También del rayado de cancha que le hicieron a Ollanta Humala con lo cual lo lanzan a la Presidencia atado de pies y manos para que, al mejor estilo de Mauricio Funes, de El Salvador, o de Barak Obama, de los Estados Unidos, no se vaya a salir de madre y alinearse con los rebeldes Correa, Morales, Chávez, Ortega y un poco Cristina.
Iba a escribir sobre el «hombre que humilló a Chevrón» (
El País, 6 de junio de 2011, págs. 28 y 29). Y sobre la función de los libreros en la difusión de la cultura a través de las obras impresas tal como lo plantea Rosa Montero, en su artículo «Gracias» del martes 7 de junio, p. 40 de
El País.
Iba a escribir sobre la huelga de hambre de los mapuches de Chile que, según los medios noticiosos, la suspendieron cuando ya cumplían 86 días pero nada se dice de algún compromiso que haya asumido el gobierno para atender a sus demandas.
Pero al fin opté por transcribir algo que me llegó por el correo electrónico y que he titulado con la sola palabra ¡Quiero!Este mensaje, que me parece digno de ser difundido (que es lo que se pide al final, que se lo haga circular para que el mayor número de personas lo lea con lo cual se dan mayores posibilidades que haga el impacto que se desea). No procede, aparentemente, de ningún líder religioso: ni pastor, ni evangelista, ni apóstol. Pero es un clamor que se condice en forma dramática con el gemir del Hombre de Galilea: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor» (Lucas 4.18-19).
QUIERO VOLVER A SER FELIZ.
Fui criada en principios morales comunes.
Cuando niña, los ladrones tenían apariencia de ladrones y nuestra única preocupación en relación a la seguridad era que los acomodadores de los cines nos expulsaran debido a los golpes que dábamos en el suelo con los pies cuando ponían una determinada música al inicio de los filmes en las matinés del domingo.
Madres, padres, profesores, abuelos, tíos, vecinos todos eran autoridades dignas de respeto y consideración.
Cuanto más próximos o más viejos, más afecto.
Inimaginable responder maleducadamente a policías, maestros, a los más ancianos o a las autoridades.
Confiábamos en los adultos porque todos eran padres y madres de todos los muchachos y muchachas de la cuadra, del barrio, de la ciudad.
Teníamos miedo apenas de lo oscuro, de los sapos, de los filmes de terror.
Hoy siento una tristeza infinita por todo lo que perdimos; por todo lo que mis nietos un día temerán; por el miedo en la mirada de los niños, jóvenes, viejos y adultos.
Matar a los padres, a los abuelos, violar niños, secuestrar, robar, engañar, poner la trampa… Todo, no importa cuán grave sea, termina en la banalidad de noticias policiales olvidadas después del primer intervalo comercial.
Agentes de tránsito multando a infractores no son más que explotadores, funcionarios de la industria de las multas.
Policías que persiguen a malhechores están aplicando «abuso de autoridad».
Regalías en presidios son materia votada en reuniones.
Derechos humanos para criminales pero deberes ilimitados para ciudadanos honestos.
No tomar ventaja es ser pendejo.
Pagar puntualmente las deudas es cosa de idiotas pero no lo es la amnistía para los estafadores.
Ladrones de traje y corbata, asesinos con cara de ángel, pedófilos de cabellos blancos.
¿Qué pasó con nosotros?
Profesores maltratados en las aulas, comerciantes amenazados por traficantes, rejas en nuestras ventanas y puertas. ¡Niños muriendo de hambre!
¿Qué valores son esos?
Autos que se valoran más que abrazos e hijos que los quieren como regalos por haber pasado el año.
Celulares en las mochilas de los recién salidos de los pañales.
TVs, DVDs, videojuegos.
¿Qué vas a querer a cambio de un abrazo, mi hijo?
Más vale un Armani que un diploma.
Más vale una pantalla gigante que una conversación.
Más vale un maquillaje que un helado.
Más valen dos centavos que un gusto.
¿Qué hogares son esos?
Jóvenes ausentes. Padres ausentes. Droga presente.
¿Qué es aquello? «Un árbol, una gallina, una estrella o una flor?
¿Cuándo fue que todo desapareció y se hizo ridículo?
¿Cuándo fue que olvidé el nombre de mi vecino?
¿Cuándo fue que miré, sin sentir miedo, a los ojos de quien me pide ropa, comida o calzado?
¿Cuándo fue que me cerré?
Quiero de vuelta mi dignidad y mi paz.
Quiero de vuelta la ley y el orden.
¡Quiero libertad con seguridad!
¡Quiero sacar las rejas de mi ventana para poder tocar las flores!
Quiero sentarme en el porche o en el patio y tener la puerta abierta en las noches de verano.
Quiero la honestidad como motivo de orgullo.
Quiero la vergüenza y la solidaridad.
Quiero la rectitud de carácter, la cara limpia y la mirada a los ojos.
Quiero la esperanza, la alegría.
Techo para todos, comida en la mesa, salud a millón.
¡Abajo el TENER! ¡Viva el SER!
Y viva el retorno de la verdadera vida, simple como una gota de lluvia, limpia como un cielo de abril, como la brisa de la mañana.
Y definitivamente común, como yo.
Adoro mi mundo simple y común.
¿Podremos volver a ser gente?
¿A disentir de lo absurdo?
¿A tener el amor, la solidaridad y la fraternidad como bases?
¿La indignación ante la falta de ética, de moral o de respeto?
Quiero construir un mundo siempre mejor, más justo, más humano, donde las personas respeten a las personas.
¿Utopía? ¡No!
Es posible si usted y yo hiciéramos nuestra parte y «contamináramos» a más personas, y esas personas «contaminaran» a más personas.
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