Se trata de
Bonhoeffer: pastor, mártir, profeta, espía. Nashville, Thomas Nelson, 2010; y se produjo en el sentido de si éste podía ser considerado o no un creyente evangélico convencional, al más típico estilo del país norteamericano, es decir, caracterizado por ser una persona de convicciones bíblicas conservadoras, para decirlo de algún modo. Evidentemente, una controversia de este tipo solamente podía alborotar a la gente menos familiarizada con su trabajo teológico, reconocido de manera unánime en todo el ámbito cristiano e incluso fuera de éste.
En el artículo, titulado “Redimiendo a Bonhoeffer” (
Christianity Today, 7 de febrero de 2011), Jason B. Hood cita una entrevista con Metaxas donde afirma: “Bonhoeffer se parece más a un evangélico conservador que a otra cosa. Era tan ortodoxo como San Pablo o Isaías” (Collin Hansen, “The authentic Bonhoeffer”,
CT, julio de 2010).
Las reacciones de muchos lectores fueron extremas, pues oscilaron entre la total aceptación al rechazo sin matices, algo predecible en espacios poco dados a la interacción entre la fe y la teología, porque intentar re-clasificar a Bonhoeffer como “evangélico” sólo puede entenderse como parte de un proceso de reincorporación y aceptación para el gran público estadunidense, cuya valoración de ciertos teólogos/as, según parece, sigue siendo muy limitada a la hora de considerar su utilidad para su vida de fe y devoción. Y es que, más allá de las lecturas reduccionistas de otros tiempos en los que se le consideró casi como el “padre” de algunas expresiones de la llamada “teología de la muerte de Dios”, especialmente en Estados Unidos,
hoy ya nadie es capaz de negar la importancia de su pensamiento, sobre todo porque se considera que lo respaldó con acciones muy concretas, particularmente su toma de partido en contra de la dictadura nazi y su colaboración en la conjura que intentó asesinar a Hitler, y que lo condujo al martirio pocos días antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. Porque los mártires pueden ser populares, pero se vuelven incómodos cuando se habla de sus razones más profundas para la acción elegida.
Eso sucede mucho con Bonhoeffer, un teólogo cuya imagen liberal (e incluso neo-ortodoxa) se le indigesta a los lectores más conservadores o, al menos, de tendencia
evangelical muy pronunciada, puesto que incluso estudiantes de teología o pastores con una formación más o menos sólida no saben qué hacer con su pensamiento a la hora de intentar trasladarlo a la realidad pastoral y eclesiástica.
El precio de la gracia ha iluminado el compromiso con Jesucristo de una manera poco común, la
Ética ha impulsado reflexiones muy sólidas y
Resistencia y sumisión, las cartas desde la prisión, son una lección de teología intensa, cotidiana y pertinente. En América Latina, al menos, hace tiempo que se le considera una influencia sana y crítica para la teología protestante, especialmente a la hora de ver cómo Richard Shaull introdujo sus ideas y Julio de Santa Ana junto con Rubem Alves ensayaron los primeros esbozos de su aplicación práctica en los años del movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina. Los varios textos que Santa Ana ha dedicado a comentar la influencia específica de Bonhoeffer en el continente son ya referencias obligatorias. En el libro clásico de Alves,
Cristianismo: ¿opio o liberación? (1970, 1973) es notable cómo se refiere a la idea de la “polifonía de la vida”.
Mención aparte merece
el homenaje que le dedicó el ISEDET en 1995 en las Cátedras Carnahan, una de cuyas expositoras fue Beatriz Melano, antigua estudiante de Paul Lehmann en Princeton, amigo personal de Bonhoeffer, mientras visitó Estados Unidos. En “La presencia de Bonhoeffer en América Latina”, se expresa así:
Lo que Paul Lehmann nos enseñó —en base a la ética de Bonhoeffer— fue no solamente hacer teología a partir del contexto,
sino seguir una ética que no fuera normativa, sino contextual y relacionada con la cambiante realidad del mundo.
[…]
En nuestras marchas de protesta en forma activa y pacífica; en nuestra enseñanza teológica en relación al momento histórico en que vivíamos. Fue el ejemplo de Bonhoeffer a través de Lehmann, el que nos dio fe y valentía cuando la policía nos interrogó en nuestras casas, en la cárcel y revisó nuestras bibliotecas personales. Muchos fuimos acusados falsamente de ‘subversivos’ y ‘comunistas’” (
Bonhoeffer: a 50 años de su ejecución por el tercer reich. Buenos Aires, ISEDET, 1998, pp. 17, 20, énfasis agregado).
Se trataba, es claro, de una “espiritualidad en acción” en medio de situaciones críticas, no sólo de especulaciones teóricas. Más recientemente, Luis Eduardo Cantero (“
La influencia de Bonhoeffer en la teología latinoamericana”) y Alberto F. Roldán (“
Dietrich Bonhoeffer: una teología para el mundo”) han indagado en la actualidad de Bonhoeffer de manera incisiva. De ahí que resulte tan novedosa la propuesta de Ron Klug, quien en
40 días con Dietrich Bonhoeffer (Santander, Sal Terrae, 2008) propone una lectura espiritual de sus textos mediante un acompañamiento casi místico. Las palabras-guía de dicho libro son elocuentes: “Dios ha de ser reconocido en medio de la vida, y no sólo en los límites de nuestras posibilidades. Dios quiere ser reconocido en la vida y no sólo en la muerte, en la salud y la fuerza y no sólo en el sufrimiento, en la acción y no sólo en el pecado”. Un buen lector puede sin problemas identificar esta perspectiva en un himno tan genuinamente evangélico como lo es “En medio de la vida”, del obispo metodista uruguayo-boliviano Mortimer Arias, también ya un clásico de la fe latinoamericana.
El itinerario propuesto de lectura de un teólogo tan brillante como Bonhoeffer ofrece una posibilidad distinta para experimentar una guía espiritual bastante ajena a las modas y los vaivenes de los
best-sellers religiosos de turno, tan faltos de sustancia y hondura, tal como resume Klug: “En Bonhoeffer encontrarás una vigorosa, desafiante y nada sentimental llamada al seguimiento” (p. 11).
Ahora que estamos a las puertas de una nueva celebración del martirio redentor de Jesús, sus palabras resuenan diáfanamente: “La gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la eucaristía sin confesión de los pecados, la absolución sin confesión personal. La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado”.
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