Aquí tenemos de nuevo a Alfonso Ropero. Lo di a conocer a los lectores de Protestante Digital cuando el pasado mes de marzo comenté el libro HISTORIA GENERAL DEL CRISTIANISMO, escrito a medias con John Fletcher Hurst. Añado aquí que la obra de Ropero, en su conjunto, es perfectamente asimilable. No es complicada, ni difícil, ni incomprensible, ni hermética.
Decía hace poco Emilio Lledó que pensar es establecer relaciones lógicas, racionales, entre cosas, sucesos, instituciones y hacer que esas relaciones tengan sentido y coherencia. De ese su retiro casi conventual en un lugar de La Mancha Ropero no hace otra cosa que pensar. Pensar y convertir en palabras y en libros las ideas que su pensamiento producen. Su condición de pensador ha sido ampliamente reconocida. Tiene fichas biográficas en el DICCIONARIO DE PENSADORES DE CASTILLA –LA MANCHA y en el DICCIONARIO DE PENSADORES CRISTIANOS, de la Editorial Verbo Divino.
Por lo que explica su autor,
la génesis de este libro se encuentra en las noticias “cada vez más frecuentes sobre la intolerancia religiosa, asesinatos de misioneros, quemas de iglesias y ataques a comunidades cristianas”. Todo esto le ha llevado a recordar las persecuciones y muertes que sufrieron mártires del pasado; en realidad desde el primer siglo de nuestra era y aún antes, en vida de Jesús, como nos ilustran los cuatro Evangelios.
El temario del libro recorre y recoge ocho siglos de persecuciones, torturas y muertes, desde Jesús hasta Mahoma.
Aunque solemos referirnos a Jesús como el mártir del Calvario, la expresión no es correcta. El vocablo fue introducido por el Papa Benedicto XIV en el siglo XVIII, cuando se reservó la canonización y clasificación de los que la Iglesia católica consideraba santos y mártires.
En toda la Biblia la palabra mártir aparece sólo una vez, en plural, en Apocalipsis 17:6: “Vi a la mujer ebria de la sangre de los santos y de los mártires de Jesús”. Tales mártires fueron cristianos que murieron en los primeros años de nuestra era. Roma, la metrópolis de la idolatría, se convirtió en perseguidora de los seguidores de Jesús, embriagándose con la sangre de los que fueron hermanos nuestros, probablemente en tiempos de Nerón.
Es creencia común, y así lo asume Ropero en el primer capítulo del libro, que Esteban fue el primer mártiren derramar su sangre en defensa de la fe cristiana (Hechos capítulo 7).
Esteban, no Cristo. Cristo no fue un mártir en el sentido estricto del término. Al mártir le quitan la vida sus enemigos. Cristo la ofreció voluntariamente, siguiendo el vaticinio de los profetas: así lo afirmó: “Yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mi mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:17-18).
El libro de Ropero se estructura en torno a cinco grandes capítulos y dos apéndices.
En el primer capítulo analiza en profundidad las causas y la teología del martirio, los mártires antes del cristianismo, desde Abel a los profetas, las confrontaciones entre cristianismo y judaísmo, las persecuciones romanas, de las que se ha escrito mucho. Aquellos mártires, dice el autor, fueron héroes de la milicia cristiana caídos en combate contra las fuerzas del mal. Fueron ejemplos para las futuras generaciones.
El segundo capítulo de la obra está reservado a los apóstoles de Jesucristo.Las fichas biográficas que escribe Ropero de éstos hombres, desde Simón Pedro a Matías, coloca a los apóstoles en primer plano de la historia novotestamentaria. Carlyle decía que una vida bien escrita es casi tan rara como una vida bien vivida. Ropero escribe bien y ofrece aspectos poco conocidos del grupo apostólico.
El autor retoma la historia de los primeros mártires del cristianismo en el capítulo siguiente. Lo que hizo al escribir sobre los apóstoles lo aplica aquí a los emperadores romanos, desde el primero al último de éstos monstruos. La gran ofensiva anti cristiana desencadenada por Diocleciano cuando amanecía el siglo IV fue brutal. “Un nuevo e incontable ejército de mártires –escribe Ropero- se formó en cada provincia, especialmente África, Mauritania, la región de Tebaida y Egipto”.
La calma y una relativa paz para los cristianos llegarían a partir del año 313, con el famoso edicto de Milán, que otorgaba libertad religiosa a los cristianos. En mi opinión, resulta difícil conciliar la supuesta conversión de Constantino al cristianismo con los crímenes que ordenó años después, en el 326, en los que incluyó a su propio hijo, Crispo, y a su esposa Fausta, acusada de adulterio.
El último capítulo de MÁRTIRES Y PERSEGUIDORES, que tiene como subtítulo HISTORIA GENERAL DE LAS PERSECUCIONES (SIGLOS I-X), se dedica íntegramente al Islam.Desde la aparición pública de Mahoma hasta las guerras entre cristianos y musulmanes. Guerreros, profanadores y mártires hubo por ambas partes.
Cuando Alfonso Ropero firma el último párrafo de la introducción al libro escribe estas luminosas y verdaderas palabras: “La historia de los mártires, con su lección de desprendimiento voluntarioso, puede ayudar a corregir una tendencia cada vez más peligrosa en una cristiandad que ha confundido el brillo del éxito con la gloria de la cruz, y que ha olvidado la vieja máxima de que “sin cruz no hay corona”, seducidos por una mal llamada “teología de la prosperidad”.
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