revestida de oro. Fuera se ganan la vida mujeres y hombres que por la calle venden cepillos de dientes, helados artesanales, mandarinas, aguacates; son hileras de vendedores ambulantes que engruesan la economía sumergida. Madres acompañadas de sus pequeños hijos. Su oficina es la calle y su mesa de trabajo un taburete donde coloca 6 manzanas. Poco le darán por ello.

La zona antigua es bonita. Colonial. Está bien conservada. También te puedes tomar un buen café con pasteles a precios europeos.

Todos se buscan la vida en este país de algo más de catorce millones de habitantes. Donde el salario mínimo es de 260 dólares americanos. El dólar es la moneda oficial, que en el año 2000 sustituyó al Sucre. Pregunto a una mujer que vende cordones para zapatos si ha mejorado la situación del país desde la llegada del presidente Rafael Correa. “Yo sigo vendiendo cordones, no sé más”, me dice. Un escritor comenta que ha mejorado la salud y la educación, pero que se recortan ciertas libertades, como la de prensa.

Este es el panorama que encontrarán los que vuelven.

Quedan muchos días y lugares por delante. Estaremos en Otavalo, Esmeraldas y Atacames. Y quiero saber qué opinan los evangélicos.
 

 


6
COMENTARIOS

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Jacqueline
19/06/2011
19:42 h
6
 
Victoria: Me alegra saber de su interés por los más necesitados. La misión de Jesús fue integral y nosotros debemos seguir su estela. Ecuador ya ocupa un pedacito de mi corazón. Un gran abrazo. Y que nuestro Señor los cuide.
 
Respondiendo a Jacqueline

Victoria Centelles
18/06/2011
00:15 h
5
 
QUE EL SEÑOR TE BENDIGA Y TE USE PARA LLEVAR SU PALABRA A ECUADOR . MI MARIDO ES ECUATORIANO Y YO SOY ESPAÑOLA , SE MUY BIEN DE LO QUE HABLAS POR DESGRACIA LO VIVIMOS DESDE LA DISTANCIA NUESTRO DEBER COMO CRISTIANOS ES HACER TODO LO QUE PODAMOS POR LOS QUE NECESITAN Y ELLOS NECESITAN MUCHO , NO SOLO MATERIAL SINO SABER QUE PODEMOS DESCANSAR EN JESÚS ADEMAS DEBEMOS PROTEGER A LOS NIÑOS PARA QUE TENGAN UNA VIDA DIGNA , COLEGIOS Y ALIMENTOS ...... QUE EL SEÑOR TE AMPARE HERMANA Y TE FORTALEZCA
 
Respondiendo a Victoria Centelles

Jacqueline
16/06/2011
07:48 h
4
 
Gracias, Carlos, por la gentileza de darnos tu número de teléfono. No hemos podido visitar Guayaquil, pero es nuestro deseo hacerlo en una próxima oportunidad. Seguro que llamaremos. Un amigo de allí nos dijo que cada tres manzanas hay un templo evangélico. Nos alegramos de que que el evangelio se esté sembrando por todo el Ecuador. Hasta pronto y que el Señor los bendiga abundantemente. Un abrazo para los hermanos de la iglesia Casa de Fe.
 
Respondiendo a Jacqueline

Rosa Jordán de Franco
16/06/2011
07:50 h
3
 
JACQUELINE, Me alegra que Dios le haya permitido la experiencia de conocer y compartir con los hermanos del Ecuador en Sur América. Un océano de distancia con España, pero la misma humanidad, de diferente color y cultura, ¿verdad Jacqueline?. Gracias por su corazón dispuesto y sensible ante lo que vió, personas y lugares. No sé si conoce la historia de los cinco misioneros que fueron a evangelizar a los aucas de Ecuador. No lo lograron, pues los salvajes los mataron, pero abrieron el camino para la evangelización en esos pueblos alejados de la civilización, y ahora hay muchos convertidos que llevan la Palabra de Dios a las recónditas selvas del Amazonas, a sus hermanos indígenas, gracias a D
 
Respondiendo a Rosa Jordán de Franco

Carmita
13/06/2011
22:58 h
2
 
ESE ES MI PAIS YO TAMBIÉN QUISIERA IR PERO TENGO TRABAJO Y MI DIOS ESTÁ SIEMPRE CON MIGO
 
Respondiendo a Carmita

Carlos Jurado Peralta
13/06/2011
23:00 h
1
 
La invito a mi iglesia Casa de Fe, en Guayaquil, puede usted llamarme al 09 419 5315. Será un privilegio.
 



 
 
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