Pero hemos podido asomarnos a la consideración bíblica de la mujer para comprobar que el evangelio se había constituido en un extraño oasis de dignidad y consideración en cuanto al trato de dignidad dado a la mujer.
Hemos visto como la comparación, enormemente dispar, del relato de Adán y Eva con las cosmogonías antiguas más influyenteso con los relatos grecorromanos más extendidos en el siglo primero dan cuenta de la actitud favorecedora que el Dios bíblico mostraría desde el principio de los tiempos hacia el llamado sexo débil.
Es cierto que las cartas del apóstol Pablo aparentan ser misóginas desde un acercamiento superficial realizado desde el Occidente del siglo XXI. Sin embargo, en un análisis contextualizado más somero hemos comprobado que sus escritos defendían la dignidad de la mujer como pocos se atrevieron.Hasta tal punto fue así que a muchos hombres cristianos del siglo primero no les sería fácil asumir las nuevas actitudes de consideración y amor hacia sus esposas tal que Pablo preconizaba, un aspecto igualitario que chocaba de bruces con los modelos sociales ¡y legales! de su tiempo. Por desgracia, el dominante machismo de la sociedad grecorromana y la inevitable tendencia hacia el mal de quienes ostentan dominio nublaría la visión de renombrados cristianos y Padres de la iglesia en los siglos siguientes a Cristo. Debido a un cúmulo de circunstancias injustas, temores diversos y finalmente por causa de la condición pecadora del hombre, muchos cristianos de influencia siguieron viendo a las mujeres como entes execrables y perversos, una consideración que era totalmente ajena a la enseñanza de Cristo. Que duda cabe que esta lamentablemente cosmovisión teológica ejerció su influencia en el desarrollo posterior del cristianismo y que tampoco la Reforma del siglo XVI centraría su atención en la dignificación de la mujer. Esto ha hecho que mucha de esta injustica teológica contra la mujer y los dones que Dios le da sigua acompañándonos hasta nuestros días.
Pero la revolución bíblica tuvo su cenit con Cristo. Desde entonces los cristianos hemos sido llamados a seguir las enseñanzas de Jesús y a tratar de superar las costumbres sociales que no concuerden con el evangelio revelado, pues
“¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” (
2ª Corintios 6:14). Por esta razón los aspectos transgresores mostrados por Cristo a favor de las mujeres deben ser tomados como un inflexible punto de partida para que cada generación de creyentes desarrolle aún más la responsable labor de traer más y más luz, dignidad y justicia a todo ser.
Si no lo hiciéramos así, recibiríamos el filamento incandescente de la luz de Cristo a la vez que incurriríamos en el contradictorio error de decirle “
no” a cualquier tentativa de invento y desarrollo derivados de esta semilla eléctrica que se nos ha entregado. Seguiríamos pasando hambre y frío sentados frente a la tenue luz de una sencilla bombilla empeñándonos en no tener nevera y olvidándonos de quien anunciaba que, por la gracia de Dios, todo “
el que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará” (
Juan 14:12). Si continuamos desarrollando el espíritu liberador sembrado por Jesús que en parte continuó Pablo, podemos soñar con que en esta imperfecta tierra cada vez habrá menos oposición y sufrimiento en la Iglesia para todo aquél que en el mundo ha sido discriminado. Las mujeres y hombres de Dios están llamados a ocupar el lugar para el que cada uno ha llamado sin atender a razones de raza, clase social, sexo o nacionalidad, pues
“ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (
Gálatas 3:28). Cristo nos ha hecho, tanto a hombres y mujeres “
reyes y sacerdotes para Dios” (
Apocalipsis 1:6), “
linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”(
1ª Pedro 2:9). Vivimos en los “
postreros días” anunciados por Joel en los que Dios dice: “
Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán […] Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (
Hechos 2:17 y 18).
Que la cultura occidental sea, con diferencia, el contexto en el que la mujer esté hoy más dignificada y respetada tiene mucho que ver –como hemos visto en esta serie de artículos- con el legado del evangelio de Jesucristo. Y es que“
Roma no reconoció nunca la influencia ejercida por la mujer, este reconocimiento, realmente se producirá en el cristianismo[1]”.Aplicar un estilo de vida heredado de la sociedad postindustrial del siglo XIX o de la Roma del siglo I para revestirlo de supuesta enseñanza bíblica y justificar así un abusivo dominio masculino es un error.
Por eso sería una triste paradoja que la Iglesia fuera hacia atrás respecto al mundo en estos legados en pos de la mujer que no son ni feminismo políticamente correcto ni teología liberal sino un legado netamente evangélico que por milenios ha tratado de pisotearse por la serpiente y por el pecado humano. Es evidente que el cristiano debe defender el inmovilismo de todos los principios bíblicos, pero
la injusticia surge cuando arraigadas tradiciones milenarias dificultan el continuo reto reformista de la revelación liberadora del Espíritu. Debemos discernís los tiempos y aquello que es circunstancial, externo y que golpea al viejo hombre como el nefasto enseñoramiento de la mujer vaticinado en la maldición del Edén (
Génesis 3:16).
ACCIÓN DE AMOR, NO DE DOLOR
En un debate televisivo hablaban acerca de la pornografía y de la apertura a la libertad sexual tras la dictadura de Franco en España. Una de las chicas, actriz porno, afirmaba con orgullo que “
como en aquella época nos reprimieron, ahora nos toca a nosotros desfogarnos”. Sus palabras y tono evidenciaban un estado más de revancha y malestar que la alegre vivencia de una supuesta libertad conquistada. Sin embargo, hay diferencia entre una acción liberadora sustentada en el perdón y una contrarreacción dolorosa cargada de amargura.
La mujer está llamada por Dios a que no sea el rencor sino el amor y la verdad lo que propulse la búsqueda de su libertad y los propósitos a los que Dios le ha llamado de forma particular. Gracias a Dios, Cristo trae un Reino de justicia y de paz, un Reino sobrenatural en el que todos estamos llamados a “
someternos los unos a los otros” (
Efesios 5:21) pues en Cristo “
todos somos sacerdotes” (
Apocalipsis 1:6) para ser parte de la regeneración del Espíritu, bendecir y crecer sin más límites que los que Dios disponga, pues
“si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; y he aquí todas son hechas nuevas” (
2 Corintios 5:17).
NOTA DE LA REDACCIÓN:
Existe una respuesta a esta serie, con una perspectiva diferente, de
Amable Morales, en el blog de “Temas de debate” con el título de “Biblia, hombre y mujer”.
[1] Mª Dolores Parra Martín. Mujer y concubinato en la sociedad romana. ANALES DE DERECHO. Universidad de Murcia. Número 23. 2005. Pág. 241
Si quieres comentar o