Y frente a ello se presentan principalmente dos argumentos.
“Un Jesús condicionado”
Por una parte se acostumbra a razonar que Jesús no incluyó a ninguna mujer por las limitaciones culturales de la época. En esa línea, por ejemplo, se expresa Luis Marián en su serie ‘
Mujer y Biblia’ al referirse a ‘
la realidad de los prejuicios, terquedad e injusticias de la época’, al indicar que ‘
en aquel entorno social no se hubiera prestado demasiada atención a un mensaje anunciado por mujeres’ o al afirmar como evidente que ‘
haber dispuesto de mujeres como mensajeras principales del Reino de Dios no habría sido la mejor idea para su extensión’
Tal argumento llama la atención, en primer lugar, porque encierra una clara concepción condicionada del ministerio de Jesús, como si el plan de Dios para su Hijo encarnado tuviese que limitarse y ceñirse a lo que los humanos pudieran o quisieran tolerar.
Y
resulta más chocante tal argumento cuando generalmente se presenta tras señalar –aquí acertadamente- las múltiples evidencias de un Jesús que se saltó, uno tras otro, todos los formalismos sociales de su época, para vindicar una dignidad para las mujeres que la sociedad judía menospreciaba y pisoteaba.
Hablar con ellas escandalizaba a los hombres; recibir su adoración pública era una provocación; reconocerlas como ‘hijas de Abraham’ ofendía a los puristas… Pero ninguna de esas concepciones torcidas impidió a Jesús hacer lo que consideró necesario para mostrar la genuina visión divina. ¿Acaso podemos dudar que si su voluntad hubiese sido incluir a una mujer entre sus doce apóstoles, no lo habría hecho por encima del entorno social?
Desde una perspectiva completa
el ministerio terrenal de Cristo evidencia su perfecto cumplimiento de la voluntad del Padre en todos los ámbitos, sin limitación ni condicionante alguno. Así ocurrió con la posición social de la mujer, con la farisaica interpretación de la Ley, con la confrontación entre judíos y samaritanos… De modo que solo podemos concluir que Jesús hizo lo que hizo –y dejó de hacer lo que no hizo- tan solo porque esa fue la voluntad del trino Dios.
“El expediente Junias”
Un segundo argumento recurrente en todo este asunto son los saludos de Pablo al final de su carta a los romanos (
16:7): ‘
Saludad a Andrónico y a Junias… los cuales son muy estimados entre los apóstoles’.
Sobre esta cita se ha construido una machacona afirmación, asegurando categóricamente que Junias es una mujer a la que Pablo reconoce como apóstol, demostrando así que la condición de apóstol no fue exclusiva para varones. Como
escribe Luis Marián en su serie apelando a la mayoría (?) de los eruditos bíblicos, este texto muestra que ‘
al menos hubo una mujer entre los primeros apóstoles de la Biblia’.
Hay que reconocer que nunca tan poco dio para tanto. Y es que este asunto se ha convertido casi en una “piedra angular” para la defensa del ministerio pastoral de la mujer, aunque
se trate tan solo de una interpretación inclusiva, bastante forzada y basada en una suposición:
· Una suposición– Afirmar que Junias es la esposa de Andrónico, tiene tanta base exegética como afirmar lo contrario, ya que no hay ninguna otra referencia a estas personas en el Nuevo Testamento. Pero aceptemos sin más esta “teoría”, y dando por bueno que Junias es una mujer sigamos con los otros puntos.
· Una interpretación forzada– Deducir que la expresión ‘
son muy estimados entre los apóstoles’ equivale a que formaban parte de ese grupo, es forzar la exégesis hacia un lado interesado.
La interpretación natural nos lleva más bien a entender que por su testimonio comprometido –al que Pablo hace alusión- contaban con el reconocido aprecio de los apóstoles. Es exactamente la misma palabra y sentido que el propio Pablo usa al enviar a Epafrodito a los filipenses, exhortándoles a ‘
tener en estima a los que son como él’ (
Fil 2:29). O la que utiliza al escribir a los tesalonicenses, rogándoles ‘
que tengan en mucha estima’ a los que trabajan entre ellos (
1 Ts 5:13)
Pero volvamos a ser generosos y aceptemos también que el ‘
estimados entre’ es una prueba incuestionable de que Junias (a quien ya hemos asumido como mujer) formaba parte del grupo de apóstoles, y vayamos al tercer punto
· Una interpretación inclusiva – Aún aceptando ciegamente lo anterior, falta todavía por entender el término ‘
apóstol’ aquí. Porque todos estaremos de acuerdo en que tal palabra tiene dos claras acepciones en el Nuevo Testamento.
Por una parte se usa como referencia limitada a aquellos hombres llamados personalmente por Jesús, de quien recibieron directamente su enseñanza y comisión, y de cuya resurrección fueron testigos oculares. Estos son los que recibieron la autoridad apostólica, única e irrepetible en la historia de la Iglesia.
Pero también se usa el término ‘
apóstol’ en un sentido más amplio y genérico, en referencia a su significado puramente semántico de ‘
enviado’ o ‘
mensajero’, recogiendo así a todos aquellos que ministraban en la extensión del Evangelio y la consolidación del testimonio que se extendía por la gracia de Dios. En este caso no hay referencia alguna a la autoridad apostólica del primer grupo.
De modo que cuando se usa el “argumento Junias” para afirmar que ‘
al menos hubo una mujer entre los primeros apóstoles de la Biblia’, se está haciendo una peligrosa extensión inclusiva del término ‘
apóstol’, haciéndonos creer que su ‘
estima entre ellos’ se refiere al “grupo de los doce”. La cuestión es: ¿cuántos ‘
apóstoles’ –en el sentido de autoridad fundacional de la Iglesia- reconocemos? A los 12 originales (con la “doble sustitución” de Judas llevada a cabo por ellos mismo con Matías, y por el propio Señor con Pablo), ¿hemos de añadir ahora a Andrónico y a Junias? ¿Y a cuántos más que pudieran también ‘
ser muy estimados’?
El “expediente Junias” no soporta la más elemental prueba exegética, porque aunque asumamos las discutibles y dudosas dos primeras premisas, nada nos llevará a la identificación con el grupo de quienes recibieron la autoridad apostólica.En el mejor de los casos, Pablo nos estaría hablando de 2 personas cuyo ministerio era reconocido, pero sin relación alguna con “la madre del cordero” de la autoridad.
En el próximo artículo trataremos el otro gran argumento para el liderazgo pastoral de la mujer: “La cuestión Kephalé”, convertida en un clásico desde que en 1993 Catherine Kroeger incluyese su artículo sobre el término ‘
cabeza’ en el
Diccionario de Pablo y sus Cartas.
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